FURIOSA: DE LA SAGA MAD MAX 8 puntos
(Furiosa: A Mad Max Saga; Australia/Estados Unidos, 2024)
Dirección: George Miller.
Guion: George Miller y Nick Lathouris.
Duración: 148 minutos.
Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Chris Hemsworth, Tom Burke, Lachy Hulme, Charlee Fraser, Alyla Browne.
Estreno en salas de cine.
A los 79 años, con los pedales del acelerador como recién salidos de fábrica, el australiano George Miller sigue profundizando en el universo creado por él mismo hace cuatro décadas y media en su ópera prima: Mad Max, la película de bajo presupuesto y altísimo rendimiento que puso los cimientos de la carrera de un actor neoyorquino, por entonces desconocido, llamado Mel Gibson. Luego de dos secuelas producidas en los años 80, cada una de ellas de mayor octanaje que la anterior, Miller –quien nunca cedió a la tentación de venderle la saga a otros productores o realizadores– filmó en Hollywood un éxito de cierto prestigio, Las brujas de Eastwick, produjo un injustamente olvidado thriller de su coterráneo Phillip Noyce, Terror a bordo, y dirigió el notable díptico protagonizado por Babe, el chanchito valiente. Pocos podían anticipar tiempo atrás que, veinte años después de dejar de lado la saga distópica y desértica que le dio fama y fortuna, el cineasta volvería al ruedo con Mad Max: furia en el camino (2015), un regreso en gran forma a ese universo iconográfico.
Presentada fuera de concurso en el Festival de Cannes hace apenas una semana, Furiosa: de la saga Mad Max es un animal de una raza ligeramente diferente al film anterior. El papel interpretado previamente por Charlize Theron, Imperator Furiosa, es ahora encarnado por dos actrices: la niña Alyla Browne y, en una versión más madura, por Anya Taylor-Joy. Precuela hecha y derecha, en tanto transcurre años antes y describe los pasos previos de la protagonista –eso que suele denominarse “relato de origen”–, sus dos horas y media no replican el ritmo trepidante e imparable de Furia en el camino, optando en cambio por un constante rebaje de cambios que le permite concentrarse en las criaturas y sus circunstancias como pasos previos a una nueva aceleración y picada. Dividida en cinco capítulos claramente diferenciados en pantalla, la historia de Furiosa comienza con un rapto, el suyo, y el abandono de una suerte de edén en la Tierra por una nueva vida de esclavitud, física y espiritual.
Quien “adopta” a la niña es el Dr. Dementus (Chris Hemsworth), jefe tribal de una banda de motoqueros con planes de dominación mundial (bueno, lo que queda del mundo después del desastre). En esas tierras salvajes donde el perro grande se come al chico y cada tribu ha adquirido características de supervivencia propias, Dementus intenta hacerse con una parte del poder controlado por Inmortal Joe, sus dos hijos –de nombres Rictus Erectus y Scabrous Scrotus– y varios adláteres, al tiempo que la jovencita es vendida como otra clase de sierva, escapa de ese destino y, elipsis mediante, aparece reconvertida en una auténtica guerrera de las rutas. Al mismo tiempo víctima y conquistadora, una soldado sin ejército cuyo trauma de origen sigue expuesto, como una herida purulenta.
Rodada en Australia con otra notable performance del equipo de dobles de riesgo (aunque aquí el uso de los efectos digitales es más ostensible que en el film anterior), Furiosa es otro estupendo acercamiento al cine físico y un noble capítulo dentro de la saga, aunque el guion intente por momentos sumar demasiados elementos dramáticos, incluso con algún que otro toque shakesperiano. Más allá de los excesos en esa línea, la película le saca varios cuerpos, en todos los terrenos, a la mayor parte del cine de acción contemporáneo y, ni qué decirlo, al universo superheroico. En parte gracias al credo visual de Miller, que se apoya en la puesta en escena como un acto tangible, material, no como resultado de una composición de técnicos de posproducción tirando cada uno para su lado; en parte porque en cada moto, auto o camión que describe curvas en el desierto se esconde un posible descendiente de Lawrence de Arabia, intentando sobrevivir a toda costa.