A ochenta años de su nacimiento, el domingo 19 un grupo de lectores de Miguel Briante organizó un homenaje al periodista, escritor y gestor cultural. Un hombre al que un caballo lo tiró sobre un alambrado de púas siendo un preadolescente: ese accidente dejó huellas en su cara, marcas que con el tiempo se fueron suavizando. Los tres libros de relatos y la novela que escribió fueron suficientes para dar cuenta de su calidad de escritor.
Su hermana, la poeta Maria Cristina Briante; el editor de Mil Botellas, Ramón Tarruella; la gestora cultural Silvia Paglieta; el escritor Marco Andrés Quelas y Daniel Ríos, de la Universidad Nacional de Avellaneda evocaron la obra y la figura del cronista, narrador, director del Centro Cultural Recoleta y cofundador de la revista El Porteño, que murió en 1995. El homenaje fue en el espacio de la cooperativa y la librería La Libre, de San Telmo.
Cuando el autor de Kincón cursaba 4° año de la escuela técnica, su profesor de literatura le dijo: "¿Vos qué hacés acá, pibe?" Como si se tratara de una escena inaugural: alguien que reconocía sus condiciones -y sabía que en el colegio las estaba desperdiciando-, lo advierte para que se vaya, para que salga al mundo a probar suerte", contó Quelas. Ese docente “era, como dijo alguna vez Toni Morrison, ‘alguien que le daba permiso’ para escribir, que lo estimulaba para desplegar su talento. La mirada de otro que lee y aprueba, la mirada del lector, quizá del que por un momento se pone en el lugar del padre”.
A las pruebas hay que remitirse: cuando tenía 17 años premiaron su cuento "Kincón", luego convertido en una novela “conjetural y estallada en multiplicidad de voces”, definió Paglieta. A los 20 publicó Las hamacas voladoras, su primer libro de cuentos; a los 24, los relatos de Hombre en la orilla.
Sorprende encontrar en ese Briante tan joven una voz y un estilo elaborado. Ya hay entonces, en sus relatos, un territorio bien definido, que remite a su General Belgrano natal, deformado o amplificado por las voces que lo narran, por las voces mediante las cuales ese territorio existe, las que le dan entidad. Una prosa con control, concisión y sustantivos sin adjetivar o con adiciones sólo imprescindibles.
Para Paglietta, fundadora del club de lectura La Casa de Silvia, rendirle tributo a Briante este 2024 fue una prioridad. “Conocí sus textos hace mucho, trabajando en la Dirección de Bibliotecas de la Provincia de Buenos Aires. Sus palabras son inolvidables: 'Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostumbrado a morir'. O 'Movió la palanca y la gente empezó a girar'. ‘Caer’ en el mundo de su escritura tan temprana, su ruptura con todo lo canónico, leer sus maravillas te lleva a desear compartirla”.
Briante era muy introvertido, solitario, y esa condición de su estado en el mundo aparece en sus criaturas, siempre heridas. El río, el verano y el sol aparecen como leit motiv en sus ficciones. También el conflicto entre la presentación y la representación, “la literatura de ideas sin enseñar ni dogmatizar”, aportó la coordinadora de La casa de Silvia. Tarruella se refirió a las entrevistas que Briante les hizo a Walsh y a Rulfo. También a la que María Moreno le realizó al autor belgranense en 1977, para la revista Pluma y Pincel, en el legendario Bárbaro.
La pasión por contar fue el legado que recibió de su abuela materna, María Josefa Penacorveira, a quien Miguel le pedía que le relatara historias de su Asturias natal. Después él aportó lo propio, observando a la gente como un entomólogo. Con esa mirada daría forma a personajes inolvidables como el policía negro de Kincón. Su hermana recordó que escribía bien desde chico, que era lector de Joyce, Faulkner y Rulfo, que ganaba revistas Billiken en los concursos escolares.
Uno de los rasgos poderosos de sus textos es el retrato que realiza del pueblo natal, casi un personaje de su vida diaria y temprana. La anécdota de la acusación de un vecino por robarle una chancha y la salida de la casa con sus amigos para exhibir la anatomía del animal, que en realidad era un chancho.
Como en un juego, algunos participantes del club de lectura presentaron la experiencia denominada “La Página Perdida” que consistió en insertar una página nueva en Kincón, como una manera de sentirse parte de la producción de Briante. Durante el brindis, el público conoció un detalle casi secreto: tenía otra novela, casi completa, que una tarde se le esfumó de la computadora. Más allá de ese descuido, era minucioso para escribir sus ficciones. Su hermana guarda uno de sus cuadernos de apuntes donde se leen notas detalladas de algunas escenas de “Habrá que matar los perros”, uno de sus mejores cuentos, de atmósfera faulkneriana. Sus historias son orgánicas y van formando un racimo que se expande, con sus voces y silencios. Como dijo Paglieta: “No hay olvido para Miguel ni para sus escritos”.