El intercambio comercial marcó un superávit de 1820 millones de dólares en abril, muy por encima del déficit de 193 millones registrado en el mismo mes del año pasado, según el Indec. En el primer cuatrimestre, el ingreso de dólares por la vía comercial acumula un total de de 6157 millones, lo cual implica una enorme diferencia respecto del déficit de 1536 millones de dólares del mismo período del 2023.
Hay dos grandes razones que explican la mejora del resultado comercial. En primer lugar, la profunda crisis que sufre el mercado interno, que deprime a las importaciones tanto de bienes e insumos utilizados por las empresas en sus decisiones de inversión como a los artículos que se destinan al consumidor final.
En segundo lugar, la mejora relativa de la cosecha de granos respecto de la histórica sequía que afectó al campo durante el año pasado. Esta recuperación incide al alza sobre las exportaciones del complejo agropecuario.
De esta forma se encuadra la caída del 22,7 por ciento de las importaciones durante el mes pasado y del 23,8 por ciento en el acumulado del cuatrimestre. Primera conclusión: hasta ahora, en el gobierno (supuestamente) más libertario del mundo se importa menos que durante la gestión peronista. En cambio, las exportaciones, guiadas por la recuperación de la cosecha, avanzaron en abril un 10,7 por ciento interanual y 9,8 por ciento de forma acumulada.
Qué hay detrás
Claramente, el superávit de la balanza comercial es en sí mismo una buena noticia. No hay economista más o menos serio que postule un sendero de crecimiento y desarrollo sin venderle al mundo más de lo que se compra desde el exterior. El superávit comercial fue, por ejemplo, la clave por detrás del crecimiento de la economía durante la década pasada, porque permitía acumular reservas en el Banco Central y reducía grados de incertidumbre, que en la Argentina se traducen en corridas cambiarias.
Sin embargo, hay condiciones de inestabilidad o de escasa sostenibilidad del superávit comercial. Una de ellas es la crisis interna: nadie puede desear una depresión económica nacional para conseguir buenos números en el sector externo. En otras palabras, se trata de una condición que es (o debería ser) provisoria o accidental.
En el mes pasado, las importaciones de combustibles y lubricantes elaborados se redujeron en 368 millones de dólares, a partir de una fuerte caída en las cantidades adquiridas de gasoil, gas natural y gasolinas.
En el caso de piezas y accesorios de bienes de capital, la caída fue de 233 millones de dólares, debido a un descenso de 26,5 por ciento en las cantidades. En este punto, sobresale la merma de cajas de cambio para autos, partes de carrocerías, partes de turbinas, frenos, motores y partes para teléfonos celulares.
En bienes de consumo, la caída es de 103 millones de dólares, a raíz de la baja en las compras de medicamentos y bananas, entre otros. En bienes de capital, la merma es de 124 millones de dólares, por efecto de la caída en las adquisiciones de autos.
Sólo en bienes intermedios se registró una caída casi nula en términos de cantidades, porque allí pesa mucho la importación temporaria de porotos de soja y de agroquímicos para el campo. De todas formas, en términos de valor estas compras cayeron en 570 millones por efecto de los precios internacionales.
En cuanto a las exportaciones, la mayor parte del alza se explica por el rendimiento de los productos primarios, que recaudaron 545 millones más que en el mismo mes del año pasado, gracias a las mayores colocaciones de maíz, trigo y porotos de soja.
También mejoraron las ventas del sector de energía, por 290 millones de dólares, por el petróleo crudo y carburantes. En manufacturas del agro, la mejora vino por el lado de harina y pellets de soja. En manufacturas industriales se produjo una caída, tanto de precios como de cantidades. Tuvieron bajas los autos y biodiésel, entre otros.