Milei es en esta Argentina sombría una forma de vida. Fans zombis que celebran sus propias descomposiciones, arman comunidad de seguidores festivos. La palabra como materia está ausente, no son fenómenos de lenguaje (lenguaje vivo sólo si está habitado y encarnado por un trabajo de pensamiento) los que construyen tramas en esa particular comunidad que destituye al semejante. Son slogans y latiguillos, son preciados emblemas de todas formas, el de las “fuerzas del cielo” expresa bien el fenómeno: la religión desesperada que necesita un dios, un dios sin límites, al que rezarle o confiarle. Esa pasión fervorosa no requiere de nada más que de sí misma, se alimenta de sí misma.En este cielo particular que define buenos y malos en la tierra saqueada, distribuye y reparte culpas y castigos. En la fila de los creyentes, se agolpan los fieles. Serán salvados. Creen. Vendrá la luz en algún momento, vendrá sin dudas.
El saqueo vestido de telas libertarias y caras de piedra hace su espectáculo. Es un ritual de palabras vaciadas pero enérgicas formulaciones. En el escenario alguien que oficia de gurú sólo tambalea cuando lo interrumpe algo que escapa a su cálculo, un insulto entrometido que se coló no sabemos cómo. La risa salvadora lo socorre, no importa qué dice la boca en la cara que habla, ni qué palabras usa, importa la risa y seguir, seguir diciendo cosas.
El socialismo es el mal, el infierno en la tierra, sigue diciendo. Apunta al blanco de lo común el gurú desde el escenario, con atril y libro (extraño objeto, libro que hace existir un libreto), porque el gurú es un señor serio no quepa duda, sabe lo que dice y se toma en serio el espectáculo, tiene un plan o programa “espectacular”, tanto como se excita con él, tanto como se relame porque claro que lo excita. El gurú no “cree” pero sabe a lo que apunta. Los cara de piedra tampoco creen, pero saben a lo que apuntan.
Lo común es el blanco al que dirige las fuerzas que comanda, las del cielo en la tierra de “hundidos y salvados”, lo común es el blanco.
Saqueados de pan y de lo común, sólo quedan dos casilleros, tristes y terribles ambos: los hundidos o los “salvados”.