La primera vez que escuché el Álbum Blanco de los Beatles mi vida cambió para siempre. No estoy exagerando ni un poco: fue un momento revelador, algo realmente inesperado, como muchas situaciones que marcan un antes y un después.
Me crié en una casa grande, que habían construido mis abuelos paternos, inmigrantes italianos. La típica casa chorizo, con un jardín que había sido el hogar de gallinas, palomas, frutales y hortalizas. Cuando digo que era una casa grande a lo que quiero llegar es que mis viejos –amantes de la música– escuchaban música al palo, por lo que los discos de vinilo los podías escuchar tanto si estabas en el fondo, en la terraza, en tu cuarto jugando con playmobils o donde sea. Había una banda de sonido permanente, era el aire que se respiraba.
Mis viejos amaban el rock: Led Zeppelin, Deep Purple, Jethro Tull, Yes, Dire Straits, Pescado Rabioso, Manal, Virus, Stones, Genesis, Queen, The Police, Hendrix, Pink Floyd... La lista es interminable, en mi casa había una colección de vinilos de rock muy grande, había de todo. Todo menos los Beatles.
Dentro de ese contexto, entrando en mi preadolescencia y con la llegada al hogar de una bandeja de CD, empezaron a llegar discos que iban complementando a los vinilos y también empezaron a sonar los primeros discos de bandas nuevas como los Guns N’ Roses: fue la primera banda que compartimos con mis viejos. Era una banda que descubrimos todos a la vez.
Estábamos sobre finales de los ’80 y si me gustaba alguna canción que no estaba en los discos que había en casa, esperaba que suene en la radio y las grababa en cassette. La onda era tratar de que el locutor o locutora no hable mucho arriba del comienzo, o que no la corten mucho antes del final. No era tarea sencilla tener una toma digna.
A todo esto siempre relacionaba a los Beatles con algo ñoño (¡Qué iluso!). Conocía algunos temas, obviamente, pero no me interesaban, nunca habían formado parte de mi mundo. Ni la familia, ni amigos, nadie me los había presentado. No tuve hermanos ni primos mayores, era el más grande dentro de los niños de la familia. No existía YouTube ni Spotify, como para curiosear... ¡No existía internet! Era otro mundo: las cosas nos llegaban de forma analógica, compartidas por otros, o viéndolas en una vidriera, o alguna reseña en una revista.
Luego, en mi adolescencia, por motivos obvios (fui adolescente en los ‘90) el grunge en todas sus formas se apoderó de mi biblioteca musical. No había lugar para otra cosa: grunge y videojuegos, así pasábamos las tardes con mis amigos. Empecé a tocar la viola en la misma época en que salió In Utero de Nirvana y Pablo Honey de Radiohead. Estaba lejos de ir a comprarme un disco de los Beatles.
Me fui a vivir solo al terminar la secundaria, no tenía ni 20 años. Mi abuelo Beto compraba Página/12 y los jueves me guardaba el suple No. Leyendo una nota a Palo Pandolfo, le preguntan cuál es el disco más groso para él y Palo responde: Revolver, de los Beatles. Siempre me llamó la atención cómo músicos de todos los estilos nombraban a un disco o a una canción de los Beatles como algo que los había marcado. Nunca había sentido afinidad por ellos pero tampoco había escuchado un disco entero.
En esa época trabajaba en un local y los viernes pasaba un flaco que vendía CDs copiados. Venía con un bolso grande y pesado. Al día siguiente de leer la nota del No pasa y le pregunto: “¿Tenés Revolver de Los Beatles?”. Me responde: “No, pero tengo el Álbum Blanco” (¡Tenía el Álbum Blanco!). Era doble, le compré los dos CDs y esa noche hice algo que sigo haciendo porque es una forma especial y viajera de escuchar música: me tiré en la cama a escuchar los dos discos, en un discman, con auriculares.
Hoy, a casi 25 años de ese momento, todavía puedo recordar con exactitud lo que sentí. Es algo muy difícil de poner en palabras, como cualquier momento revelador en la vida. Como cuando alguien que tiene un hijo trata de explicarte lo que sintió al verlo nacer... ¿Cómo haces para explicar eso? Bueno, eso me pasa, no se cómo explicar lo que sentí.
Lo que sí se, es que había magia hasta en los silencios entre tema y tema. Cuando terminé de escuchar los dos discos mi vida había cambiado. Se movieron cosas en lo profundo de mi interior y percibí a la vida de otra forma, no fue sutil, fue algo muy concreto.
Hoy quizás puedo comprender un poco más por qué fue algo tan revelador: siento que en la música de los Beatles habita una fuerza espiritual, un sexto Beatle (si contamos a George Martin como el quinto). En el Álbum Blanco esa fuerza está en un primer plano, por encima de todo lo demás. Esa fuerza me pegó como un rayo.
Cada vez que escucho el sonido del avión que une el final de Back in the U.S.S.R. y los primeros arpegios de Dear Prudence siento que esa noche fue anoche.
Mientras escribo esto estoy escuchando el Álbum Blanco y siento que esa noche es ahora.
Abril Musashi nació en Buenos Aires en 1981. Estudió contrabajo en el conservatorio Alfredo Ginastera, continuando luego su formación musical con maestros particulares y también de forma autodidacta. Integró proyectos musicales interpretando diversos géneros e instrumentos: música popular de Brasil en el contrabajo, tango en guitarra y bajo eléctrico en distintas bandas de rock. Los últimos años se dedicó a realizar diseño sonoro y música original para obras de teatro y performances de danza butoh. Actualmente continúa sus estudios de armonía y contrapunto con el maestro Francisco Sicilia, dedicándose al piano como instrumento principal, mientras trabaja en colaboraciones con otros artistas y compone las músicas de su próximo disco. Durante los jueves de mayo está realizando un ciclo de conciertos de improvisación en piano, Agua calma, en vivo a las 22, desde su canal de YouTube.