¿Los problemas actuales de la economía son de oferta, es decir vinculados a la suma de costos que deben enfrentar las empresas, como la mano de obra y los impuestos? ¿O son problemas de demanda, es decir de insuficiencia en el consumo y la inversión, con pobre desempeño exportador que contribuye al déficit estructural de la cuenta corriente?
Responder a estas cuestiones sencillas significa pararse en dos visiones contrapuestas de la economía como ciencia, la ortodoxia ofertista, que cree que el crecimiento de la inversión depende de la mejora en la rentabilidad del capital por la vía de la baja de costos, y la heterodoxia poskeynesiana, que cree que el crecimiento de la inversión depende del aumento del ingreso de las firmas como resultado de la mayor demanda para sus productos. Otra forma de expresar lo mismo es que el mainstream considera que las ganancias, y en consecuencia el margen que de ellas puede destinarse a inversión, depende de la reducción del ingreso del trabajo y de la parte que se lleva el Estado, “sobrecostos” (laborales e impositivos) que presuntamente restarían a la dinámica del proceso de producción del capital, en tanto que la heterodoxia considera que si se impulsa el consumo y el gasto, la inversión aumentará por la vía del crecimiento.
Pero al margen de la explicación teórica que cada corriente ofrece para la dinámica económica, enfatizar uno u otro lado de la ecuación del Producto (de la ecuación macroeconómica básica), el lado de la oferta o el de la demanda, pararse en uno u otro lado expresa una contradicción todavía anterior, la mismísima lucha de clases, es decir –en esta dimensión del análisis– la lucha entre el trabajo y el capital por el reparto del excedente. Pero no cualquier excedente, sino “el generado en el momento de la producción”. Nótese que no se refiere a la distribución revolucionaria de la riqueza acumulada en el pasado, valga la redundancia, sino simplemente a la del “ingreso” en el momento de la producción. La visión ofertista cree que la clave es mejorar la parte que se lleva el capital versus la que se llevan los trabajadores y el Estado, el énfasis en la demanda, en cambio, cree que debe mejorarse la parte que se llevan los trabajadores para que un mayor ingreso disponible impulse el consumo. En la economía local existen razones estructurales para fundamentar esta contraposición, el consumo representa un piso de dos tercios de la demanda. Sintetizando al máximo: una opción recomienda que hay que poner plata en el bolsillo de los empresarios y la otra en el bolsillo de los trabajadores.
Hasta acá parece simple. Hasta podrían sacarse algunas conclusiones lineales. La ortodoxia es de derecha y la heterodoxia post keynesiana de izquierda. Todo resuelto, pero hay un detalle. El debate descripto sólo ocurre en los medios de comunicación donde suele premiarse con mucha exposición al extremismo ofertista, como por ejemplo el de quienes abrevan en la ultraliberal corriente “austríaca”, para quienes toda la economía pareciera limitarse a las zonceras de “reducir el déficit fiscal” o la demonización del Estado. Sin embargo la economía como ciencia “sabe” que el crecimiento es, en todo tiempo y lugar, conducido por la demanda, no por la oferta. El ofertismo se puede utilizar como discurso ideológico para legitimar la distribución regresiva del ingreso, pero no sirve para mucho más. Cuando de lo que se trata es de conducir el ciclo económico, las únicas herramientas para los hacedores de política, cualquiera sea su ideología, están del lado de la demanda. Estados Unidos es un gran ejemplo. Quien se tome el trabajo de analizar las series encontrará que cada vez que aumenta el desempleo se aumenta el gasto público, pero no poniendo plata en el bolsillo de los trabajadores, sino en el complejo militar industrial. El gobierno de la revolución conservadora de Ronald Reagan nunca se preocupó por la deuda pública o el déficit fiscal y siempre practicó una heterodoxia de derecha. El ofertismo bobo sólo queda para la periferia, como por ejemplo en Grecia o algunos países latinoamericanos, donde se destruyen los Estados y se levantan todas las barreras a la libre circulación de capitales y mercancías.
El gobierno de la Alianza Cambiemos debe analizarse bajo esta perspectiva. Luego de provocar una crisis de redistribución regresiva vía un shock de ofertismo, ya a fines de 2016 comenzó a diseñar lo que algunos llamaron “kirchnerismo con buenos modales”, lo que no significó precisamente poner plata en el bolsillo de los trabajadores vía salarios o ingresos extrasalariales, como los subsidios, sino impulsar la demanda. Los mecanismos principales fueron dos: descongelar la inversión pública impulsando obras de infraestructura y aceitar el endeudamiento de las familias, por ejemplo vía créditos para los beneficiarios de la Anses, créditos hipotecarios UVA y facilitación de los créditos personales. No fue mucho, pero sí lo suficiente para sostener la demanda aun en un contexto de estancamiento o retracción real de los ingresos. Así, al déficit público, es decir al Estado gastando más de lo que recauda (lo que no es un problema macroeconómico, pero es otro tema) se sumó la lenta pero sostenida creación de un déficit privado, es decir las familias gastando más de lo que ganan. Más déficits público y privado significan mayor demanda instantánea. Sobre el endeudamiento privado puede decirse lo mismo que sobre el endeudamiento público en divisas, que no puede durar para siempre, pero sí ambos pueden prolongarse durante años brindando sustento político a una transformación estructural y regresiva del patrón de acumulación. Ya ocurrió en los ‘90, cuando convivieron el voto cuota, conservador por definición, y un elevado desempleo.
Una síntesis provisoria es que las proyecciones sobre el devenir de la economía sólo pueden hacerse sobre el comportamiento real de los agregados de las cuentas nacionales. Aunque los gobiernos conservadores declamen austeridad, suelen ser deficitarios en todos los frentes. Así fue hasta el presente la heterodoxia de derecha de la coalición gobernante. Aunque Cambiemos consiga avanzar en reformas fiscales, laborales y previsionales regresivas, lo que debe mirarse siempre es el comportamiento real del Gasto. Si el Gasto cae habrá contracción del PIB, sino podría haber un crecimiento débil por algunos años.