Desde Cannes
Cineasta dionisíaco como pocos, el portugués Miguel Gomes (Lisboa, 1972) es un narrador compulsivo, enamorado del poder hipnótico de los relatos clásicos y a la vez un realizador definitivamente moderno, en tanto su punto de vista siempre es el que prevalece por sobre los materiales. Una de sus obras más representativas es la trilogía As mil e uma noites, presentada aquí en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes 2015 y que en América latina puede verse completa en la plataforma Mubi. Y ahora Gomes vuelve a Cannes, pero a la competencia por la Palma de Oro, con otro film extraordinario, Grand Tour, una de las grandes películas del último tramo del concurso oficial.
Un poco a la manera de la fantasmática Tabú, premiada en la Berlinale 2012, que a partir de un pasado ficcional se permitía una reflexión lúdica sobre el colonialismo portugués en Africa, en Grand Tour Gomes se entrega a una aventura alimentada por el imaginario occidental –particularmente británico- a partir de sus incursiones y colonias en el sudeste asiático y el lejano Oriente. De hecho, según confesó el propio Gomes, su punto de partida fue un cuento de apenas dos páginas del escritor inglés Somerset Maugham donde narra –hacia 1917- su encuentro en Burma con un funcionario británico, en fuga de una boda inexorable con su prometida, que llega en su búsqueda desde Londres.
Ese es apenas el disparador de Grand Tour, pero lo que impresiona del film de Gomes es su dispositivo, la capacidad que tiene el director portugués de dar vuelta las reglas clásicas del relato cinematográfico y -sin resignar nada de su potencia narrativa- proponer un viaje sin fronteras geográficas o temporales. De Rangún a Singapur, de Bangkok a Saigón, pasando por Manila, Osaka y Shanghái, casi no hay ciudad, selva o estuario asiático que no atraviese el conflictuado Edward (Gonçalo Waddington) en su huida interminable, que en algunos tramos incluye delirios febriles como los que sufría el protagonista de El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad que nuevamente vuelve a ser un referente cinematográfico insoslayable.
La particularidad del “método Gomes” es que antes de escribir el guion recorrió él mismo con su equipo la mayoría de las locaciones y registró con sus cámaras los aspectos más singulares e identitarios de cada región. Ese material documental, obviamene contemporáneo, fue luego virado al blanco y negro –salvo una representación de marionetas de sombras javanesas, que alude al nudo argumental del film- e incorporado al rodaje en estudios de las peripecias de Edward y su valiente fiancée (Crista Alfaiate), mucho más enamorada de Asia que su prometido. De este modo, el presente se incorpora al pasado de una manera tan armónica como asombrosa. Hay mucho del artificio y el exotismo del cine de Josef Von Sternberg en el film de Gomes, que también suma elementos de las screwball comedies del Hollywood del período clásico, rasgo de humor que es una marca del cine del gran autor portugués.
Uno de los tramos finales de Grand Tour tiene lugar en la China profunda, cuando la novia desairada remonta a contracorriente el caudaloso río Yangtsé en busca de su amado. Y el inmenso Yangtsé es también el escenario de los encuentros y desencuentros de la pareja de amantes que está en el centro de Caught by the Tides / Atrapados por las corrientes, la nueva película del notable cineasta chino Jia Zhang-ke, otro de los grandes títulos en la competencia oficial de Cannes 2024.
Como el film de Gomes, el de Jia también tiene sus particularidades. Rodada a lo largo de más de veinte años, la nueva película del director de Lejos de ella (2013) vuelve a reflejar -con más profundidad que nunca antes- los intensos cambios que viene atravesando su país en todos los órdenes: económicos, sociales, personales e incluso morfológicos. En el curso del Yangtsé está la famosa represa de las Tres Gargantas, la más grande del mundo, cuya construcción demandó la inundación de ciudades enteras y la relocalización de millones de sus pobladores. Y esas corrientes a las que alude el título del film no son otras que las que sacuden a la pareja protagónica, que incluye como siempre a la gran actriz Zhao Bao, musa y compañera del director. Pero como señaló en su momento en estas páginas el crítico Horacio Bernades a raíz del estreno de Esa mujer (2018), “por más que Zhao Tao sea su actriz fetiche, los verdaderos protagonistas del cine de Jia Zhang-ke son la Historia y el Tiempo”.
La trama es simple. A principios de la década de 2000, Qiao Qiao y Bin comparten un amor apasionado pero frágil. Cuando Bin desaparece para probar suerte en otra provincia, Qiao Qiao decide ir a buscarlo. Siguiendo el destino romántico de su eterna heroína, Jia ofrece una historia épica que recorre no sólo todas sus películas pasadas (entre ellas la esencial Naturaleza muerta, que ya en el 2006 hablaba de las separaciones que provocaban las inundaciones de la Tres Gargantas) sino también materiales inéditos, muchos de ellos documentales, que ahora el director incorpora a su nueva, conmovedora ficción. Jia fue muy claro aquí en Cannes cuando le pidieron una definición sobre su nueva película: “Así como vemos crecer un árbol, el cine observa cómo se desarrolla la vida”.
Además de poder seguir el curso de directores consagrados, Cannes siempre ofrece la posibilidad de descubrir nuevos talentos de regiones cinematográficamente periféricas. Y así como el año pasado fue el caso de Inside the Yellow Cocoon Shell (Dentro de la cáscara del capullo amarillo), del joven vietnamita Thien An Pham, que ganó la Cámara de Oro a la mejor opera prima, este año la revelación es The Village Next To Paradise, del somalí Mo Harawe (32 años). De un seco lirismo acorde a su paisaje, sacudido siempre por el viento y la arena, la película sigue los trabajos y los días de un padre, su pequeño hijo y su tía, que deben hacer frente no sólo a la escasez de recursos y oportunidades sino también a la amenaza latente de los drones estadounidenses que sobrevuelan la costa y a veces descargan sus misiles sobre supuestos blancos específicos, que derivan inexorablemente en los llamados “daños colaterales”.
Sin embargo, no hay nada de sensacionalista en el film de Mo Harawe –un nombre a seguir- que prefiere poner el acento en el amor que se profesan sus personajes y en la sutil observación de su vida cotidiana. Somalia podrá ser un país atravesado por la guerra y el dolor, pero que no carece de solidaridad y esperanza. Esta noble película y su director no hacen sino probarlo con creces.