Estamos en tránsito hacia otra etapa de la humanidad. El futuro es impredecible pero ¿acaso no lo fue siempre? La educación formal es una actora de ese tránsito, por su participación o por su resistencia. Sobre todo, por el papel que le asigna la sociedad. Hay hechos diversos: 1) un mercado poderoso que encontró en la educación una enorme fuente de ganancias y pretende desplazar al Estado desarmando los sistemas de educación pública o apoderándose de ellos, y eliminando a la educación social 2)una fuerte acción publicitaria de empresas que ofrecen carreras y titulaciones compitiendo con la educación formal; 3) la aceleración de los cambios tecnológicos a un ritmo inédito, que trastoca las posibilidades de adaptación simultánea del sistema educativo; 4) el sometimiento de varias generaciones a la creencia en la superioridad de la Inteligencia Artificial y al inevitable desplazamiento del factor humano en la educación; 5) la resignación de quienes por razones económico sociales o generacionales van quedando afuera del mundo digital; 6) el mercado, su publicidad, las dificultades para seguir el avance tecnológico, estimulan la desacreditación de los docentes, que son sospechados de burócratas, adictos a las huelgas e ignorantes; las clases media, y media baja, tradicionalmente positivas respecto a la educación estatal, se volvieron consumidoras de todo tipo de educación privada que esté a su alcance. Sin embargo el 23 de abril miles y miles de personas manifestaron a favor de la educación pública: algo profundo de la identidad argentina emergió ese día.

Pero llama la atención que se siga ignorando la precariedad de condiciones en las que trabajan los docentes, siendo por demás conocido que los salarios de los educadores argentinos, desiguales en las distintas provincias, llegan a estar al nivel de pobreza, que el gobierno de Macri desarticuló los más importantes programas de formación docente y que ahora, en el gobierno de Milei, se avanza de manera inédita en el desfinanciamiento de la educación ¿Saben los lectores que en Francia y en España los profesores de secundaria tienen 18 horas de clase frente a los estudiantes, y tiempo pago adicional para la preparación de las clases, la corrección de trabajos, los intercambios por vía digital? En la Argentina el 70% de los docentes de secundaria debe trabajar en 2 o más instituciones y la mitad de ellos tiene ocho cursos o más; necesita acumular 30, 40 horas y más para reunir un salario digno. Sumemos el tiempo (y costos) del viaje entre escuelas. Y la interrumpida capacitación, la desigual e insuficiente alfabetización digital, la falta de acceso a equipamiento tecnológico, el estado de los edificios, y la decisión de gobierno nacional de interrumpir el envío del Fondo Nacional de Incentivo Docente a las provincias.

Entre otras críticas se dice que los docentes “siempre faltan” ¿Hay que revisar el régimen de licencias? Es posible, (en el marco de la paritaria nacional, por supuesto) pero ello no anula que el 65% de los/las educadores/as son mujeres y el 35% hombres. Varios tipos de licencias se originan en las tareas de cuidado que las mujeres tienen a su cargo. Pero, además, la situación que ya enunciamos no alienta a trabajar con chicos a cuyas familias les duele que hayan “caído” en la escuela pública, o que los alumnos lleguen sin desayunar ni perspectiva de comer en la escuela, dado que el gobierno nacional suspendió la alimentación escolar. Desde la perspectiva del gobierno de Milei nada de ello constituye un problema, porque considera a la educación pública un gasto inútil y su desfinanciamiento es parte del desguace del Estado. Pero desde el amplio espectro de perspectivas democráticas que se manifestó por la educación pública, debe comprenderse que el primer problema de nuestra educación es la falta de inversión. Educar a la población cuesta y no es un gasto sino una inversión, una obligación constitucional, un acuerdo social y un compromiso con el futuro. Por ello es necesario que la opinión pública abandone la fantasiosa figura del “maestro de antes” y, de manera coherente con su manifestación a favor de la educación pública, apoye los reclamos por condiciones de trabajo dignas de los docentes de todos los niveles del sistema educativo.

La opinion pública argentina debe ponerse a la altura de la época en que vivimos. No se trata de repetir con frivolidad que el algoritmo sustituirá al maestro, sino de hacer los esfuerzos económicos, tecnológicos y pedagógicos necesarios para que los docentes puedan adueñarse de las nuevas herramientas tecnológicas, cuya capacidad pedagógica sigue aún dependiendo de las culturas humanas.

La inteligencia artificial puede facilitar al maestro tener menos cargas administrativas e incluso actividades educativas que podrían descargarse en el algoritmo. Tendría más tiempo para orientar a los chicos, enseñarles a usar distintas herramientas (libros, programas digitales y los que surjan) escucharlos, relatarles, participar de reuniones de intercambio con colegas, formarse. Las herramientas tecnológicas y los educadores no son incompatibles desde una concepción humanista de la educación.