Los sábados a las 20, la sala del Espacio Callejón se convierte en un mundo alterno y transporta a los espectadores –si es que se entregan a la aventura– a una dimensión desconocida. El espacio está repleto de humo y se hace difícil distinguir con claridad formas o figuras. Un aviso de lo que vendrá: una obra en la que los límites entre lo visible y lo invisible, las luces y las sombras, la transparencia y la opacidad se tornan difusos. Algo de eso es Cráter, la nueva creación de la coreógrafa y bailarina Leticia Mazur junto a Gianluca Zonzini en la que dos viajantes del tiempo llegan al mismo lugar desde donde partieron y se preguntan: ¿cuál es el límite de la experiencia?

Mazur y Zonzini se conocen desde hace muchos años. Él tomaba clases con ella, rápidamente sintieron una gran conexión y se hicieron amigxs. Zonzini trabajó en varios proyectos de Mazur, primero como asistente de dirección y más tarde como intérprete y co-creador. Hace un tiempo surgió el deseo de dirigir una obra juntxs y encararon este proceso creativo. “Empezamos a mandarnos videos de cosas que nos entusiasmaban, en general de mundos desconocidos o fenómenos que no se podían explicar y lo que le pasaba al humano frente a eso”, cuenta Mazur en diálogo con Página/12.

En 2022 convocaron al sociólogo Manuel Hermelo, quien explora desde diversas disciplinas como la performance, la poesía y la literatura. Hermelo, además, fue integrante original de la mítica Organización Negra, una agrupación estudiantil que se distanciaba del teatro convencional y apostaba a intervenciones en espacios públicos durante los '80. “Ese año nos juntábamos una vez por semana a delirar, a improvisar sin la necesidad de tomar decisiones, fue muy libre”, recuerda la coreógrafa. El título, dice, apareció enseguida: “Nos gustaba la palabra cráter porque tiene varios sentidos: es una especie de huella de un meteorito, un agujero, una cicatriz de algo que pasó, un fenómeno extraordinario e inmenso. Y remite al espacio exterior”.

Durante el proceso probaron desde el cuerpo, los textos y los dibujos de Hermelo. “Queríamos que la obra fuera muy misteriosa y muy poco evidente en términos de construcción”, explica Mazur. En algún sentido Cráter se vuelve inasible, como un viaje que al ser narrado pierde algo porque su potencia reside en la experiencia de ese aquí y ahora enrarecido similar al horror cósmico que H.P. Lovecraft supo articular en el campo literario: lo desconocido en el más allá o en lo familiar que se vuelve extraño. En la función alguien pregunta de qué va y sería difícil explicárselo porque aquí –como en las mejores propuestas que combinan texto, danza, performance y poesía– no hay una trama lineal sino una invitación a afinar los sentidos para habitar el mundo creado.

Hay un punto en el cual la especie humana no puede dar cuenta de lo que vive. Sobre esa incapacidad de procesar la experiencia está puesto el foco de la obra. “Esa limitación te puede ocurrir en un vínculo o con un alien, lo desconocido o lo misterioso está más allá y más acá también”, remarca la artista, y recuerda que ciertas cuestiones ya aparecían en obras anteriores como Los huesos. En la cartelera porteña hay varias producciones que, desde distintos ángulos, exploran esa necesidad de fuga. Cuando se le consulta sobre esto, Mazur dice: “Creo que a quienes hacemos teatro se nos aparece la necesidad de transformar, construir, fantasear y pasar a otros planos de realidad. Al ponerte la quijada cadavérica de un burro ya sos otro”.

En Cráter hay unos cuantos elementos escénicos muy significativos por su textura y lo poético aparece en esa relación con los materiales, con el cuerpo, con la imagen y la palabra: restos óseos, una llave o material volcánico permiten reconstruir parte de la historia previa, pistas de un enigma que quizás no se resolverá nunca. El cráter es un rastro de lo que alguna vez sucedió y, eventualmente, puede volver a suceder. “Creo que los humanos necesitamos construir capas de ficción para fantasear, hacer rituales y transformar la vivencia. Eso que llamamos realidad por supuesto está construido con ficciones y subjetivaciones culturales”, agrega.

¿Cómo generar un lenguaje atractivo para ojos que están acostumbrados a efectos especiales en múltiples pantallas? Ese es un gran desafío para el teatro independiente a la hora de crear universos. “No podemos competir ni queremos, es otra cosa. Hay una artesanía que decidimos defender”, asegura Mazur. El diseño espacial y lumínico estuvo a cargo de Matías Sendón, el diseño sonoro fue creado por Jorge Crowe, el vestuario es de Beto Romano y la escenografía fue realizada por Enzo Galante y Ariel Vaccaro. De esa combinación surge Cráter y Mazur aclara que no se trata de “una historia que sucede en el espacio, más bien somos unos que estamos acá, allá y en ningún lado”. La luz, por ejemplo, es un elemento que está presente desde el inicio del proceso: “No veo la luz como algo que llega después sino como un elemento que está dialogando con el tiempo de la obra y que se materializa. Creo que da cuenta de eso que me fascina del hecho mismo de estar en escena y bailar: la relación entre lo visible y lo invisible, lo material y lo inmaterial. Gracias a la luz vemos y, a la vez, no la podemos tocar. Es una presencia mística en las obras y está metida en el tejido que la construye”.

Cuando se le consulta cómo es producir hoy una obra de teatro en el circuito independiente, Mazur confiesa: “No tengo idea de cómo se hace y no sé cómo lo hicimos. Por momentos la pasé realmente mal porque es muy difícil sostenerlo, luego del estreno quedé devastada. Estrenar una obra independiente no puede ser perder un órgano. Yo vivo de lo que trabajo, no tengo una realidad económica paralela entonces tenía una contradicción enorme con dedicar tantísimo tiempo. Me duele porque ya no tengo 20 y hoy veo una relación muy diferente con la actividad. En el circuito independiente todos nos convertimos en gestores a la fuerza, pero es doloroso que cueste tanto. Con la trayectoria que tengo y cierto acceso a recursos se supone que debería ser más fácil y aún así me cuesta muchísimo, entonces pienso cómo hace la gente que no tiene experiencia. La sociedad necesita una cultura que esté viva, investigando, creando y haciéndose preguntas, pero cada vez es menos posible porque no nos alcanza para pagar el gas. El sector cultural lo siente y también el país entero”.

*Cráter puede verse los sábados a las 20 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Entradas disponibles por Alternativa Teatral.