Misterio y suspenso, encapsulados en un entorno tan inhóspito como cautivador, y un pueblo ficticio de la Patagonia, todo cubierto por turistas y cenizas volcánicas son las coordenadas que sitúan el argumento de La cabalgata de las valquirias, última novela de Pablo de Santis. Con una trama de capas complejas y personajes delineados con esmero, el autor sumerge al lector en Pueblo Blanco, sede del relato donde el asesinato, la rivalidad policial y las costumbres de pueblo se convierten en epicentro de la trama. De Santis crea el Bosque Blanco, un escenario que parece sacado de un sueño, mezclando elementos de lugares reales con su propia imaginación. De esta manera, el autor construye un paisaje que evoca sensaciones de familiaridad y extrañeza a la vez. Se inspiró en lugares que conoce bien, como Bariloche, donde pasó su infancia, Villa La Angostura y San Martín de los Andes. Estos referentes geográficos se entrelazan con sus preferencias literarias, creando una atmósfera original, porque como cuenta De Santis: “las ciudades en las novelas son como maquetas Playmobil de las ciudades reales: todo está miniaturizado y nada está demasiado lejos”. Esta técnica de composición confiere a la topografía de Bosque Blanco una sensación de irrealidad, como si fuera un lugar suspendido en el tiempo y el espacio, lleno de incógnita y posibilidades. Un sitio perfecto para la intriga policial.
Para resolver el homicidio de la víctima, encontrada al pie de un ciervo de bronce con una amapola prensada en el bolsillo, que no se trata de un caso más, se decide trasladar de la capital provincial al comisario Conrado Nebra, quien tendrá que enfrentarse a la competencia que le impone Gabriel Valeri, un subcomisario cuyo pasado de heroísmo contrasta con su presente corrompido que lo ha venido situando al borde de la expulsión de la fuerza policial.
El autor reflexiona sobre el origen de esta historia y encuentra que una experiencia de su niñez influyó significativamente en esta novela. Cuando tenía diez años, viajó con su familia a Bariloche y se alojaron en una posada llamada “Las amapolas”. Durante esa temporada, los llevaron a pescar truchas con un ruso que era amigo del dueño de la morada. Se decía que este hombre era un noble que había escapado de la revolución y que, cuando salía a cazar, dormía a la intemperie a pesar del frío: “era un hombre mayor y estaba casado con una mujer mucho más joven. Quizá fue la primera vez que tuve en la cabeza la idea de un cazador, como algunos de los que habitan La cabalgata de las valquirias”, detalla De Santis. Esta mezcla de recuerdos personales y elementos ficticios contribuye a la riqueza y complejidad de sus personajes, ofreciendo una experiencia narrativa profundamente enraizada en la realidad y la fantasía.
LOS SINSABORES DEL VERDADERO POLICÍA
Ahora bien, además de investigador, Nebra es quien narra mediante un enfoque personal y detallado, que al tiempo que permite al lector acercarse a sus pensamientos y dilemas contrasta con los sinsabores del encuentro del policía con su enigma. Se recurre para ello a un cruce exacto entre el registro íntimo del dispositivo narrativo en primera persona y el tono feroz de una naturaleza sublime, procesada según versiones románticas, que arrasa, amenaza y parece contagiar su ignominia y desconfianza por el recién llegado a los habitantes del lugar. Esta elección narrativa, dice De Santis, fue un punto de inflexión que le permitió encontrar la voz adecuada para contar esta historia que viene escribiendo hace más de diez años y que en sus primeras versiones estaba en tercera persona: “recién cuando decidí contar todo a partir de los ojos del investigador encontré un tono adecuado”. Esta decisión enunciativa permitió una mayor conexión emocional con el lector, haciendo que el relato fuera más envolvente y auténtico.
El misterio de un crimen, en la literatura argentina, rara vez lo investiga y resuelve un policía. Sin embargo, en La cabalgata de las valquirias, De Santis propone a Conrado Nebra, hijo de un héroe policial, como respuesta a esta ausencia. De Santis, perteneciente a una generación que sentía un temor justificado hacia esa institución, observa que esta percepción no es necesariamente compartida por los jóvenes de hoy en día. Nebra, el protagonista, mantiene cierta distancia de la fuerza, similar a la distancia que siente hacia su propio padre.
“En la novela policial”, dice De Santis, “muchas veces los investigadores están fuera de la institución, o bien porque razonan de un modo original y distinto, como en el policial inglés, o bien porque hay en ellos un elemento de soledad esencial, como en los detectives norteamericanos”. Sin embargo, él encuentra en este enfoque una rica fuente de intriga, similar a Henry James que “descubrió en el mundo intelectual una posibilidad infinita de intrigas, Ed Mc Bain hizo lo mismo en el mundo policial. En sus novelas, la convivencia en el interior de la institución es tan interesante como los casos a investigar.” Este es un aspecto que el escritor refleja en su propia obra, otorgando a Nebra una profundidad y un contexto que trascienden el simple acto de resolver un crimen.
El crimen de Rafael Alescu en La cabalgata de las valquirias se convierte en el punto de partida para la reconstrucción de su vida y la exploración del pueblo por parte de Nebra. Para el investigador, este crimen es más que un simple evento: es la llave que abre las puertas a los secretos y misterios que rodean a la comunidad. Sin embargo, el autor nos recuerda que “de todos modos, cuando leemos una novela policial siempre somos un poco injustos con las víctimas, sobre todo con la primera, cuya muerte nos conmueve como la de un ave de corral, como dice William Somerset Maugham en un malicioso ensayo sobre el género”. Esta reflexión nos invita a reconsiderar nuestra percepción de las víctimas en las historias de crímenes, recordándonos que cada una de ellas tenía una vida y una historia propia, más allá de su trágico final.
Pero además de la tradición del policial, de las experiencias de infancia y juventud del autor, la música constituye una fuente fundamental de inspiración para La cabalgata de las valquirias, título homónimo de la pieza de Richard Wagner, una melodía cargada de connotaciones históricas y culturales. Desde su icónico uso en la película Apocalypse Now, donde se asocia con la violencia y el poder destructivo, hasta su adopción por la propaganda nazi, esta pieza ha adquirido una tonalidad oscura en diversos contextos. Además, en la mitología nórdica, las valquirias están vinculadas con la guerra y la muerte, lo que añade una capa de complejidad a su simbolismo.
Sin embargo, De Santis aclara que su elección no se basa en una referencia directa al universo wagneriano: “Mi cultura musical es nula, pero también la de los personajes de la novela, por suerte para mí”. La inclusión de esta pieza responde más bien a cómo ciertas melodías pueden intervenir en las acciones y emociones de los oyentes. Desde la música funcional de los consultorios médicos de su infancia hasta las melodías en supermercados y shoppings, De Santis afirma que “la música es un arte del tiempo e influye en nuestra percepción del mismo y, por supuesto, en nuestras emociones”. Así, La cabalgata de las valquirias también contribuye a abrir una reflexión sobre la potencia de la música en el proceso de configuración de conductas, matrices afectivas y estados anímicos, más allá de las posibles asociaciones con hitos históricos.
Este uso de la música como un recurso narrativo y de construcción de sentidos resalta la habilidad del autor para insertar una variedad de elementos culturales y artísticos en la construcción de su trama.
De Santis también ofrece un recorrido como lector que fecha mucho antes de haber pasado por las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras. Creció en un hogar donde la medicina y la literatura coexistían de manera armoniosa. Sus padres, ambos médicos, eran ávidos lectores, especialmente durante las vacaciones, cuando se entregaban a la lectura de novelas policiales y disfrutaban de películas de crímenes. Las noches familiares se llenaban de relatos detallados de películas “prohibidas para 18” que sus padres veían en el cine, especialmente las más sangrientas, como obras de Dario Argento. Además, eran fanáticos de las intrincadas tramas de las películas de Hitchcock que habían disfrutado en su juventud. Todo ese material marcó definitivamente su formación al punto de que en este momento el autor está transcribiendo las cartas fechadas en 1953 que sus padres se enviaban durante su noviazgo: “encontré que mi madre le cuenta a mi padre Pacto siniestro (The Rope) y detalla que todo el mundo le habló mal de esa película, pero que a ella le encantó”.
Al mismo tiempo recuerda que el entorno de su infancia, en un departamento con un cuartito destinado a guardar juguetes, herramientas y las novelas más viejas de la casa, alimentó de manera acrecentada su imaginación como escritor. Entre esos libros, De Santis recuerda especialmente las tapas amarillas de las novelas de Georges Simenon y los perturbadores dibujos de las portadas de Agatha Christie. Entre los autores contemporáneos que han influido en su escritura, el mismo dice que “hay un autor que no he releído y que no está considerado como un autor de policiales, a pesar de que tiene varias novelas dentro del género: el suizo Friedrich Dürrenmatt. Y sin embargo creo que ha tenido alguna gravitación en esta novela. Además de mi devoción por autoras como P.D. James, Agatha Christie, siempre me han gustado los autores raros, como Leo Perutz, Fredric Brown o John Franklin Bardin. Además del loco de Harry Stephen Keeler, un autor que me hizo leer el escritor Gonzalo Carranza, que es un conocedor de extrañezas”.
Lo curioso de su trayectoria es que él mismo data su comienzo en la escritura cuando descubre a Ray Bradbury a los diez u once años y desde entonces fue forjando una prolífica carrera literaria, que cuenta con más de cuarenta títulos publicados y que lo llevó a ganar premios reconocidos como el Planeta-Casa de América 2007 (por su novela El enigma de París) y a ser distinguido en 2016 como miembro de la Academia Argentina de Letras.
CONTAR UN SECRETO
En su primer libro, El palacio de la noche (1987), De Santis ya da claras muestras de sus elecciones narrativas: la primera persona, la búsqueda de una prosa clara y la mezcla de géneros. Aunque nunca volvió a leer ese libro, considera que “desde esa primera novela viví la tensión que todavía vivo entre una literatura que se pueda acercar más a lo real y una absoluta fantasía”. Este equilibrio entre realidad y fantasía sigue presente en su obra que demuestra su interés por explorar diferentes facetas de la narrativa. Con Los anticuarios De Santis se muestra como un lector ávido de libros de no ficción, siendo En el aire delgado de Jon Krakauer su favorito. Este interés declarado no solo ha ido enriqueciendo su perspectiva literaria, sino que también fue alimentando su deseo de algún día explorar los ribetes de ese género tan transitado sobre todo en las últimas décadas en la cultura argentina y latinoamericana.
El año pasado, De Santis publicó en Tilde editora un libro sobre la escritura titulado Contar un secreto: Ideas y consignas para empezar a escribir, una obra que intenta desentrañar la construcción de relatos de ficción mediante el análisis de distintos textos literarios. En este ensayo, además, reflexiona sobre cómo los escritores: “ejecutamos al escribir una poética mucho más simple que la que describimos a la hora de hacer crítica, y está más hecha de supersticiones que de ideas. Y eso está bien, porque para escribir no se necesitan conceptos complejos, sino hechizos y talismanes”.
Esta perspectiva sugiere que su proceso de creación literaria es más intuitivo y mágico que analítico, lo que le permite mantener una frescura y originalidad en su narrativa que podría perderse con un enfoque excesivamente racional y estructurado.
En su nueva novela vemos cómo esta frescura sobrevuela todo el relato blanco, sobre todo en las zonas donde se narra la rivalidad con Gabriel Valeri. En definitiva, queda claro que a Nebra lo envían al pueblo no tanto para descubrir al asesino, sino para asegurarse de que Valeri no lo haga primero. Esta competencia, lejos de ser un estímulo, resulta una carga para Nebra, quien preferiría que su rival estuviera fuera del camino. Aunque no busca la confrontación, Nebra es consciente de que las expectativas externas sobre su desempeño difieren de sus propias aspiraciones y objetivos. Este conflicto entre lo que se espera de él y lo que él espera de sí mismo tiñe de espesura y complejidad al personaje, quien se reconoce inserto en una realidad común, donde las presiones externas a menudo influyen en nuestras acciones y decisiones mucho más de lo que quisiéramos.
Otro rasgo distintivo de La cabalgata de las valquirias es la carga de ironía depositada en la relación contrapuesta entre Nebra y Valeri, entre el protagonista y su rival: Valeri trata a Nebra con cierto desdén, consciente de que ambos siguen cadenas de pistas diferentes pero que los llevarán, por distintos caminos, a la misma conclusión.
El drama de Valeri se intensifica por ser su último caso y la urgencia de desentrañar la verdad antes de retirarse. Nebra, por otro lado, se enfrenta a la presión de no estar a la altura de las expectativas de su propio padre, quien considera a Valeri el mejor ejemplo de policía. Este contraste entre los personajes enriquece la narrativa y constituye una meta reflexión sobre las diferencias entre el policial blanco y el negro, y cómo ambos enfoques pueden converger en la resolución de un misterio.
A lo largo de su carrera, De Santis ha mantenido una constante en su narrativa: la exploración de cómo los misterios y las historias ajenas se convierten en un reflejo de nosotros mismos, la certeza de que cuando nos asomarnos a una fábula que no nos pertenece nos lleva a descubrir nuestra propia historia. De Santis sostiene que “si hay alguna figura en el tapiz, imagino que se parece a esto: alguien se asoma a una historia ajena y descubre que es propia; como si todo misterio funcionara como un espejo. Cuando leemos también encontramos algo parecido: nos gustan los libros donde nos encontramos. Como decía un verso de Horacio: ‘De ti, lector, trata la fábula’”.
Esta reflexión se extiende a la experiencia del lector y De Santis sugiere que los libros que más nos gustan son aquellos en los que encontramos partes de nosotros mismos. Esta identificación entre el lector y la historia es fundamental en su obra, donde cada misterio funciona como un espejo que nos devuelve una imagen propia, revelando verdades sobre nuestra identidad y nuestras experiencias.
La novela policial, en este sentido, funciona como un espacio donde los personajes y los lectores encuentran reflejos de sus propias vidas y misterios.
La cabalgata de las valquirias es una contribución notable a la voluminosa y rica obra de De Santis, consolidándolo como un maestro del género policial en la literatura hispanoamericana. Su habilidad para combinar un enigma atrapante con una profunda introspección de sus personajes, todo ello enmarcado en un paisaje evocador, hace de esta novela una lectura imprescindible para los amantes del misterio y la buena literatura.