Ganesh tenía 16 años cuando murió de un paro cardíaco en Qatar. Su cuerpo terminó incinerado en un ritual funerario en Nepal, desde donde había partido seis semanas antes. Toda su familia lo lloró en el campo, donde solía trabajar. Pero a él lo empujaron a hacerlo a 3.270 kilómetros de distancia. Requerían su mano de obra barata por las obras del Mundial que se jugará en 2022. Como este joven, las víctimas se cuentan de a miles. Son también de otros países con extrema pobreza como India, Bangladesh y Sri Lanka. El pequeño emirato es la contracara. Tiene el PBI más alto del planeta. Pero su jefe de Estado, el monarca Tamim bin Hamad al Thani, avanza en la lujosa infraestructura para el torneo a costa del trabajo esclavo. Solo las denuncias internacionales consiguieron darle visibilidad a esa tragedia. Se multiplicaron desde que Estados Unidos fue damnificado por una votación sospechada de la FIFA para designar la sede de la Copa. A fines de octubre, una de esas denuncias llegó a manos del Papa Francisco. En el Vaticano recibió al empresario rosarino Guillermo Whpei, presidente de la Fundación para la Democracia Internacional. Le entregó un informe titulado “Detrás de la Pasión”, sobre la explotación laboral y la corrupción en el país del Golfo Pérsico.

“Me gustaría enviarle dinero a mi familia pero no me alcanza ni para volver a Nepal”, cuenta un compatriota de Ganesh. Describe su odisea en un video de los muchos que hay en Internet. Sobrevivió a la Kafala. Se trata de un sistema jurídico que concedía todo el poder a los empresarios que levantan los majestuosos estadios del Mundial qatarí. El gobierno del emirato declara hoy que por una ley de 2015 suprimió aquel sistema esclavista. Y que desde diciembre de 2016 está vigente un régimen diferente de contratos de trabajo.

La Kafala les permitía a los desarrolladores de obras tomar migrantes por cinco años o más, pero bajo una condición: los asalariados debían pedirles permiso para cambiar de empleo o salir del país. Quedaban así sujetos a la voluntad del patrón que, en muchos casos, incluso les retenían el pasaporte. Además son miles las denuncias por falta de pago. El propio emirato brindó datos oficiales que cita la fundación en su texto de 28 páginas. Por ejemplo, que aumentó los 29 inspectores laborales que había en el año 2000 a 397 en 2016. Son descargos que minimizan organizaciones como Amnistía Internacional. En su informe anual de 2016/2017 denunció que los trabajadores extranjeros –la gran mayoría de la población del país– seguían sufriendo “explotación y abusos”.

Una delegación de la OIT comprobó en el terreno que los inmigrantes vivían hacinados en las precarias viviendas que les asignaban. Invadidos por moscas, cucarachas y las peores condiciones higiénicas en baños y cocinas. Sin sindicatos que los defendieran. Esquilmados aun antes de viajar a Qatar por las mafias migratorias. Los trabajadores empezaron a invadir sus propias embajadas con un claro objetivo: regresar a su país de origen.

La FIFA siempre miró para otro lado ante estas prácticas esclavistas que ahora también denuncia la fundación que dirige Whpei. El Papa recibió su informe durante el último congreso de Scholas Occurrentes en el Vaticano. Los datos que contiene no solo involucran al estado que organizará el Mundial 2022. También responsabiliza a empresas constructoras como Eversendai y Midmac-Six Construct que se encargaron de las obras en el estadio Khalifa de Doha, la capital qatarí.

Se trata del primero en el mundo al aire libre, pero con refrigeración en el campo de juego y las tribunas. Se sabe que en el emirato las temperaturas pueden alcanzar los 50 grados en junio y julio. Pero el Mundial se jugará entre noviembre y diciembre por primera vez en la historia, cuando el clima es más benévolo.

El objetivo que se fijó la fundación para la Democracia Internacional sobre la Copa del 2002 es “que se replanteé la sede. Ya hay 2.000 muertos en la construcción de estadios y hoteles”, señaló Whpei. Aunque atendible, el argumento tiene casi nulas chances de prosperar, habida cuenta del poderío económico del emirato y su monarquía. La sede se le concedió en diciembre de 2010. Ni siquiera el escándalo de la FIFA que nació en las investigaciones del FBI sobre las designaciones de Rusia y Qatar hizo trastabillar el proyecto del primer Mundial en una nación árabe. Además, la federación de fútbol es muy posible que le otorgue a EE.UU - acompañado por México y Canadá - la sede del Mundial 2026. De ese modo desactivaría las presiones sobre su decisión de concedérselo al principal exportador mundial de gas licuado del planeta.

“Cuando la FIFA adjudicó a Qatar la Copa Mundial 2022 sabía o debería haber sabido, que la mayoría de las obras de construcción en ese país emplean a trabajadores migrantes y que estos están sometidos a una explotación laboral grave y sistémica”, denunció la fundación ante el Papa. La diferencia con otros antecedentes de trabajo infantil o esclavo vinculados a una Copa del Mundo es que el imputado ahora es un estado.

En el pasado también hubo multinacionales fabricantes de indumentaria deportiva que repitieron esas prácticas negreras. El caso más notorio por su sociedad de patrocinio con la FIFA es el de Adidas. Cuando aquella organizó el Mundial 2006 en Alemania, la compañía de las tres tiras tenía una mala reputación en sus relaciones laborales. Había trasladado una parte de su producción a las maquilas de El Salvador e Indonesia para abaratar costos.

Una trabajadora del país centroamericano, Estela Ramírez, reveló en aquella época que en Hermosa, una subcontratista de Adidas, les exigían dormir debajo de las máquinas textiles, en barracas cuyos techos se recalentaban, con pocos ventiladores y sin poder ir al baño las veces que lo necesitaran.

La FIFA, las multinacionales y los gobiernos se asocian en las ganancias que producen los mundiales. Con preminencia de las dos primeras. Pero reparten las pérdidas entre los más débiles que hacen posible el espectáculo más rentable del planeta. Muchas veces, hasta pagándolo con el precio de su propia vida. Como el nepalés Ganesh.

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