Fernando “Pino” Solanas comenzó hace pocos días a filmar su nueva película, Sur. Las primeras escenas lo llevaron al penal de la calle Caseros. Dos pabellones de reciente construcción irrumpen inexcusables en el barrio de Parque Patricios. La actriz principal, Susú Pecoraro, visita allí a su marido encarcelado, interpretado en el film por Miguel Angel Solá. El frío tardío de mediados de julio no fue festejado por el equipo de filmación, pero sí el metálico cielo. “Este nublado nos favorece”, dictaminó Solanas.
Por la calle Pasco, una de las laterales del presidio, van los técnicos, actores y extras. Una aterida caravana de muchachitos y chicas cargan preciosos instrumentos, indescifrables relojitos que no dan la hora, micrófonos misteriosos bajo los pulóveres y más que nada la Arriflex, el portentoso monstruo que todos tratan con ancestral respeto. La cámara, un tótem con prosaico trípode de madera, puede mirar como una persona. “Que esté a la altura de los ojos de Susú”, indica Solanas. Y también traza un círculo mágico y excluyente. “Fuera de cuadro”, ordenará el cameraman, listo para el rodaje, anulando intrusiones.
De pronto, un objeto surca el aire, ni pesado ni inocente, y se estrella en la cabeza del camarógrafo. Un reflejo defensivo recorre la fila india de cargadores de instrumentos. ¿Acaso la Arriflex en peligro? “Es un pan”, tranquiliza Angelito, uno de los asistentes de Solanas.Se trataba del conocido “pan de amor”, una extendida costumbre carcelaria que sirve como vital forma de comunicación. Pacífica derivación, panaderil del envío de mensajes atados a piedras o flechas, escondidos entre las migas del pan se arrojan toda clase de escritos. Pedidos de auxilio, protestas sobre la vida del penal, reclamos sobre los abogados. Pero todo queda resumido en dos o tres frases que allí retoman un dramatismo sencillo y judicial: “Te quiero, te extraño”.
El director Solanas percibió rápidamente la situación. El “pan de amor” quedó así incorporado a la escena por rodar. El actor Solá se lo arrojaría a su mujer, hacia la calle. En ese momento, numerosos panes comenzaron a caer sobre los miembros del equipo de filmación, y cada uno recibió su “correo amoroso”. El sombrío paredón que se extiende a lo largo de la calle Pasco, frente al pabellón, hace tiempo que se ha transformado en un gigantesco pizarrón que reitera las frases de un escaso santoral idiomático. Un “Te quiero” de aerosol es leído eternamente por las ventanas del presidio. Muchos familiares de los presos se sitúan sobre la vereda, hablando a los gritos con los hombres de “adentro” y amplificando desoladoramente la intimidad rutinaria de la frase de amor.
La actriz Susú Pecoraro comenzó a decir su texto. Eran casi las mismas palabras que simultáneamente decían las novias, madres y esposas que estaban “fuera de cuadro”. Saludando la filmación, un aquelarre panaderil, flautitas, “pebetes” de antes de ayer y hasta un “mignon” cruzaban ese cielo metálico que había aprobado Solanas. Iban en dirección del equipo de filmación, fugaz “novia colectiva” del pabellón.
La escena se rodó así bajo esa lluvia panificadora y el personaje hecho por Susú Pecoraro leyó su “pan de amor”, mientras una hilera de muchachitas y matronas, a lo largo del paredón de enfrente, transformaban la calle en un locutorio al aire libre. Cuando Solanas pronunció el “¡Corten!” mitológico, sobre los adoquines quedaba una alfombra blanduzca de pancitos destrozados. Entre ellos, el “pan de amor” que, en secreto entendimiento escenográfico, había sido enviado por los presos y utilizado por los utileros del equipo de filmación.
Más allá y más acá de la Arriflex, las otras mujeres, indiferentes a los artistas, seguían enviando palabras sucintas de amor a ese edificio oscuro. “Vean –murmuró Solanas–, la realidad es superior a la ficción.
No era un lamento. Si se ama la ficción, se deben ver las magias de la realidad. Pero en este caso, un “pan de amor” en la cabeza del camarógrafo es una señal, una advertencia auspiciosa. Los fabricantes de ficción multiplican los panes. Pero también los panes de la realidad contienen fantasías. “Quiero ser como ustedes”, podrían decir los panes carcelarios al pan de utilería. Pero siempre habrá un cineasta para devolver la gentileza y decir “no sé si podré igualarlos a ustedes”. Y así se cierra, en una porteña mañana de frío, el círculo mágico entre dos viejas imitadoras, la ficción y la vida, que se buscan y provocan como el pan a la Arriflex.
(Publicada el 23 de julio de 1987.)