Entre el fin de la “guerra fría” y la Gran Recesión, los economistas neoliberales sostuvieron que el librecomercio multilateral de bienes y servicios (la mundialización) sería la fons Iuventutis de la nueva economía liberada del peligro comunista. Se volvía así al “mito fundador” según el cual el librecomercio es la condición que permite maximizar el crecimiento económico. Los más astutos de los colegas cambiaron, con algún reparo, es cierto, la imperialista Gran Bretaña por la comunista República Popular China como eje de sus elucubraciones sobre el “taller del mundo”.
Indudablemente la inclusión de este último país en la Organización Internacional del Comercio en 2001 y la búsqueda de exportar a toda costa de los países de Europa del Este, pudieron proveer de algunas estadísticas que sustentaron dicha teoría durante un (muy) corto período. El comercio mundial arrastraba el crecimiento. Pero ya en 2005, Paul Samuelson que no puede ser sospechado de crítico al librecomercio alertó que China y los Estados Unidos eran “economías mundo”, como las denominó, con las cuales no podía funcionar la teoría de las ventajas comparativas que fundamenta el librecomercio y advertía sin decirlo que había que reescribir una parte significativa de la teoría económica.
Numerosos colegas, entre otros Paul Bairoch en su excelente libro Mythes et Paradoxes de l’histoire economique, señalaron que en la historia económica el proteccionismo es la norma y el librecomercio, que en la realidad nunca existió, la excepción. Aunque en el fragor del debate los neoliberales busquen a confundir la opinión publica insinuando que la protección de la economía es similar a la autarquía, la realidad muestra que las naciones imponen barreras comerciales para precaverse del dumping o de los negociados que son los flagelos que permiten argumentar que hay que bajar los salarios y derogar las leyes laborales para exportar más e importar menos.
Pero, a nivel mundial, las exportaciones tienen que ser igual a las importaciones con lo cual no puede existir a mediano plazo una situación en la cual un grupo de países tenga sistemáticamente un excedente comercial o financiero mientras otro acumula déficits ya que, rápidamente, estos últimos se empobrecerán y dejarán de tener la capacidad de importar. La historia muestra además que los países que otrora eran proteccionistas, como los Estados Unidos o Alemania, cuando alcanzan una posición dominante, adhieren a la “libertad de comercio” o al “libre mercado”, aunque en la realidad no lo practiquen.
Macri desde el comienzo de su mandato anunció que la “reinserción de la Argentina en el mundo” permitiría salir del “estancamiento” y “crecer” gracias a las exportaciones que eran impedidas o limitadas por las pésimas relaciones que el gobierno kirchnerista tenía con el resto del mundo. Amén de que esto no condice con la realidad, conviene señalar que esta propuesta no resulta de un empecinamiento ideológico favorable al librecomercio sino que busca favorecer a los terratenientes y financistas encaramados en la cúspide del Estado.
La Argentina no puede fundar su crecimiento en base a las exportaciones simplemente porque éstas, según el Indec, proveen solamente 15 por ciento del PIB, lo cual significa que para incrementar la riqueza global del 1 por ciento, las exportaciones tienen que aumentar 6,9 por ciento. Pero además deben mantenerse al mismo nivel las importaciones que se restan en el cálculo del PIB.
La primera decisión de Macri al asumir la administración del Estado fue suprimir las retenciones a las exportaciones que, según él, impedían el crecimiento de la producción agrícola. Pero ni la producción ni las exportaciones crecieron ya que la oferta está limitada por la escasa productividad ligada a la reticencia de los terratenientes a invertir, con lo cual la disminución de las retenciones solo provocó la desfinanciación del Estado. El biodiesel seguirá siendo persona non grata en el resto del mundo salvo, si la Comisión Europea lo acepta, en Holanda y España gracias a las compras de los amigos Repsol y Shell, a precio vil.
Macri también decidió la apertura del mercado argentino de importaciones de todo tipo, medida que fue presentada como una “señal amigable” hacia las potencias exportadoras pero, como vivimos en un mundo comercialmente cruel, esto solo fue una manera de favorecer a los importadores de bienes suntuarios y de chafalonías asiáticas. Accesoriamente se insinuó que las importaciones podrían impedir el incremento de los precios internos y disminuir la “inflación” gracias a la “competencia”.
El resultado de la derogación de las normas reguladoras a la importación de bienes ya producidos en el país conllevó a un rápido incremento de las importaciones de bienes de consumo corriente que se substituyeron a la producción nacional provocando una llamarada de desempleo de los trabajadores en la industria y los servicios, así como una agravación del déficit de la balanza comercial. En resumidas cuentas, ya que como decía el General Perón “la única verdad es la realidad”, durante el período enero–agosto 2017 el déficit de la balanza comercial se elevó a 4500 millones de dólares y todo deja prever que llegará a, por lo menos, 7000 millones de dólares en los doce meses, 2,5 veces al registrado en 2015.
* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París. Autor de El peronismo de Perón a Kirchner, Ed. de L’Harmattan, París 2014. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, 2015.