Todo era para siempre, hasta que dejó de existir es, ante todo, un libro sobre el final de la Unión Soviética en el que Alexei Yurchak explora (desde la sociología) un asunto que ya abordaron, entre otros, Svetlana Alexiévich (desde el periodismo), Boris Groys (desde la estética), Hélène Carrère (desde la historiografía), Jonathan Safran Foer (desde la novela), Francesc Serès (desde el cuento) o Boris Mikhailov (desde la fotografía).
El de Yurchak es un incisivo rastreo por aquellos latidos de la vida cotidiana que acompañaron la hecatombe del socialismo tardío, marcados sin embargo por un curioso síntoma: en lo grande y en lo pequeño –en Chernóbil o en los menesteres superfluos que tenían lugar a su alrededor–, la gente se acercó al precipicio convencida de que su mundo era inmortal. Que estaba apuntalado, “para siempre”, como las grandes estatuas del realismo, los discursos grandilocuentes, los desfiles infinitos, los planes monumentales, las conquistas en la estratosfera, las incursiones en la carrera nuclear, los éxitos deportivos, las continuas puestas en jaque al capitalismo y la cultura occidental...
Así que, cuando el sistema soviético empezó a agonizar, su muerte definitiva no cupo en la cabeza de la sociedad ni en la de sus élites. Más bien al contrario: el desplome ocurrió a la sombra de un pacto implícito entre la nomenklatura y la gente común para desviar la mirada y seguir con la inercia. Esa actitud compartida ante el desastre se describe en este libro con un término: hipernormalización. Para llegar a este concepto, Yurchak tuvo que esquivar a conciencia la perenne obsesión de la kremlinología por las altas esferas y dirigir su mirada hacia otros ámbitos menos transitados: el arte y los chistes, la música pop y los semanarios humorísticos, los comentarios a pie de calle y una ciencia ficción que hace frente a la Realidad con mayúsculas; a los prejuicios y a los juicios; a la fantasía sobre Occidente y, a su vez, a los estereotipos del mundo soviético que se vertían desde ese mismo Occidente...
Y fue allí, en la zona infinita de los temas supuestamente menores, donde Yurchak encontró su anti-Gatopardo; donde –a la manera de los hermanos Strugatski o de Andréi Tarkovski– detectó el emplazamiento bajo el cual, tras una aparente inmutabilidad, todo se estaba de verdad transformando. El lema de semejante hipernormalidad parecía ser este: “Que nada cambie para que todo cambie”.
UNA FICCIÓN DEL MUNDO
Pero... Todo era para siempre, hasta que dejó de existir no es, exclusivamente, un libro sobre la implosión del comunismo. Casi veinte años después del fin de la URSS, se vino abajo Lehman Brothers. El crac financiero encendió todas las alarmas y sembró la duda sobre la extendida superstición de que el capitalismo –eufórico por su victoria en la Guerra Fría– sería también “para siempre”. Fue entonces cuando el cineasta y escritor británico Adam Curtis se apropió del hallazgo de Yurchak y lo utilizó para dar título a su famoso documental sobre la crisis del capitalismo tardío: HyperNormalisation (2016).
La hipernormalización se convirtió, de esta manera, en un concepto capaz de explicar las crisis respectivas de los dos sistemas antagónicos del siglo XX. Una definición adecuada para captar el instante en que las élites, muchas de las cuales seguían hablando por una sociedad a la que prometieron un presente liberal infinito, se vieron sacudidas por la eclosión de distintos modelos para armar el mundo. El neoliberal, por supuesto, pero también el chino y el oligárquico ruso, el socialismo del siglo XXI o las teocracias capitalistas del mundo árabe, el patriarcado o una cultura que hoy ha dejado de regirse por las pócimas de la figura vencida del intelectual orgánico.
A la altura de la tercera década del siglo XXI, ¿qué tienen en común estos modelos? Pues que a todos se les han sublevado sin contemplaciones. En Ecuador y Chile, contra el FMI. En Hong Kong, contra la China capitalcomunista. En Nicaragua, contra el presidente y exlíder del sandinismo (otrora modelo de revolución por las armas, pero sometida más tarde a las urnas). Y contra la normalidad o el cambio climático...
Estos modelos presentan, además de la sublevación, otras coincidencias: todos asumen diversas formas de capitalismo (casi siempre clientelar); todos exhiben una merma o una imposibilidad preocupante de la democracia (generalmente liberal), todos cumplimentan una ficción del mundo, todos han sido desbordados por una marea que arrastra cosas que parecían tan definitivas como sus modelos en apariencia eternos.
Es aquí donde el proyecto intelectual de Yurchak deja de ser un asunto exclusivo de “la última generación soviética” y se estira hasta el presente para dar cuenta de un mundo cuya transformación los órdenes políticos ya no consiguen gobernar, ni los económicos comprar, ni los intelectuales explicar.
Es interesante observar cómo Adam Curtis, partiendo del mismo concepto, utiliza una estrategia distinta, incluso contraria. Si Yurchak buscó en el subsuelo de lo visible, Curtis se mueve por lo evidente y epidérmico, por las imágenes archiconocidas con que los medios nos bombardean a diario. De hecho, su crédito en HyperNormalisation es como editor y no como director, dado que no “crea” ninguna imagen. De aquí que él también acuda a los hermanos Strugatski y a Tarkovski para hablar de esa zona en la que estaría emplazado un Orden Mundial que es capaz de inventar sus propios enemigos. Un “régimen” cuyo destino fatal no estará cifrado –pese a su propia propaganda– en las intrusiones “bárbaras” que vienen del otro lado del mundo, sino en su lógica interna. Un Orden que no caerá por invasión, sino por implosión.
Y todo gracias a unas construcciones occidentales que alcanzan desde los talibanes hasta Muamar el Gadafi, pasando por amplias zonas del terrorismo, las finanzas, los desacuerdos entre Occidente y sus periferias, las distintas complicidades entre capitalismo, autoritarismo, medios de comunicación e incluso universidades.
Como sucedió en la URSS, constatamos que el sistema “no sabe” o no quiere saber de su desplome. No se conoce a sí mismo, pues se ha basado en la fe de la eternidad, en estar hecho “para siempre”. Hasta que un buen día, como su antiguo enemigo, deje de existir.
PENSAR LA PARADOJA
Resulta, además, que Todo era para siempre, hasta que dejó de existir es un libro para hoy mismo. Incluso, para mañana...
Alexei Yurchak nació en Leningrado, ahora –otra vez– San Petersburgo: la ciudad del Hermitage y la Casa de la Moneda, de Vladimir Nabokov y Joseph Brodsky, de Pedro el Grande y Vladímir Putin. Es oriundo, pues, de esa gran concentración de cultura y poder de la Rusia zarista, de la soviética y de la postsoviética. Ejerce también como profesor en la Universidad de California, Berkeley, donde ha continuado sus pesquisas, siempre singulares, propias de un pensamiento que se niega a jugar con las cartas marcadas del binarismo al uso.
En esas indagaciones, Rusia y el mundo, Occidente y sus alrededores, son al mismo tiempo antagónicos y espejos mutuos. No son entidades separadas o compartimentos estancos: están hiperconectados en su hipernormalización. De ahí que estos nuevos estudios puedan concentrarse, por ejemplo, en lo que ha dado de sí el Mausoleo de Lenin en términos históricos, estéticos, culturales, económicos psicológicos o cotidianos. Un compendio de la iconografía mortuoria de la revolución y el comunismo, atravesado por la Guerra Fría, el arte contemporáneo, la ciencia forense, la terapia de choque neoliberal o la mafia.
Otras veces, las investigaciones tienen como objeto el mundo occidental de nuestros días. Para El ensayo empieza aquí, la antología de Caniche Editorial que el Festival Gutun Zuria de Bilbao editó en medio de la pandemia, Yurchak aportó un texto sobre las parodias políticas y el populismo encarnado por Donald Trump (aunque no solo por él). Allí, aparte de ofrecer un documentado y original abanico de estas prácticas, o entenderlas como políticas jíbaras que crecen en los límites del liberalismo, subrayó su desmarque del frentismo, de ese claroscuro que reduce los problemas a un western encaminado indefectiblemente a la batalla final entre las dos Rusias, las dos Españas, las dos Américas, el “conmigo o contra mí”, la muy contemporánea demolición de la ambigüedad en nuestras estériles guerras culturales.
Desde luego, el mundo soviético no puede dejar de contemplarse desde la perspectiva de la represión o del complejo entramado de vigilancia de unos seres sobre otros, tan propios del sistema comunista. Pero, como señala Yurchak en estas páginas, “centrarnos exclusivamente en ese aspecto no nos llevará muy lejos si queremos responder la pregunta –que el presente libro formula– sobre las paradojas internas de la vida bajo el socialismo”.
A partir de esa premisa, Yurchak escruta tanto los usos cotidianos como el inmenso volumen de obras realizadas sobre la Unión Soviética, buena parte de ellas desde Occidente, escritas por lo general de manera retrospectiva y en muchas ocasiones recalcando la batalla bipolar entre un imperio del Mal –representado por la URSS– y un imperio del Bien en el lado occidental del telón de acero.
Así pues, la experiencia soviética es aquí un área –una zona– de la modernidad y de sus contradicciones. Tal vez, la mitad de una pareja de baile que cayó primero, pero que al final conseguirá arrastrar a la otra parte consigo.
Por eso, Todo era para siempre, hasta que dejó de existir se deja leer como tres libros en uno. Una obra monumental que nos sirve para entender las crisis respectivas del comunismo, del capitalismo y de lo que hoy se ha dado en llamar mundo posdemocrático. Una prueba fehaciente de que pensar es, siempre, pensar la paradoja.
Y todo ello, a partir de una brillante capacidad arqueológica para excavar el pasado, una intuición sociológica fuera de lo común para transitar el presente y un alto nivel de predicción para avistar el futuro. Un porvenir que, según se nos anunció, también iba a ser para siempre y en el que cada día, mientras transitamos por él, no hacemos otra cosa que descubrir barruntos de mortalidad.
Este artículo es el prólogo de la edición en castellano del libro de Alexei Yurchak, que acaba de publicar Siglo Veintinuno Editores.