Lucía enciende un cigarrillo y mira con desconfianza. Es la mirada dura de quién prevé palabras que le pueden servir en caso de que aparezca una puñalada trapera. Viene de varias decepciones y traiciones, que se suman a las que le contara su papá y en las que obstinadamente decidió no creer. Habla lento. Piensa. Recuerda. Retoma el tema yendo para atrás, pero arranca por cerca del final cuando dice que ”en realidad la marcha del 23 se organizó muy rápido o con mucho tiempo, depende cómo lo mires. Un punto puede ser cuando sale el primer borrador de la ley Bases, y este ataque directamente hacia la educación. Pero vos pensá que el año pasado ya estábamos en alerta en términos educativos. Porque la educación podía ser privada, se podía privatizar y Milei tuvo que salir a decir anticipadamente que no iba a atacar a la educación pública. Entonces te ponen en estado de alerta. Mucho tiempo acumulando tensión”.
Lucía, alumna de la UNLZ y de la UNSAM a punto de terminar su carrera, es “primera generación de universitarios de mi familia, y ya no soy joven, me costó mucho en todo sentido: esfuerzo, tiempo, pasajes, estudiar y trabajar y tener que parar, retomar y hacer coincidir todo para llegar empujando la esperanza, trabajándola. Sin la universidad pública hubiera sido imposible” y entonces apaga el cigarrillo y mirando caer el chorrito del agua sobre el mate se le emociona el tono pero endurece la mirada: “Mis compañeros, mis compañeras, son primeras generaciones también, entonces la educación universitaria pública y gratuita es nuestra única posibilidad de ascenso. Si sos trabajador pobre y de abajo, sostenerla está en nuestro ADN. Cargamos en el cuerpo las frases que escuchamos toda la vida de que para ser alguien tenés que estudiar, que salir de pobre es estudiando. Y te lo decían tu vieja o tu viejo mientras se mataban trabajando para que vos llegaras”.
A la marcha del 23 de abril concurrieron cerca de un millón de personas, pero no hubo solo estudiantes, varias organizaciones se plegaron frente a la consigna que pedía una educación terciaria pública y federal. “La unificación de los sindicatos amplia la construcción de por qué se sale a defender la educación pública. Es porque es nuestra única salida posible como trabajadores, como clase. Quizá toma esa representación de clase y por eso deciden acompañar también otras fuerzas que no son puramente estudiantiles. Tiene que ver con el ataque a la posibilidad y a la identidad. Salen porque le atacan la capacidad necesaria de poder saltar de escalón. Atacar la educación pública, es atacar la esperanza de un pueblo entero, donde el sesenta por ciento es pobre, pero que tiene la posibilidad, tiene la promesa de poder salir de la pobreza con su propio esfuerzo, que es el estudio, y eso te lo asegura la educación pública que es algo constitutivo de nuestro país”.
Lucía Díaz recuerda la escalada de sentimientos. Ya pasó por el temor, ya le ganó la oscuridad sin horizonte cuando casi estaba llegando, ya se preocupó sola y con sus compañeros y compañeras. Ya sintió el vértigo de estar a meses de terminar su carrera después de años de esfuerzo, y cuando todo eso hubo pasado “me sentí violenta. Cuando pienso que no hay presupuesto, que no vamos a poder estar, que se cierran puertas. Lo pienso más allá de mí, de mis compañeros o mis compañeras. Pienso que se tiene que ir todo a la mierda. Carajo… qué sé yo. Pienso que es momento de organizarse potentemente. Pienso que si dejamos que se avance en ese sentido, la pérdida es enorme, pero no solo porque la pérdida es ahora, sino porque también es a futuro. Si nosotros perdemos la educación pública y accesible para todos y para todas, perdimos el futuro, de alguna manera se nos escapa y estamos permitiéndolo”.
Es cierto que la furia le gana. Lo confirma la llamita del encendedor que tiembla mientras prende el segundo cigarrillo. Pero se siente descubierta y entonces sonríe apenas y niega con la cabeza. Pero no niega esta ráfaga momentánea de una contrariedad muy parecida al resentimiento, que ya pasará. Solo que le parece increíble que estemos en un momento en que “llegamos hasta aquí después de ser atacados por el gobierno desde todos los flancos y ahora vienen por la esperanza de miles de pibas y pibes que la luchan soñando con estudiar, progresar, avanzar. Atacan ese nido como cuervos”.
Entrar al tema del acuerdo de la UBA con el gobierno presupone algunos cuidados, y tocar una herida reciente que se niega a cicatrizar. Finalmente no es grato haber compartido la alegría de la unidad, para llegar a la conclusión tardía de que a una gran parte de clase media porteña no le importan los derechos. Apenas aspiran a tener algunos privilegios. Entonces Lucía abandona la compostura que más o menos guardó hasta ahora y se le atropellan las palabras y ya no hay ni pausas ni posturas académicas de análisis sino la última esperanza de que “los alumnos de la UBA encabecen una marcha, así sea una convocada por todos. ¡Hasta los chicos de la UADE marcharon! Tanto con que ¡ay los privados! y ellos entendiendo que la educación pública es importante mientras parece que la UBA no. Y yo no tengo nada contra la UBA, me da orgullo la UBA, porque es un emblema nacional, pero parece que como tantos emblemas nacionales nos llevan de nuevo a unitarios y federales. No nos pueden dejar tirados. No cuando salimos a la calle todos por todos y de golpe se cortan solos”.
Y Lucía está lanzada sobre su propia tormenta y sigue con que “ya leí las especulaciones de los votos de la ley esa que nos va a hundir. Es muy probable que sea cierto, somos pocos y nos conocemos mucho y no me importa eso, yo solo sé que nos usaron, y la única palabra que se me viene es traición, a todo el movimiento. Hablándote también desde la emoción, nos usaron a todo el movimiento. Usaron algo muy posmoderno para mí, que tiene que ver con el olvido y con la inmediatez, entonces una foto. Una masividad. Y van y dicen este es mi capital, este es mi capital con el cual vengo a negociar y te cierro la puerta”.
Y ahora Lucía respira. Piensa. No es que se quedó sin palabras, es que tiene tantas, que le sobran. Otro mate. Mira por la ventana y levanta la vista. Y vuelve a negar con la cabeza. Ahora junta los cigarrillos, el encendedor, el celular y una lapicera con una libretita azul que no usó y recién se suaviza su mirada. “Mañana cumplo años, ¿sabés? Treinta y ocho. Y este año terminaba mi carrera… no puede ser que me roben también eso”. Y termina de acomodarse para salir sin conseguir evitar lo que se la sale mientras se acomoda la bufanda “no podían hacer eso. No tenían derecho”. Y ante mi mirada de interrogante dispara la respuesta: “La UBA nos cagó”.