Camila Sosa Villada se baja de un taxi con elegancia en la puerta de Casa Brandon y sonríe. Tiene un vestido coral corto, que le deja los hombros despejados, una flor blanca en el pelo batido y los ojos pintados de un negro ahumado. Parece una diva de los años 60, pero inmediatamente, saluda diciendo: “Nos agarró un embotellamiento de la puta madre”. Algo de esto es Camila Sosa: la belleza, el desparpajo, la consonancia con las divas y divos de antaño que la recorren como fantasmas. Billie Holliday, Tita Merello, Frida Kahlo, pero también Sandro, se hacen presentes en su impronta y en sus shows. Camila es una artista escénica y poeta trans nacida en Córdoba, que hace casi diez años viene taconeado teatros de acá y allá, encarnando una sensibilidad y una picardía únicas. Es por eso que Camila puede ser arriba de un escenario cada una de esas figuras del glamour y también otras del dolor; etéreas y briosas, desde personajes soñados por Cocteau a homenajes plebeyos o mitos vernáculos como la Difunta Correa.
Con La Falda a Córdoba
Dice no recordar con exactitud cómo fue que empezó a vestirse de mujer, pero si que sucedió antes de cumplir los quince años, la primera vez se puso un vestidito y salió a dar una vuelta por su pueblo, La Falda. Desde entonces ya no hubo dudas, aunque no haya sido fácil, no haya habido apoyo ni comprensión familiar, pero tampoco fue, como dice ella, “ninguna tragedia”. Se fue a Córdoba Capital a estudiar Comunicación, al mismo tiempo que hacía un taller de teatro en el centro de estudiantes de la universidad. Y fue allí que empezó a fascinarse con la inmensa cantidad de estímulos que empezaron a estar a su alcance, musicales, plásticos, literarios. Obviamente, dejó comunicación y empezó teatro. “Me pasó algo muy fuerte la primera vez que fui. Yo estaba acostumbrada a dar explicaciones constantemente. Por el DNI, por la libreta de estudiantes, etc. Y me encontré con una pluralidad que no imaginaba. Cuando entré al salón azul, que es donde daban las clases, yo dije ‘me tengo que quedar acá, como sea’. Empecé a encontrar gente muy interesante que hasta el día de hoy es mi amiga.” Entre todos los ejercicios, escenas y pequeñas obras de esa época de estudios recuerda una: “Fue una versión de Las criadas de Genet. Mis dos mejores amigos de ese momento que son la Tortu y el gordo Marcos me invitaron a hacer una reescritura que nosotras le habíamos puesto Mugrientas. Y fue maravilloso actuar eso. Yo, por supuesto, hacía de una de las mugrientas”, se ríe.
Hay un personaje que aparece en la vida de Camila por ese entonces y es Paco Giménez. El emblemático director cordobés, fundador del mítico teatro La cochera fue su docente, su gurú en cuestiones artísticas y también el que le dijo las cosas que hasta ese momento nadie se había atrevido a decirle. “Lo tuve de docente en tercer año. Habíamos hecho para un trabajo que era una reescritura de una obra de Teatro Nô de Yukio Mishima. Y él nos reprobaba, nos mandaba a rehacerla, a rehacerla, ¡demasiadas veces! Hasta que en un momento me dijo: Mirá la culpa de que vos no hayas podido desarrollarte en esta clase fue mía. Yo nunca había tenido una alumna trans. Y creo que te va a tocar sufrir mucho, pero vas a tener que trabajar sola. Porque la gente cuando te vea actuar, no va a ver a una chica, van a estar viendo a una persona trans. Y se van a encargar de juzgarte, hacerte sufrir, hacértela pasar mal. Pero si vos trabajás sola, te haces respetar y la gente quiere trabajar con vos porque sos talentosa, te va a ir muy bien.” Camila lagrimea un poco con el recuerdo: “Me dijo eso y dejé la facultad. Fue brutal pero al mismo tiempo muy honesto. Una revelación. Seguí siendo su amiga y seguí yéndolo a visitar, porque nuestro encuentro fue muy fuerte, para los dos.”
Ese golpe de honestidad la empujó a iniciar un proyecto de la mano de María Palacios directora teatral y amiga de aquel momento. En un comienzo se trató de una reversión de Yerma, una Yerma travesti. Esa imposibilidad de ser madre característica del personaje de García Lorca, trasuntada en un conflicto de la condición trans. Pero al empezar la adaptación apareció otra vez el duende maléfico y genial de Paco Giménez a complicar las cosas: “Él dijo algo muy cruel pero muy simpático también, porque poner una travesti a hacer ese personaje es como poner un cactus en vez de una flor. Y nos sugirió hacer todos los personajes de Lorca, ir de uno a otro. Porque todos los personajes de este autor tienen un contacto con el mundo trans muy importante. Lo probamos y funcionaba maravillosamente. Toda travesti sabe de la soledad, toda travesti sabe lo que es no tener hijos, sabe lo que es que un hombre te deje por otra, y ese proyecto empezó a crecer. Y en un momento, también por sugerencia de Paco, empezamos a meter mi propia vida en esos textos que iban apareciendo. Hicimos una especie de tejido, que dio después esa obra que fue Carnes tolendas.”
El suceso de la obra fue despampanante. No solo para Camila, a quien colocó en el centro de la escena, sino también para Córdoba: “La ciudad estaba un poco anestesiada, el público no iba tanto al teatro independiente y de repente empezamos a llenar, la gente se volvía loca, falsificaban las entradas para ir a ver la obra. Claro que se levantaban un par de boludos que quizás no sabían de que se trataba la obra, que tenía un lenguaje bastante procaz. O decían, ese desnudo era innecesario... Ver una travesti desnuda era impactante. Pero la experiencia fue de mucho cariño y mucho afecto del público. Celebraban, supongo que resurgiera… como un soldado que vuelve de la guerra. De una persona trans que tenía todo para perder y de repente le empieza a ir bien. Pasó eso: nos hicimos famosos.”
Además de ser un antes y después artístico, Carnes tolendas (2009) fue la obra con la que Camila hizo las paces con su familia. “Cuando me fui de mi casa, mi viejo me había dicho: te vamos a ir a buscar a una zanja algún día. Yo no podía volver a verlos vestida de mujer. Cuando iba a visitarlos, en el colectivo de Córdoba a Mina Clavero me recogía el pelo, me sacaba la pintura de los ojos, me ponía un jean, una remera suelta. Yo creo que en esa obra nos vimos todos como familia y eso fue muy pacificador. Como un acto de psicomagia.”
La indiferencia del mundo
En medio de todo ese torbellino de emociones Camila tuvo otro encuentro clave con el actor y director Javier Van de Couter. Él estaba buscando actrices para la película Mia (2011), que tenía un elenco mayoritariamente trans. La historia es un poco como el cuento de hadas típico: la actriz principal ya estaba elegida y contactaron a Camila para hacer un rol menor. Van de Couter viajó a Córdoba a hacerle una entrevista: “Le propuse que venga a verme al teatro. Que yo de castings no tenía ni idea”. La vio y se flechó. Un año después estaba en Buenos Aires filmando ese protagónico en el que haría a una travesti que se dedica al cartoneo y en sus recolección descubre el diario personal de una mujer joven que ha muerto dejando solos a su marido, Manuel (Rodrigo de la Serna) y a su hija. La película le permitió a Camila mostrar una gran sensibilidad actoral, además de participar en una ficción que buscaba visibilizar la problemática de un personaje doblemente discriminado tanto por su condición social como por ser travesti.
El encuentro con Van de Couter siguió en varias direcciones entre ellas la obra de teatro El bello indiferente (2014) que armaron para el Centro Cultural San Martín. Una propuesta del director con la que en seguida se entusiasmó “En principio me interesaba mucho hacer a Cocteau. Él me parece un emblema de conocer a las mujeres. La música de las minas cuando están enojadas, cuando están ansiosas, cuando están tristes. Era un texto que había escrito exclusivamente para Edith Piaf, ella lo estrenó, lo puso en escena. Es un monólogo breve, de cuarenta minutos, pero me daba la posibilidad de arco actoral. Terminaba en bolas y rompiendo todo el escenario. Tenía mucho para explorar como actriz. Yo justo me había separado una semana antes de venir a Buenos Aires a hacer la obra: fue una especie de sanación de toda esa angustia”.
Camila en el lugar de la Piaf pero con su impronta contemporánea. De algún modo en consonancia con esa locura, esa soledad, arriba de un escenario. Desde el principio y hasta el día de hoy Camila siguió retomando a esas mujeres bellas y fuertes también para sus propios espectáculos, los que hizo como directora, actriz, y cantante: “Lo que pasa es que es muy difícil que les den trabajo a las mujeres trans, de lo que sea. Y en el teatro o el cine ¡mucho menos! ¡No hay personajes trans! Estábamos tan invisibilizadas que no había personajes. No me quedó otra que procurarme mis propios materiales.” Por eso, además de las obras en las que actuó bajo la dirección de otros, Camila hizo: Llórame un río (2011) sobre Billie Holiday y Tita Merello, Despierta corazón dormido, sobre Frida Kahlo, y más recientemente, El cabaret de la Difunta Correa (2017). Esta última obra la traerá antes de finde año al Teatro del Picadero de Buenos Aires.
Camila, la de fuego
La tarde en que ocurre la entrevista está en esta Buenos Aires para hacer uno de sus shows más musicales en casa Brandon. Se trata de Tus labios de rubí, concierto para una cantante y un guitarrista: Agustín Albrieu Llinas, que además de cantar y arreglar los temas, es el complemento perfecto para el dúo cómico que juegan entre canción y canción. Cuando se le pregunta por el fanatismo por “el gitano” dice que es simplemente de babosa, que ama sus canciones, su estilo y que lo amaba a él al punto de que cierta tarde, un novio suyo de Lomas de Zamora, la llevó a conocer la casa de Sandro. Impactada, dejó como ofrenda un corpiño en la puerta.
No hay que olvidar que antes de las obras de teatro, las giras, los festivales y los shows, Camila se dio a conocer al mundo desde la intimidad de un blog llamado justamente La novia de Sandro y que es como su prehistoria. “Nunca me animé a decir soy poeta, pero siempre escribía, poemas para mi mamá, mi papá, mis maestras. En el 2005, yo era estudiante y cada tanto me hacía un yiro para mantenerme. En ese momento aparecieron los blogs y comencé uno donde contaba cosas que me pasaban con los clientes. Cosas raras, pequeños poemas, un poco a manera de descarga. Después, cuando empecé a hacerme conocida, saqué todo. Lo bajé. Porque me daba vergüenza que se supiera que yo había sido prostituta.”
Sin embargo algunos de esos textos, de toda esa experiencia, la intensidad, la emocionalidad, el corazón travesti bajo la luna en el Parque Sarmiento, el lugar donde trabajó, la tensión con sus raíces familiares, los amores fallidos y al mismo tiempo el encuentro con su identidad, sus rituales, se hicieron libro. Todo eso es La novia de Sandro (Caballo negro, 2015), editado por Alejo Carbonell, que fue quien la alentó a publicar y curó el volumen.
“Conozco a los hombres. Yo misma solía ser uno”, dice uno de sus picantes versos. Y en otro, se pone seria y desafía: “Soy una negra de mierda, una ordinaria, una orillera, una cuchillera, el mundo me queda grande, el tiempo me queda grande, las sedas me quedan grandes, el respeto me queda enorme, soy negra como el carbón. Cuando llego a un lugar todos se retiran, y como buena negra que soy, me arrimo al fuego y relumbro.” No hay que perderse esa luz y ese calor, que Camila lleva.