De pronto, como si quisiera coparle la parada a Mia Goth, la indiscutible reina del grito de esta década, otra actriz de cabellera rubia se calza con firmeza y seguridad los hábitos del terror sanguinario. Sydney Sweeney es la protagonista de Inmaculada, un relato de encierros y constreñimientos físicos y espirituales que la encuentra habitando un monasterio italiano con varios secretos, algunos de ellos milenarios. El cuarto largometraje del realizador Michael Mohan (quien ya había trabajado con Sweeney en Los voyeristas, estrenada exclusivamente online durante la pandemia, y en la serie de Netflix Everything Sucks!), es un furioso digesto de horrores cinematográficos pretéritos que logra superar el estadio de simple refrito u homenaje gracias a un guion ingenioso y un personaje central con rotundo peso específico. En Inmaculada, cuyo título adquiere todo su sentido cuando la trama ha dado varias idas y vueltas, confluyen los aires del giallo, el gótico, el terror demoníaco y otros territorios pavorosos construidos en base al sudor y, sobre todo, la sangre de decenas de películas gestadas a ambos lados del océano décadas atrás.
Que la impulsora del proyecto haya sido la propia Sweeney, que además de protagonizarlo fungió como principal productora del film, habla a las claras de una predilección por cierto tipo de relatos usualmente relegados en términos de prestigio, al menos hasta tiempos relativamente recientes. La historia de la hermana Cecilia, la novicia norteamericana que viaja a un remoto paraje de Italia para hacer sus primeros votos, congrega gestaciones imposibles y la más alta tecnología puesta al servicio del Señor, con un grupo de monjas superioras y dos sacerdotes como promotores de un particular resurgimiento del cristianismo que se lleva a cabo bajo el más estricto sigilo sacramental. A partir del próximo jueves 30 podrá verse en salas de cine esta juguetona –pero no por ello menos aterradora– historia de iniciaciones y sacrificios, enmarcados en la más rigurosa estructura eclesiástica y el creciente temor de la heroína de ser una simple herramienta de un grupo de seres humanos jugando, como el doctor Frankenstein en otro siglo, a ser Dios.
El prólogo señala el camino de la cruz invertida: una joven religiosa reza el Ave María frente a una clásica imagen pictórica de la Santa Madre mientras a su lado, sobre el lecho, yace una valija preparada para la huida. Nada saldrá como lo espera y, a punto de cruzar el umbral que separa los terrenos del monasterio del mundo exterior, los brazos de un grupo de religiosas abortan el plan. El espíritu de Poe sobrevuela el preámbulo, indicándole claramente al espectador que ese lugar teóricamente sagrado es un terreno fértil para el horror de la carne, la mente y el espíritu. Y hacia allí se dirige la hermana Cecilia, desconocedora de los males que la aquejarán en breve. Como su prima lejana Suzy Bannion, la protagonista del clásico del terror italiano Suspiria (1977), que arribaba a otro país europeo para desarrollar el arte de la danza sin saber que estaba internándose en un nido de brujas. Aquí no hay hechiceras, pero sí fieles devotas de una confabulación secreta, siervas semi anónimas de dos hombres de fe dispuestos a resucitar aquello que, dos milenios atrás, prometió volver, refulgente y divino.
El guion de Andrew Lobel, que estuvo encarpetado y dormido durante más de una década, vuelve a guiñarle un ojo al citado film de Dario Argento al proponerle a la protagonista, recién llegada a su nuevo hábitat, una compañera algo rebelde llamada Guendalina (la italiana Benedetta Porcaroli). Una chica que terminó enclaustrada como último recurso, luciendo los hábitos no tanto por convicción, como Cecilia, sino como una manera de aislarse de varias tentaciones terrenales que la estaban llevando por mal camino. Cecilia lo observa todo a través de los ojos enormes de Sweeney, acatando órdenes y deseos ajenos, pero hallando en esa otra pupila una mirada menos rígida y quizás, de manera poco ortodoxa, más compasiva. Y allí, en el subsuelo húmedo al cual la protagonista llega intrigada, impulsada por un deseo desconocido y envuelta todavía en el sudario de un sueño terrorífico, descansa el elemento sagrado que la más avanzada tecnología moderna puede transformar en nuevo milagro. Como esos mosquitos que le permitían al científico del Parque Jurásico revivir a las criaturas del pasado.
CÓMO ME HICE MONJA
La génesis tiene forma de decepción y esperanza. En una entrevista con el medio especializado Variety, la actriz confirmó que el proyecto original de Inmaculada comenzó exactamente una década atrás, cuando la por entonces adolescente Sweeney participó de un casting para una película que no prosperaría. “Fui parte de esas audiciones cuando tenía dieciséis años, por lo que el guion estuvo dando vueltas diez años, aunque ese borrador original era muy diferente. Llamé al guionista, Andrew Lobel, y a partir de allí lo reelaboró hasta llegar a la versión final, pero manteniendo muchos de los temas y subtramas originales. Uno de los grandes temas que sobrevivió a la reescritura es algo inherente al proyecto que, tristemente, es todavía una cuestión que sigue discutiéndose. Lo bueno es que hay muchas cuestiones y tópicos de conversación, que permiten que la gente saque sus propias conclusiones o presunciones. Eso es lo que me encanta: una película no debería intentan enviar un mensaje unívoco a la mente del espectador y decirle ‘esto es lo que necesitas creer’. Lo que me gusta de un film es que haya cierta variación de ideas y conceptos que permitan que la audiencia se involucre”.
Respecto de su participación en una película de terror hecha y derecha, género con el cual no suele asociársela, la actriz de las series Euphoria y White Lotus y la reciente comedia romántica Con todos menos contigo cree que “el horror es divertido, porque es un género sin limitaciones ni fronteras. No es una película pensada para ganar un premio Oscar. Simplemente quisimos hacer algo bueno, divertirnos con personajes que puedan ir hasta lugares muy extremos y absurdos”. Y si bien Inmaculada no llega a pisar ese subgénero popular en los años 70, el de las películas de “monjas locas”, la ligazón con el terror ítalo de esos años está presente en cuerpo y alma. También en la banda de sonido, que reutiliza los acordes de Bruno Nicolai compuestos para el giallo de 1972 La dama rossa uccide sette volte, dirigido por Emilio Miraglia, para señalar el inicio del calvario con ironía musical.
Luego de una celebración ritual, la hermana Cecilia, que sobrevivió de niña a un terrible accidente que pudo haber acabado con su vida, comienza a sentir mareos y vomita. Su compinche Guendalina bromea y le dice que quizás bebió demasiada “sangre de Cristo” la noche anterior, pero la sorpresa no tarda hacer triunfal aparición. Lo avisa el tráiler, y el que avisa no traiciona: a pesar de mantener incólume su virginidad, Cecilia está embarazada. Un milagro, confirmado por el ginecólogo que el Padre Tedeschi (el español Álvaro Morte, conocido por su participación en La casa de papel) manda a llamar desde la ciudad más cercana. También por el ecógrafo, que demuestra sin ningún lugar a duda la gestación de una nueva vida en el vientre de la protagonista. A partir de ese momento, el film toma un nuevo giro que, como en otro clásico del terror uterino, El bebé de Rosemary, trocará la felicidad inicial –potenciada en el caso de Cecilia gracias a la fe en lo portentoso del embarazo– por una creciente sensación de pavor ante las implicancias reales del proceso. Las placas impresas en pantalla, que señala el paso del tiempo utilizando la métrica de los trimestres de preñez, también indican los diferentes pasos emocionales de Cecilia.
Cuando Inmaculada homenajea explícitamente una escena icónica de Mark of the Devil, el largometraje del británico Michael Armstrong rodado en Alemania en 1969 y uno de los primeros torture porn de la historia, ya no habrá marcha atrás. El motor de la historia está en pleno movimiento y es cuestión de que Cecilia tome al toro por las astas o se deje llevar por la estructura que la acoge y sus designios. Rebeldía y liberación o sometimiento y martirologio. En conversación con la revista online Screen Rant, el realizador Michael Mohan describió lo que él considera una gran diferencia entre muchas de las películas de terror religioso recientes e Inmaculada. “Nuestra película no es un relato sobrenatural. En nuestro caso, el mal es real. El mal es el hombre. Los eventos que ocurren en la película podrían suceder. Por supuesto, el horror surge en algún sentido de lo espiritual, pero intentamos hacerlo de otra manera”. Las obvias referencias al cine del pasado quedan más que explicitadas en esa misma entrevista: “Cuando miro películas de terror de comienzos de los años 70 noto que la diferencia esencial con las actuales es que eran mucho más viscerales”.
COMO UNA VIRGEN
El rostro de Marilyn Burns completamente ensangrentado engalana el cierre de la masacre texana de El loco de la motosierra, otra imagen icónica (y visceral) del cine de terror setentoso. La referencia es clara en Inmaculada y se trata de un cierre ideal para la historia de la monja Cecilia, una imagen que está en las antípodas de la representación clásica del arte mariano, con su túnica y manto tradicionales, reconstruida en la pantalla para la ocasión durante los faustos de la coronación de Cecilia. El embarazado ha avanzado hasta un punto de no retorno y las catacumbas se abren al aire libre, respirado por primera vez después de nueve meses de oxígeno viciado. También hay fuego y agua, una corriente interior expulsada como síntoma irreversible de un nuevo cambio. La extensa toma final fue rodada dos o tres veces, pero Monahan confirma que se utilizó para el montaje la primera de ellas, realizada sin ensayos previos. “Hay una magia inherente a las primeras tomas que luego no se repite. Incluso hay un momento en el cual ella respira y literalmente empaña el lente de la cámara. Me encanta”. Como si quisiera robarle el cetro a Mia Goth, cuyo primer plano de clausura en Pearl es ya un clásico del terror contemporáneo, Sweeney le da un cierre al derrotero de la hermana Cecilia con una decisión drástica, definitiva. ¿El comienzo de una batalla de actrices en pos de un reinado sangriento? Es difícil saberlo, pero divertido imaginarlo.