La sorpresiva muerte de Ebrahim Raisi (foto) en un accidente cerca de la frontera entre Irán y Azerbaiyán, ha propiciado una crisis inédita y cuyas repercusiones excederán, con mucho, a la realidad política de la nación chiita.
Indefectiblemente, la trágica desaparición de este mandatario ocupará desde ahora un lugar protagónico en la escena política de Medio Oriente, dado el tenor de las relaciones establecidas por Irán con Turquía y con Arabia Saudita y, de manera particular, con Israel, con el que mantiene una histórica conflictividad. De igual modo, sus efectos se percibirán en las terminales políticas y militares, reconocidas y clandestinas que, desde hace años, Teherán sostiene en Yemen, Líbano, Irak, Siria y Gaza.
Por otro lado, la capacidad de procesamiento de uranio para la fabricación de armas nucleares convierte a la actual crisis sucesoria en el país persa en un acontecimiento de impredecibles consecuencias para la política exterior de Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea.
Con un pasado como fiscal en distintas provincias, y demostrando en todo momento su compromiso con la línea dura del chiismo y su lealtad con la teocracia gobernante, Ebrahim Raisi fue elegido presidente tras imponerse en la contienda de 2021.
Sucedió en el poder al moderado Hasán Rohani en unas controversiales elecciones marcadas por la ausencia de candidatos reformistas y moderados, y por la más baja participación electoral en la historia reciente del país. En un giro político de amplias consecuencias, el gobierno inconcluso de Raisi supuso el regreso al poder de los ultraconservadores y un nuevo empoderamiento de aparatos militares como el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica.
Pero ahora, el golpe por la muerte de Raisi es doble: no sólo desaparece el presidente de Irán, sino quien también era el candidato natural para convertirse en el próximo líder supremo en reemplazo de Alí Jamenei, de 85 años y con graves problemas de salud.
Se podría agregar un tercer elemento de tensión ya que la muerte del canciller Hossein Amirabdolahian, otro pasajero en el helicóptero siniestrado, priva al elenco gobernante de quien se pensaba que podía ser el principal cuadro de recambio para la facción ultraconservadora hoy dominante.
En un sistema altamente personalista y centralizado, la abrupta desaparición de uno de los vectores de poder posibilitará en un corto plazo el ascenso de otras figuras de relieve institucional, pero con menor capacidad de intervención política.
Son los casos del del presidente del Parlamento, Mohamad Baqer Qalibaf, y el jefe del aparato judicial, Gholamhosein Mohseni Ejei. Ambas figuras, junto con el vicepresidente Mohammad Mokhber, deberán convocar a nuevas elecciones en menos de dos meses, tratando de mantener aceitado un aparato que luce envejecido y con casi nulas chances de recambio o de incorporación de nuevas figuras.
Frente a la incertidumbre, hoy la suerte del régimen dependería de una única persona, Mojtaba Jamenei, el hijo del Ayatola, y a quien muchos ven como el sucesor del fallecido gobernante. Más allá de su origen, es poco lo que se sabe sobre esta persona.
Con 54 años y profesor de teología en un seminario de Qom, Mojtaba Jamenei no tiene un cargo formal en el Estado aunque desde hace casi dos décadas incide directamente en las políticas de seguridad: desde el nombramiento de funcionarios a la supervisión de sectores clave de la burocracia iraní.
Su nombre comenzó a trascender como uno de los principales socios políticos del ex presidente Mahmud Ahmadinejad: su rol fue clave en la reelección que obtuvo en 2009, así como también en la dura represión contra el Movimiento Verde, conformado espontáneamente por colectivos ciudadanos que insistían en el carácter fraudulento de la contienda presidencial.
A fines de agosto de 2022, y de manera sorpresiva, la Asamblea de Expertos conformada por 88 clérigos de principal nivel designó como ayatola a Jamenei, pocas semanas antes de que estallaran las movilizaciones en protesta por la muerte de Mahsa Amini y que por varios meses surcaron a todo el país. Como ocurrió 13 años antes, también en ese momento resultaría señalado como uno de los principales responsables de los actos represivos en contra de los manifestantes.
El eventual ascenso al poder de Mojtaba Jamenei representaría hoy a los paramilitares y clérigos más radicales que se han consolidado en los últimos años como los actores más poderosos de este Irán en crisis y que, sobre todo, se han fortalecido como principal instrumento de contención frente al crecimiento de las protestas sociales motivadas en el aumento de la pobreza y en la violación a los derechos humanos.
En cualquier caso, el nombramiento de Jamenei no dejaría de generar ataques y acusaciones en contra de la clase política y religiosa por incurrir en nepotismo, una de las prácticas más denostadas del anterior gobierno del Sha y a la que el régimen de los ayatolas pretendió desterrar desde su llegada al poder en 1979.
En medio de suspicacias y sospechas, de versiones de atentados planificados por otros gobiernos y de fuertes tensiones dentro el cuerpo gobernante, el sistema político iraní enfrentará su más difícil desafío para asegurar su supervivencia en el tiempo.
Pero esta vez el peligro no provendría tanto del exterior como de las tensiones internas que, en su multiplicación descontrolada, amenazan con provocar una crisis irremontable del sistema político.