Los cuerpos imperfectos, tan lejanos al modelo de carteles que invaden las ciudades.
Los rostros serios que caminan y las sonrisas falsas de las selfies.
Los perros que viajan en aviones (y no ladran) y pasean en los brazos de sus dueños.
Los tatuajes, inmensos, que me irritan.
Las barbas masculinas, que envejecen.
Los orientales mal vestidos, que son tantos.
Los italianos e italianas, tan elegantes.
Los españoles que hablan a los gritos.
El ceño fruncido de los franceses.
La sonrisa obligada de los alemanes.
Los hindúes de piel oscura y ojos claros.
Los africanos condenados al prejuicio.
El reino de la tintura con su corte de rubias, pelirrojas, morochas, castañas, los cabellos verdes y naranjas y azules, los claritos devaluados entre tanto color apabullante.
Los que visten de gris, la mayoría, y los que escupen alegría en los colores.
Los borcegos de las mujeres que le ganaron la batalla a los tacos de mi madre.
Las zapatillas de tantas marcas famosas de diseños tan iguales.
El complemento obligado y universal de las mochilas.
Los anteojos mas grandes que los rostros.
Los sombreros, las boinas, los chambergos, las uñas largas y afiladas, decoradas, femeninas.
Las botellas de agua de colores.
Los idiomas raros que se escuchan y el inglés que resuelve todos los problemas.
Las largas colas para visitar los monumentos o para comer en algunos restaurantes.
Los lugares visitados en YouTube, que igual sorprenden.
Los autos de los narcos en Rosario que en Europa son taxis o remises.
Los viajes en tren mirando el mar.
Los paisajes que rodean a las vías ferroviarias, tan distintos a los nuestros.
Los que viven entre las fronteras de las vías y el mar Tirreno.
La internet presente, omnipotente, indispensable.
La ausencia de ternura en las parejas.
Los móviles en las manos de todos, todo el tiempo, en todos los lugares, necesarios para no perderse en las ciudades desconocidas, para leer los menús en los QR, para saber los horarios de los trenes, para reservar pasajes y hoteles y entradas a teatros, para pedir un taxi, para sacar fotos, para hacer videos, para hablar con tus hijas, para que te hinchen los clientes que saben que estás de viaje, pero no pueden esperar a que regreses, para mandarle fotos a tus amigos y compartir cada noche tus asombros.
Si erguirnos y caminar en dos patas fue el paso indispensable para dejar atrás a los simios y transformarnos en humanos, ¿qué pasará con estos cuellos y esta columna que se cae hacia adelante absorbida por la fuerza gravitacional del celular indispensable?