“Tengo un miedo irracional a las serpientes”, confesó Joan Didion en una entrevista publicada por Vanity Fair en 2003. Entonces contó que cuando se mudó a Los Ángeles con su marido, John Gregory Dunne, intentó liberarse de la fobia. Fue al serpentario Hermosa Reptile y se obligó a mirar anacondas. Pareció funcionar pero años más tarde, cuando vivía en Malibú, una serpiente nada venenosa cayó desde las vigas del garage sobre su coche. “Todavía pienso en lo que hubiese pasado si me hubiese dado cuenta de que la tenía como copiloto”, finalizó con una sonrisa tenue.
Al comienzo de The Center Will Not Hold (traducido como “El centro cede”), esa conversación retorna. El director del documental –el primero que se filma para explorar la vida de Didion– es su sobrino Griffin Dunne. Además de realizador, también ha sido actor de un puñado de películas. Entre ellas figura ¿Quién es esa chica? (1987), donde enamoraba a Madonna.
El centro cede es el intento de un hombre por delinear a una mujer de 82 años, estrella literaria pero además, su tía. La misma que evitó avergonzarlo cuando a los cinco años las costuras del trajecito de baño cedieron y le dejaron un testículo al aire, justo el día en que se conocían. “Fuiste la única de la familia que no se rió. Te amé por eso”, confiesa Dunne durante uno de los tantos diálogos que mantienen. Y le vuelve a preguntar por esa imagen de las serpientes. “Sí, me asustan”, dice ella con voz firme, escapada de su figura frágil, menudísima. Le pregunta a él si tiene alguna. “No. Cuando las veo, las mato”, responde. Ella retruca: “No es lo mismo tener una serpiente que matarla”.
La imagen ofidia está latente a lo largo de la hora y media que dura el documental. Ese miedo es metáfora de todo lo que se desliza fuera de control. En el intento de exorcizarlo, comienza la escritura. “Empecé a escribir porque el mundo como yo lo entendía dejaba de existir. Tuve que lidiar con la certeza de que todo se desmorona”, reconoce de entrada esta escritora, nacida en Sacramento en 1934, que apenas salió de Berkeley se mudó a Nueva York y comenzó a trabajar en Vogue. Tenía apenas 20 años. Allí firmaba artículos confesionales, escritos en primera persona, como “Amor propio, su fuente, su poder”, toda una rareza para la época. Pronto, su pluma se destacó, filosa y grácil a la vez. Eso señalan varios entrevistados como Anna Wintour, a cargo de la revista; el crítico de The New Yorker Hilton Als, el director teatral David Hare o su editora literaria, Shelley Wanger.
“El desafío era decir algo más sobre ella. Y sobre todo, mostrarlo”, afirmó Dunne. Decidió recoger el guante tres años atrás, cuando tía Joan le pidió un video para promocionar su libro El año del pensamiento mágico. Él dijo que lo haría pero que a cambio, ella debería dejar que Dunne contara su historia. Así inició una campaña a través de la plataforma de crowdfunding Kickstarter. Aunque obtuvo una cantidad de dinero asombrosa, no fue suficiente. Netflix terminó financiando el proyecto.
El documental tiene una cantidad de sutilezas elocuentes. Por ejemplo, cuando bajo su voz en off (que reproduce fragmentos de libros, como sus memorias Where I Was From) se van sucediendo retratos de artistas visionarias que la influenciaron: Georgia O’Keeffe, Willa Cather o Edna St. Vincent Millay. Además, la cámara recorre incidentalmente una biblioteca donde conviven Hunter Thompson, Susan Sontag, Kurt Vonnegut, Walt Whitman.
También hay un delicado trabajo de archivo que incluye fragmentos de quince entrevistas hechas entre 1970 y 2011. Y cientos de fotografías, en las que se mezclan la memorabilia familiar con imágenes icónicas, como ésas donde posa con un vestido largo y su Corvette para Julian Wasser, cuando vivía en una casa enorme del Hollywood Boulevard.
Allí llegaron en los años 70 personajes como Janis Joplin, Martin Scorsese o Warren Beatty, enamoradísimo de esa mujer de mirada melancólica. “Mi padre tenía en los ojos una tristeza penetrante. Quizás la heredé”, contó ella. Por eso, en casi todas las fotos aparece con lentes oscuros, empezando por el casamiento, en 1964, con Dunne, también escritor. Juntos armaron una pareja que era a la vez una sociedad literaria: escribían en tándem artículos y guiones cinematográficos. Allí se la ve con un vestido de seda cortísimo, que se arruinó cuando su amigo Roman Polanski le derramó vino en una fiesta.
Resulta paradójico que tras el asesinato de Sharon Tate y la explosión mediática del clan Manson, fuera Didion quien se encargase de perfilar a Linda Kasabian, de 20 años, sospechosa de los crímenes que incluyeron a la esposa de Polanski. “Pasamos tiempo juntas, fui yo quien compró por encargo suyo el vestido con el cual declaró. Todo era muy raro pero en ese contexto, no lo parecía”, rememora. Ese perfil cerró una etapa desu escritura concentrada en dos libros que recopilaban sus crónicas, Slouching Towards Bethlehem y The White Album, donde exploraba el lado B de la vida hippie en California. Kasabian daba a luz a una niña; poco antes, Didion había adoptado a Quintana Roo, por entonces de dos años. “En algún punto, esa simetría comenzó a resultarme insoportable”, reconoce.
Bob Silvers, editor de The New York Review of Books, la llamó luego para cubrir conflictos como la guerra civil en El Salvador o el caso “Wilding” en 1989, sobre dos chicos negros que violaron a una mujer blanca en el Central Park (un excitado Donald Trump pidió que los electrocutaran). “Más allá de toda retórica narrativa, ella sabe mostrar antiguas injusticias políticas”, observa Silvers.
Tras una breve crisis matrimonial, los Dunne se mudaron a Malibú. Ahí reconstruyeron una casa de madera frente al mar. El carpintero era un muchacho hermoso que luego se dedicaría a la actuación: Harrison Ford.
Su marido murió de un infarto en 2003 cuando la pareja había vuelto a Nueva York, mientras Quintana languidecía en un sanatorio hasta fallecer en 2005, a los 39 años. Hare, el director de la adaptación teatral de El año del pensamiento mágico, montó en 2008 un bar entre bambalinas para que Didion comiera: pesaba 34 kilos. También le dijo que en el libro donde evocaba a Dunne faltaba Quintana. Al tiempo, la escritora le entregó el manuscrito de Noches azules. “Quizás sólo vos comprendas de qué se trata”, lo desafió.
Durante años, Didion desayunó Coca Cola helada. Cuando un texto no funcionaba, lo frizaba. Literalmente, lo metía en el congelador. Mientras prepara sándwiches en su cocina, reflexiona: “Si examinas algo, te da menos miedo. Tenemos la idea de que si miramos una serpiente no nos morderá. Así es como sentí que tenía que confrontar el dolor, explorándolo. Eso hice en los libros sobre John y Quintana”.
En 2013, recibió la Medalla de las Artes que le otorgó el presidente Obama. En la imagen, ella camina por la Casa Blanca acompañada por Dunne, quien le sostiene la mano temblorosa. En su fragilidad late un centro construido en el filo entre lo dicho y lo silenciado. Didion se mueve con gracia sobre ese borde, que no cede.