Desde Cannes

El cine fantástico tomó por asalto el concurso oficial por la Palma de Oro del Festival de Cannes. Bastaron dos películas de “body horror” –una de ellas del maestro y pionero del género, el canadiense David Cronenberg- para sacudir al Palais des Festivals, cada vez más habituado a tener sus pantallas cubiertas de vísceras y sangre, en particular desde que la controvertida Titane, de Julia Ducournau, se llevó el premio mayor de la competencia 2021. Y ahora viene otra directora francesa a doblar la apuesta: Coralie Fargeat es la responsable absoluta del film-shock de esta edición, The Substance, una sátira feroz sobre las siniestras transformaciones que algunas mujeres están dispuestas a llevar a cabo sobre sus cuerpos con tal de seguir respondiendo al mandato hegemónico y patriarcal que todavía imponen los medios masivos de comunicación.

La película de Fargeat –que ya había llamado la atención con la salvaje Revenge (2017)- viene además con sorpresa: marca la reaparición como protagonista de Demi Moore, quien nunca dejó de filmar pero que no había tenido un papel a su altura como el que ahora le ofrece The Substance, donde juega a interpretarse a sí misma hasta límites insospechados. Ella es Elizabeth Sparkle, una súper estrella del Hollywood de los años ’80 que ha logrado mantener su popularidad con un programa de TV de fitness matinal. Como deja bien en claro la primera escena, Sparkle está en plena forma, pero el brutal productor del show (Dennis Quaid) decide reemplazar “a esa vieja vaca” por una veinteañera.

Lo que sucede de ahí en más conviene no revelarlo –porque es parte del juego y el film ya tiene asegurada su distribución en América latina a través de la plataforma Mubi- pero baste con saber que Fargeat se nutre tanto de El extraño caso del doctor Jekyll and Mr Hyde, de Robert Stevenson, como de todos los pactos fáusticos que han venido alimentado al género fantástico desde que es tal. Es allí donde entra en juego la substancia del título, la extraña droga que da lugar al parto –a la manera del cine de Cronenberg, por cierto- de una alter ego de Elizabeth, pero de la edad y la perfección física que exige el eterno circo televisivo, que no parece haber cambiado mucho desde Network/Poder que mata (1976). Esta flamante starlet -dispuesta a todo con tal de disfrutar de su momento de fama y belleza- está a cargo de Margaret Qualley, que hace doblete este año en la competencia de Cannes, como integrante también del elenco de Tipos de gentileza, la nueva película del griego Yorgos Lanthimos.

Si el film de Coralie Fargeat es chillón en sus colores y efectos de sonido, y deliberadamente explícito y grotesco (aunque no elude sutiles referencias cinéfilas, que van desde la banda de sonido de Vértigo al final apocalíptico de Carrie), el nuevo film de David Cronenberg en cambio es de una sobriedad y elegancia proverbial, aunque eso no implica que el director de Almuerzo desnudo haya resignado nada de su universo personal. El cineasta canadiense siempre suele preferir una paleta fría de grises y se diría que esa luz invernal es la que mejor le calza a The Shrouds (Los sudarios), con la que este lunes regresó a la competencia oficial de Cannes apenas dos años después de sus Crímenes del futuro (2022).

The Shrouds

Film grave, en tanto su tema central es el duelo por la muerte de un ser querido (se sabe que Cronenberg escribió el guion pensando en su esposa de toda la vida, fallecida pocos años atrás), The Shrouds tiene un protagonista que hasta en su corte de pelo parece un alter ego del director. Y aunque el personaje –interpretado por Vincent Cassel- es el propietario de una serie de lujosos cementerios privados distribuidos alrededor del mundo, también tiene algo de cineasta, en la medida en que sus tumbas están provistas de unas cámaras de video que les permiten a los deudos seguir paso a paso la descomposición de los cuerpos.

Lo que este “corpse voyeur” -como alguien lo define- descubre en su duelo eterno es que algo se oculta en los restos de su esposa (Diane Kruger), que antes de morir de cáncer se sometió a un tratamiento oncológico experimental. ¿Qué son acaso esos implantes en los huesos que su sofisticado sistema video-informático no alcanza a identificar? Como siempre en Cronenberg, sus personajes no van en busca de los misterios del alma sino de los infinitos enigmas del cuerpo, de aquello que –como sucedía especialmente en su versión de Crash (1996), basado en J.G.Ballard- expresan sus cicatrices y mutilaciones. Esas heridas parecen para Cronenberg lo que para Poe –en uno de sus cuentos más famosos- eran los susurros que provenían del recuerdo indeleble de Ligeia. 

Más cine argentino

Por su parte, en la sección paralela ACID (Association du Cinéma Indépendant pour sa Diffusion), el argentino Iair Said presentó su segundo largometraje, Los domingos mueren más personas, una comedia agridulce, de evidentes tintes autobiográficos, que el director –también protagonista- tamiza para encontrar una verdad inusual, poco frecuente en el género.

Treintañero inmaduro, que no parece hacerle la vida fácil a nadie –empezando por su exnovio, por más que llore desconsoladamente frente a una puerta cerrada que nunca se le volverá a abrir-, David es un personaje más complejo de lo que pudiera parecer. Homosexual sin complejos, de cuerpo no hegemónico, perteneciente a una familia judía porteña de clase media, David vuelve a Buenos Aires a regañadientes. Estaba en Europa, disfrutando de una beca que no daba la impresión de requerirle demasiado esfuerzo, y el entierro de un tío lo obliga a cambiar sus planes. En verdad, el regreso tiene motivos más profundos: su propio padre está en estado de coma vegetativo y su madre (Rita Cortese, componiendo a una idishe mame inusual) necesita de su apoyo para tomar la decisión de dejar morir a su compañero de toda una vida.

Todo aquello que podría ser grave, se torna en el film de Said en leve, ligero, sin por ello ser superficial. Se diría que el guionista y director ve todo con un cristal cómico, colorido, empezando por su propio personaje, que no cesa de verse involucrado en pequeños contratiempos y malentendidos, varios de los cuales tienen que ver con su narcisismo. Y también con sus pulsiones eróticas, con las que evidentemente quiere alejar no sólo una dolorosa historia de amor sino también el duelo que sobrevuela sobre su familia. Se diría que ese tono menor con el que Said maneja temas mayores es el hallazgo de Los domingos mueren más personas.