La mayor parte de la ficción de Lorrie Moore -entre otros, ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, Autoayuda, Gracias por la compañía- tiene un tono más o menos “realista” y un interés constante en la psicología de personajes de clase media que se ven frente a sus miedos, sus problemas, sus odios, sus amores. Sin embargo, las “aventuras” de Finn, protagonista de Si este no es mi hogar, no tengo un hogar, desde el momento en que recibe noticias de los graves problemas de su pareja Lily, pertenecen a otro tipo de relato, más fantástico, más grotesco y sobre todo más escatológico. En ese sentido, el libro es una sorpresa. Y digo “sorpresa” en un sentido neutro, ni positivo ni negativo: este último volumen de Moore es, sin duda, “diferente”; en cierto modo, inesperado.
El universo de base en el que se mueven los personajes, sin embargo, es el mismo: el de la clase media estadounidense. Finn es un profesor enfrentado a las muertes de dos personas muy cercanas: su pareja Lily y su hermano Max. En ese sentido, puede decirse que Moore vuelve aquí a su interés por analizar las reacciones individuales de los humanos frente a la pérdida, en este caso una pérdida que podría (o no) calificarse de definitiva.
El tema general es la muerte, que aquí adquiere formas diversas, hasta contrapuestas: una muerte por enfermedad (la de Max) y otra por opción, (el suicidio de Lily). Contrapuestas porque, como afirma la voz narradora en tercera persona, limitada a la mente de Finn, alguien que muere por una enfermedad, que muere sin querer la muerte, considera inconcebible que otro ser humano decida morirse. No son temas fáciles ni abordados con frecuencia.
En los viajes imaginarios y reales que hace entre su hermano moribundo y su pareja suicida, Finn se pregunta muchas cosas. Esas preguntas tienen mucho que ver con los libros anteriores de Moore. Por ejemplo, ¿hay que mentirle a un moribundo sobre su estado de salud?; ¿los que mueren necesitan compañía o la pasarían mejor solos?, ¿hay un final para la sensación de pérdida después de la muerte de un ser amado o es una marca que se llevará para siempre? En esta novela, esos planteos se dan en la mente de un personaje lastimado, lleno de dudas, frágil en más de un sentido, pero también acostumbrado a pensar. La reflexión fue siempre uno de los pilares de la ficción de Moore y en este libro hay momentos en que la prosa parece ensayística.
Hasta ahí, los rasgos generales de Si este no es mi hogar, no tengo un hogar son muy semejantes a los de otros libros de la autora. Pero esta novela se aventura hacia un género fantástico: el de los relatos “de fantasmas”. Y al hacerlo, produce un mundo intencionalmente incómodo y difícil, que Moore hace resonar en varios niveles. Por ejemplo: como profesor, Finn también quiebra clasificaciones, mezcla campos, es muy heterodoxo. Enseña Matemáticas pero, en algunas clases, habla de lo que él llama “contrahistoria”, sobre todo de “teorías de la conspiración”. Cree que la “Historia” y las “Matemáticas” se potencian mutuamente y que, por ese camino doble, se entiende que “La Historia real nunca es la oficial” y que “tenemos que ser escépticos y usar la imaginación para mirar desde las esquinas y por encima de las paredes”, es decir que para llegar a algún tipo de verdad sobre nosotros mismos, es necesario mirar desde perspectivas diferentes, atrevernos a abrir ángulos nuevos para el pensamiento.
Como necesita esas perspectivas, la voz narradora agrega otro hilo narrativo, paralelo a la vida de Finn: las cartas escritas por una mujer a su “hermana” que Finn encuentra en algún momento. La novela se apoya así sobre la idea del “doble”: por un lado Finn y su hermano; por otro, la mujer de las cartas y la hermana a la cual escribe; por un lado el siglo xxi; por otro, el xix, ya que el contexto de las cartas es el de los años posteriores a la Guerra Civil estadounidense.
Por otra parte, este es un relato “sucio”. La relación con la muerte, con el fantasma, es profundamente escatológica, revulsiva a veces: nada de espíritus transparentes, este es un cuerpo que se descompone, que tiene gusanos, venas deshechas, colores y olores relacionados con la putrefacción. La “supervivencia” de Lily se plantea así como un desafío tanto en lo mental como en lo físico, y recuerda intencionalmente mucha literatura anterior, empezando por “El extraño caso del señor Valdemar” de Edgar Allan Poe, o Ubik, de Philip K. Dick, o Mientras yo agonizo de William Faulkner. Como en esos libros, la comunicación con alguien ya muerto no resuelve las grandes preguntas filosóficas ni científicas. Las respuestas que se consiguen son muy insatisfactorias y no ayudan a llegar a una conclusión definitiva.
Sobre la base de la aparición de ese “fantasma” profundamente material, Moore lleva la historia hacia el gótico estadounidense, el primer gran género de la novela en la literatura de ese país durante el siglo xix, y por eso aparece un edificio semiderruido y en decadencia que se sostiene justo en la frontera entre el Sur y el Norte, en el momento histórico de la muerte de Abraham Lincoln. ¿Una metáfora del país? Tal vez pero, en ese contexto, todo se contradice, todo es complejo, nada es binario ni fácil de entender. Por ejemplo, Lily, ya muerta, parece “a un tiempo siniestra y cómicamente benévola, como si el pasado y el presente se hubieran cerrado sobre ella, quebrándola solo un poco”. Y la vida, la muerte y sus formas se cuentan tanto en el presente del siglo xxi como doscientos años antes, y tanto en las cartas como en la prosa tradicional de la voz narradora. Tal vez para llevar más a fondo la unión entre contrarios, para rechazar más el binarismo (por ejemplo, la oposición entre muerte y vida), Moore hace que Finn le pida matrimonio a un cadáver… Como en la película de Tim Burton.
Si este no es mi hogar, no tengo un hogar no es para cualquiera. Es un libro dedicado a lectores que se sientan atraídos por estos temas y por el desafío que plantean. La autora le habla a un público intelectual, capaz de entender las citas culturales de todo tipo y de aceptar un mundo complejo, indefinido, frágil, en constante movimiento; un público capaz de adentrarse en un texto más reflexivo que narrativo.