Los multiversos se pusieron de moda. No solo en las películas de superhéroes sino en aquellas que cosechan las estatuillas más importantes de una temporada de premios, como ocurrió hace poco más de un año con Todo en todas partes y al mismo tiempo (2022). Líneas temporales que se entrecruzan, personajes que se desdoblan, versiones de héroes y antihéroes que se replican en función de decisiones importantes, coyunturas adversas, encrucijadas existenciales. ¿Una pavada o algo que vale la pena pensar como fenómeno? El novelista Blake Crouch se plantea esos interrogantes en su nueva serie para Apple TV, Dark Matter, reinvención de su exitosa novela que intenta plasmar en imágenes dilemas que a menudo esquivan la concreción más literal. Pero el autor no parece amedrentarse ante los riesgos de un debut como creador en solitario y consigue una historia oscura y laberíntica, sostenida en las notables actuaciones de Joel Edgerton y Jennifer Connelly, que convierte a la ciudad de Chicago en la usina de viajes temporales y dilemas de la mecánica cuántica. ¿Es posible llevar a la realidad el célebre experimento de Erwin Schrödinger y su gato, el que está vivo y muerto al mismo tiempo? ¿O detrás de esa paradoja de la física se encuentra el verdadero límite del conocimiento humano?
"Los pasados resuenan en la memoria del camino que no tomamos, hacia la puerta que nunca abrimos". La frase del poeta T. S. Eliot preside una exposición de arte que el físico Jason Dessen (Joel Edgerton) visita en su ardua peregrinación por respuestas. Es que desde hace poco más de un día su vida se ha desmoronado sin remedio, ha desaparecido ante sus ojos para dejar en su lugar un escenario desconocido, presidido por decisiones que nunca ha tomado en el pasado. Lo conocemos como un aplicado profesor universitario, atento a sus clases y ecuaciones, aun frente al hastío y la desidia de sus alumnos. Tiene una buena vida, es padre de Charlie (Oakles Fegley), un hijo adolescente, y está casado con Daniela (Jennifer Connelly), su novia de juventud, una artista visual devenida en galerista. Ambos han dejado atrás algunos sueños, pero el calor del hogar los compensa con una cena en familia, un buen vino, una sonrisa al inicio de cada día. Sin embargo, los triunfos profesionales nunca se concretaron y la prestigiosa beca Pavia terminó en las manos de un colega que lo invita a su celebración. Allí, entre esa algarabía ajena, recibe una oferta tentadora para integrar una compañía de neurotecnología en San Francisco. Lo cual supone abandonar la ciudad, el trabajo universitario, la rutina diaria. ¿Está dispuesto a tomar esa decisión?
"Cuando tenía poco más de 30 años, sentí que había vivido suficiente tiempo como para mirar atrás, a todos los caminos que había tomado y a aquellos que había desestimado", reflexiona Blake Crouch en una entrevista con Time. Esa es la premisa de la historia, que tiene como sostén el andamiaje de la física cuántica sin convertirla en un recetario de fórmulas matemáticas ni en frases que resuenen como autoayuda. ¡Explora el camino que has dejado atrás! No, la idea de Crouch ofrece un juego que él mismo no pudo concretar en el material literario, al escoger la perspectiva de Jason como rectora del relato. Restringidos a la mirada del protagonista los lectores seguían su recorrido a ciegas, optando por el saber frente a lo desconocido. La serie, en cambio, abre ese abanico a otros personajes, y con ello gana y pierde. Se expande el universo de Daniela, una mujer que también ha resignado ambiciones profesionales, con dudas y ansiedades que no confiesa a su marido, y se despliega un entramado policial que emplaza amenazas y persecuciones, probablemente una necesaria concesión para ajustarse a algunos mandatos del streaming contemporáneo.
"Cuando publiqué la novela, en 2016, no existía el actual furor por las historias de multiversos. Por ello, llevarla a la pantalla hoy en día nos exigía cierta diferenciación. Intentamos vacunarnos contra la moda de las historias de realidad alternativa diciendo: 'Hagamos grandes personajes que a la gente le importen y esperemos que quieran seguirlos en su viaje'". Y el viaje de Jason comienza sin querer, cuando rebota en su interior la propuesta de su amigo, la puerta hacia el éxito que una vez cerró. En esa Chicago fría y nocturna, entre sus puentes y callejones convertidos en sombríos testigos de su dilema interno, Jason es secuestrado por un hombre enmascarado. "¿Sos feliz con tu vida? ¿Nunca te preguntaste qué otro camino podrías haber tomado?", lo interroga. "Oportunidad" es la última palabra que reverbera tras las máscaras. Después de un sueño turbulento, Jason despierta en una vida diferente. Una nueva decoración para su casa, una nueva mujer que lo espera: la doctora Amanda Lucas (Alice Braga). Un premio Pavia acomodado en el estante del estudio donde antes estaba la habitación de su hijo adolescente.
Pese a los recovecos del artilugio narrativo y las explicaciones científicas, Dark Matter se concentra en el dilema humano de Jason y del doble que ahora ocupa su lugar. La mayoría de las críticas en los medios de Estados Unidos, tibias sobre todo por la extensión del relato en nueve capítulos y algunas vueltas de tuerca que evalúan innecesarias, se concentran en la efectividad de la intriga a lo largo del derrotero de los multiversos y la posible llave para regresar al original. O al conocido, al menos. Pero Dark Matter habla de otra cosa, y sus mejores momentos están más allá de los biombos de la ciencia ficción y las escenas de acción y misterio. Joel Edgerton consigue brindar a Jason una densidad existencial que recuerda a los antihéroes de Krzysztof Kieślowski, atrapados en las encrucijadas del azar y las puertas lindantes en un mundo de constantes divisiones. Las conversaciones con esa Daniela que un día ha abandonado sin saberlo, el reflejo de un triunfo ajeno que ahora se le impone, o el anhelo de regresar sobre sus propios pasos sin saber si son los correctos pesan en el semblante de Edgerton, cuyo mundo persiste como una fórmula en la que no halla la resolución.
El punto de bifurcación ha sido siempre concebido como el Grial, el exacto momento en el que la historia podría haber sido otra. En El azar (1987) de Kieslowski se medía en una corrida hacia la estación de tren donde se jugaba el destino político de Polonia; en Dark Matter, a través de un largo corredor que aguarda en una caja. La simbología de la serie puede parecer cercana al clisé y amoldada a las exigencias de una narrativa que no puede escapar del todo a los mandatos de la intriga corporativa, los sortilegios policiales y las extravagancias de la ciencia ficción contemporánea. Pero debajo persiste el íntimo dilema de quien evalúa su vida como algo más que un ejercicio moral, como una duda que late incesante, más allá de egos y egoísmos, y que se hace más acuciante en tanto algunas puertas ya no pueden abrirse.