¿Qué será, queride lectoro, este berretín de seguir conservando parte de la memoria en tiempos en los que el olvido reina en forma absolutista, con un despotismo no ilustrado que puede llegar a reprimir a quienes manifiesten el recuerdo y obligarlos a subirse a la vereda de la mentira?
No puedo dejar de pensar en aquel 18 de mayo, Día de la Escarapela como hoy, pero hace solo cinco años, o cinco siglos, cuando se difundió un video donde se nos contaba a los argentinos que la fórmula del Frente de Todos (¿se acuerdan?) estaría encabezada por Alberto Fernández, viceencabezada –perdón por el neologismo– por Cristina Fernández (de Kirchner), y que contaría entre sus seguidores a Aníbal Fernández, Ofelia Fernández y muchísimos Fernández más, a los que nos sumaríamos millones de argentinos y argentinas que portamos otros apellidos, dándole así pluralidad al Frente.
Hace solo cinco años celebrábamos la fórmula que le pondría fin al pesadillesco reinado del Sumo Macrífice, aquel que había prometido pobreza cero, lluvia de inversiones y otras maravillas no cumplidas.
Una de las grandes esperanzas argentinas era que “el neoliberalismo se iba para no volver”, llevándose consigo delirantes vendedores de lo que no es suyo, rematadores de riquezas patrias al peor postor, entregadores de derechos y recursos, y, quizás sobre todo eso, adalides de la mentira, doctorados en falsedad, maestros de la tergiversación y verdaderos transformadores de lo humano en… ¿virtual?
Creíamos entonces que lo que se venía era algo mejor…, y así fue. Porque, sí, fue mejor. El solo hecho de detener la tormenta recesiva, de volver a escuchar (algunas) voces silenciadas, de volver a negociar (aunque fuera infructuosamente) en lugar de asentir sumisamente ante los reclamos de los poderosos, de intentar producir; o, aunque más no fuera, que se tuviera en cuenta que existíamos seres humanos y seras humanas más allá de las narices del primer Autoritario electo y su Vicemauricia, era algo. Y fue algo, pero poco.
No le vamos a echar la culpa a la pandemia, ni a la guerra entre Ucrania, la OTAN y Rusia ni a la sequía, pero… complicaron. Producir sin distribuir tampoco ayudó.
Que un gobierno quisiera domar a los poderosos con una sillita y un látigo de juguete –al que los poderosos hacían aumentar de precio cada vez que querían– transformó la imagen en algo levemente patético. Que hubo sectores (o personas) que transformaron derechos (o sea, de todos) en privilegios (o sea, de pocos), o en meros enunciados (o sea, palabras vacías) echó leña al fuego. Las peleas internas –no discusiones con argumentos, sino ciertas prepotencias apenas disimuladas– sumaron… negativamente, sin duda. Pero el mal mayor lo hicieron los malos. Sí, los podemos llamar “aggiornados”, “menteabiertos” o como quieran, pero son malos, malas y males. Porque, en esta eterna pelea entre Eros (lo vital) y Tánatos (lo destructivo), se pusieron la camiseta “rompetodo”.
Y los malos van por el deseo o, mejor dicho, contra el deseo. Lo erótico (en sentido amplio, lo vital, y en sentido estricto, la atracción y el deseo) les molesta, lo odian. Tratan de apropiárselo, o más todavía: de destruirlo. Quieren que vivamos sin ganas, que seamos una masa amorfa con aspiraciones individuales y logros nulos, para así disponer nuestra energía en que hagamos lo que ellos quieran, pero creyendo que es lo que queremos nosotros. ¿Vieron Matrix? Bueno, eso.
Y lo intentan, como dirían de Sarmiento, con la espada, con la pluma y la palabra. Y con los medios. Y con las redes. Y con los colectivos imaginarios. Y con el falso progresismo.
Sigmund Freud habla de “lo siniestro”. En realidad, él usa la palabra “Unheimlich”, que en alemán significa “lo no-habitual, lo no-hogareño”, o sea, lo siniestro es cuando lo natural, lo familiar, se convierte en extraño, como ese personaje que nos sonríe bellamente pero luego su sonrisa se vuelve maligna. Personalmente, creo que algo de esto pasó en nuestro país cuando de repente más de la mitad de los votantes eligieron a alguien que les había prometido destruir el Estado, “pasar la motosierra”. Votaron a sabiendas por su propia desazón, contando con la desgracia del vecino como “consuelo”. Por supuesto, se trata de un vecino previamente deshumanizado, despersonalizado. Muchos habrán dicho: “Bueno, me gustan las películas de terror”; la mala noticia es que esta vez nos tocó hacer de personajes, no de público ni de actores.
No nos quieren ni nos necesitan. Si apuntan a nuestro deseo, apuntan contra nuestra vida. Entonces desear, vivir, se transforma en un acto de resistencia.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Sigloveintenials (Somos del siglo pasado)” de Rudy-Sanz: