En mayo, el calendario ambiental celebra (entre otros festejos) el día de las aves migratorias, el de las abejas, el de la biodiversidad y el del reciclaje. No hay que salir a buscar mucho para encontrar cooperativas de mujeres llevando adelante cada una de estas luchas cotidianas de cuidado y colaboración colectiva que el mes oficia una vez por año.
Ahí están las recicladoras de cartón y plástico de San Francisco Solano en la provincia de Buenos Aires, las agricultoras ecofeministas de Santa Fe, las apicultoras de la comunidad shuar plantando árboles nativos para el festín de las abejas en Ecuador, la red agroecológica de mujeres agricultoras del Valle de Ribeira en San Pablo, las científicas del CONICET y sus investigaciones contra el colonialismo en la ciencia de las aves y las mujeres que continúan con el legado de Berta Cáceres.
Son miles de miles, apenas nombramos algunas antes de detenernos en una, en Olivia Arévalo Lomas, la chamana asesinada en abril de 2018. A Olivia Arévalo Lomas, lideresa mística del pueblo shipibo-konibo, ritualista, defensora de la identidad de la tierra y maestra meraya difusora de los íkaros (cantos sagrados) de la comunidad de San Rafael de Masisea, a orillas del ríoUcayali, en Perú, la mataron a balazos en la comunidad Victoria Gracia, en la región de Ucayali al noroeste de Lima.
Había cumplido 81 años en febrero. Dos años antes, en 2016, (cuando también asesinaron en Honduras a Berta Cáceres) habían matado a otra chamana de la Amazonía, se llamaba Rosa Andrade. No fueron las únicas, “207 defensores de la tierra y del medioambiente (57 solo en Brasil) fueron asesinados en 2017 en sus propias comunidades y en circunstancias armadas para que reinen la confusión y la impunidad; otros, recibieron amenazas”. Olivia, la mujer de las plantas medicinales, la ambientalista originaria que enseñaba a consumir lo necesario: “se aprovecha el espacio y lo que este brinda para satisfacer las necesidades básicas; no se puede ni se debe abusar de la naturaleza, hacer lo contrario acarrea malestar, desorden y desequilibrio”, la meraya que cruzaba los espacios cósmicos y tenía la fuerza de la palabra en el canto (gala y dicha del pueblo shipibo) comprendía y descifraba los diseños de la naturaleza, cada planta tiene su forma y en esa forma está la respuesta, está ahí, en las formas verdes y también en la piel y en los caparazones de los animales, en las huellas que las aves dejan en la arena y en el tapiz de las telarañas.
Para Olivia y su comunidad ese diseño no es solo un diseño estético, ese diseño es equilibrio, protección y salud. La maestra Olivia decía que el “diseño invisible” con el que nacen las personas pierde su grafía cuando llega la enfermedad; proyectar los diseños sanadores al compás de su voz era uno de sus saberes: “la enfermedad es como una mancha, una obstrucción en el diseño, solo hay que tratar de alinear los diseños para fortalecer la energía de la vida, cuando el cuerpo sana el diseño se vuelve claro y discernible”. Mientras el recuerdo vivo en humusidad llama y nombra a todas las Olivias es tiempo de alinear los diseños de la tierra y de las aguas enfermas. Y es urgente.