Norberto Galasso está sentado en su sillón color vino. Detrás, en la casa de Parque Chacabuco, una biblioteca recorre la historia argentina y latinoamericana como una cuidadosa retaguardia. Premios, menciones y placas cuelgan de las paredes y ocupan los estantes. En todos se agradecen sus aportes al pensamiento nacional. Sus manos de 87 años se mueven con delicadeza. La misma delicadeza de las respuestas a Buenos Aires/12 en la mañana del viernes 24 de mayo, justo un día antes de que se cumplan 50 años de la muerte de Arturo Jauretche. Destino extraño el de Jauretche: nombrado y renombrado, solamente Galasso escribió una biografía del político, escritor y ensayista que, explica, "se decía nacional por encima de los partidos".
—¿Cuándo y cómo conoció a Jauretche?
—En un salón cultural. No sé cómo se llamaba. Estaba en la calle Bartolomé Mitre y ahí se hacía una mesa redonda sobre cultura. Yo en ese momento estaba buscando rumbo. Llegué y no había nadie. Después aparece una persona corpulenta con un lacito federal que estaba esperando a alguien. Paseaba mientras esperaba. La persona llegó y tiempo después me enteré que era Juan José Hernández Arregui. Entre la gente de la mesa también estaba una escritora de La Nación, la cual cometió un furcio muy grave. Dijo que no necesitaba presentación sobre la cultura porque venía de conocer el interior del país. En eso dice que había estado en las Cataratas del Niágara en vez de decir las Cataratas del Iguazú. Entonces este hombre, que luego supe que era Arturo Jauretche, saltó con el comentario: "Mirá si será cipaya que confunde las cosas del país con las internacionales". Me llamó la atención.
—¿Cómo fue su primer encuentro personal con él?
—En ese tiempo yo estaba transitoriamente ligado al grupo político que dirigía Jorge Abelardo Ramos. Saqué, en ese entonces, un librito sobre Mariano Moreno y el Plan de Operaciones, y él me dijo que se lo llevara a Jauretche. Fui a su departamento sobre la calle Esmeralda, si no me equivoco. Ahí me atendió con una gran cordialidad. Era un hombre muy austero, muy criollo en sus cosas. Nació en 1901 en Lincoln y estuvo muy ligado a la política desde muy joven porque el padre había sido del Partido Conservador y miembro de la Municipalidad. Su mamá era maestra y, por tanto, consideraba, como ocurrió con mi propia madre, que había que estar en el cuadro de honor.
—¿Cómo continuó esa relación?
—Empecé a ir a las conferencias que daba, donde me llamó la atención la forma que tenía de enfocar los problemas. Precisamente una que dio en Plaza Italia en 1961 más o menos, porque se presentó en ese momento como candidato a senador por la Capital Federal. El resultado fue desastroso porque no tenía medios. Además, el aparato cultural no iba a aceptar sus planteos de pensar en lo nacional. Allí dijo que en tiempos de FORJA , Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, y aclaro que yo no tenía idea de lo que era FORJA en ese momento, un tipo muy agudo llamado Ortiz Pereyra le decía: "Arturo, acá hay un problema porque todos dicen que el país es rico y el pueblo está seco porque Argentina está techada".
—¿A qué se refería?
—Decía que esa riqueza que llueve va a parar a dos canaletas, donde una se va para Nueva York y otra a Londres. Y no llegan al pueblo que sigue seco. Lo mismo que quieren hacer ahora con el RIGI. Y bueno, eso fue un punto de partida para dudar de las ideas que dominaban la Argentina.
—¿Ustedes conversaban de otros temas que no fuesen políticos?
—No, él era un político nato de pies a cabeza. Le interesaba también la cultura, en tanto comprender la cultura nacional como forma de entender los problemas que tiene el país. A veces disentíamos porque yo me atrevía a decirle que el antecedente fundamental a una posición nacional lo había dado Manuel Ugarte. Y él, con esa forma campechana que tenía, me decía “déjese de joder, que eso lo dice Raúl Scalabrini Ortiz en 1930”. Y yo, siendo un muchacho joven, le decía: “Mire, don Arturo, Scalabrini se encontró con la crisis de 1930 que le permitió ubicar el problema, pero Manuel Ugarte en 1916 habla de que el ferrocarril no ha sido factor del progreso sino un fenómeno de encajonamiento de la Argentina como una semi colonia británica”. A lo que me contestaba: “No me vengas con eso”. Porque, bueno, Scalabrini había sido su gran compañero.
—¿No era su amigo?
—Yo no diría que era su amigo, porque Scalabrini era un tipo difícil. Y Jauretche se fue haciendo un tipo difícil. Al tener todo el periodismo en contra es como que se abroqueló. Era un tipo de una profunda ternura por el país y por lo que él llamaba sus paisanos. Tuvo que cubrirse con un caparazón porque, claro, los otros tenían a todos los medios, las academias, los premios, a las universidades y el financiamiento. Era remar contra una concepción de liberalismo pro británico que había sido instalada y que había sacado el Plan de Operaciones porque no les convino. También habían exaltado como figuras claves de nuestra historia a Bernardino Rivadavia y a Bartolomé Mitre, que eran la expresión de los intereses pro británicos.
—¿Qué los diferenciaba?
—Jauretche tenía mayor apertura a lo popular, a la gente. Scalabrini era más intelectual. En FORJA puede decirse que Scalabrini era la cabeza. A pesar de no estar integrado a FORJA, es el que hace el análisis sobre el imperialismo británico. Arturo era el activismo. No tenía las características de intelectual que sólo aporta desde lo intelectual, algo que suele dificultar su vinculación con la calle. A algunos les asombraba cómo Arturo se metía en las peleas, a veces a puño. No tenía la característica del intelectual que decía “animémonos y vayan”.
—¿Jauretche tuvo amigos?
—Quien podría ser el discípulo y el hombre en el cual él depositaba su confianza es Darío Alessandro padre. Fue diputado. Nos acostumbrábamos a juntarnos en la confitería famosa donde el diputado reaccionario anunció que la iban a liquidar a Cristina.
—¿Cómo se conocieron Arturo y su esposa, Clara Iturraspe?
—Él decía que la primera vez que se vieron fue durante el golpe de Estado de 1930. Jauretche fue enviado a Mendoza por Hipólito Yrigoyen para realizar gestiones oficiales. Ahí se entera de que se produce el golpe. Inmediatamente busca un revólver, que solía tener a mano, y sale a la calle a defender a don Hipólito. Se encuentra con una banda de conservadores uriburistas y entonces se mete a una casa. En esa casa vivía Clarita.
—¿Tuvieron una buena relación?
—Ella fue una figura muy importante porque lo siguió y acompañó siempre. También sus sobrinos, porque no tuvo hijos. Además, Clarita pertenecía a la clase alta. Una vez ella me contó que estuvo con Amalita Fortabat. Posiblemente, a través de esas relaciones es que él conseguía préstamos para sacar algunas publicaciones, pero al tercer o cuarto número empezaban a cortarle los víveres.
—Mencionó los inicios políticos de Jauretche en el conservadurismo. ¿Cómo llegó al radicalismo?
—Arturo fue un posible candidato a diputado conservador por la provincia de Buenos Aires, pero lo despreció y se pasó al radicalismo. Hace su experiencia en el radicalismo en el colegio secundario y después en la universidad junto a Homero Manzi. Allí consolida su posición radical, digamos, peludista, porque a Yrigoyen le decían El Peludo y era el caudillo de los radicales. No tenía nada que ver con alvearismo. De ahí va a salir su admiración por Yrigoyen, a quien visita en dos oportunidades.
—¿Y cómo pasa del radicalismo al peronismo?
—Arturo enseñaba que siempre lo popular es fundamental. Este profundo respeto por lo popular hizo que estuviera desde el principio con Juan Perón. Se reunían muy temprano todos los días y Jauretche le volcaba todo su conocimiento del interior que había recorrido, por ejemplo. Pero tenían disidencias cuando Perón usaba su sistema especial del dedo. Tuvo varios cruces fuertes con Perón en 1944 y 1945. Perón tenía sus características especiales, se sobredimensionaba, y por eso creo que tampoco hay uno hoy.
—¿Jauretche le cuestionó el uso del dedo a Perón?
—Claro. Cuando se hacen las elecciones del ’45 se eligieron candidatos a Presidente y senadores para 1946. Jauretche gana la elección interna del radicalismo y Perón hace todo lo posible para que esas elecciones se anulen. Ese Perón que estaba naciendo creía que Jauretche pensaba mucho por él mismo, y como Perón venía del Ejército consideraba que la verticalidad era fundamental. Esa actitud los distanció. Jauretche dejó de ir a verlo. Cuando se vuelven a encontrar, Perón le dice que lo vaya a ver al otro día y Jauretche le responde: “No me esperes”. Ahí Jauretche queda vetado y hace más pie con Domingo Mercante, el gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires y no tanto en el Gobierno nacional.
—Ahí es cuando Jauretche es nombrado al frente del Banco Provincia. ¿Cuáles son los principales lineamientos ideológicos con los que lo conduce?
—El crédito al pequeño productor era fundamental. Eso es notable y se nota bastante en varias memorias que ha hecho el Banco Provincia con respecto a la política de Jauretche y la apertura al pequeño productor que siempre había sido dejado de lado por los grandes estancieros. Desarrolló un vínculo con los sectores populares.
—A pesar de todo, ¿Jauretche tenía admiración por Perón?
--Arturo era político. Después de todas las dificultades que había tenido para poder acceder al poder, consideraba que era deslumbrante la aparición de este señor. Una vez Perón le dijo que le hablara sobre los seguros y cómo los ingleses controlaban los seguros desde Londres. Conversaron, y al día siguiente Perón dio un discurso sobre esos seguros. Se quedó sorprendido de la capacidad de Perón para aprender lo que era necesario y conveniente para el país. Por ahí Scalabrini, que era casi un poeta místico de la política, no confiaba inicialmente en Perón. Arturo, en ese sentido, era más político.
Los días de Galasso
Buenos Aires/12 interroga al biógrafo e historiador por figuras que rechazaron cargos por sostener sus convicciones, como el propio Jauretche y Scalabrini Ortiz, y le pregunta cómo vive hoy el propio Galasso. Por primera vez el historiador no espera que concluya la pregunta. Se le llenan los ojos de lágrimas y apura la respuesta.
—Me da bronca.
—¿Sólo bronca?
—Impotencia. Bronca e impotencia. Cuesta mucho. Miro televisión y me da bronca. Yo conozco a varios de los diputados y senadores. No hay reacción suficiente. Otro gobierno hubiera caído con lo que pasa con los alimentos. Pero preguntá, preguntá.
No hacía falta. La pregunta, aún inconclusa, ya estaba respondida.
—Jauretche fue conservador, radical yrigoyenista y peronista. ¿Hay algún hilo común?
—Él no se decía peronista ni se decía radical. Se decía nacional por encima de los partidos. Él se consideraba parte de los partidos con base popular. Recién se afilia al peronismo en 1972 cuando se produce ese crecimiento de la juventud, que avala bastante. Lo que no avalaba era la acción violenta, porque él decía que la política no puede estar sirviendo a la metralleta.
—¿Por qué cambió su percepción sobre tomar las armas cuando, como usted dijo, solía llevar un revólver?
—En una oportunidad que voy a la casa de don Arturo me recibe Clarita y me dice que espere en la sala. Se escuchaba una discusión muy fuerte y ahí salen Rodolfo Galimberti y Ernesto Jauretche. Me hace pasar, pero conmigo no tenía la relación para confiarme lo que pasó. Pero después se conoció en una entrevista de don Arturo con Aníbal Ford lo que les dijo. Les explicó que, cuando los militares de derecha, para borrar a sus enemigos, ya no recurrieran sólo a la policía y bombardearan una manzana para matar a dos mil o tres mil jóvenes, estos jóvenes se iban a dar cuenta de que el camino no era, simplemente, tener las metralletas. Ésa es la disidencia que tenía con la juventud. De todas maneras, él creía que la revolución era de los jóvenes. Y también consideraba que, cuando Perón volvió, se desplazó de un lado a otro y aparecieron figuras que no tenían nada que ver con el 17 de octubre.
—¿Qué pensaba Jauretche de ese Perón?
—Le jodía mucho, pero tampoco lo quería decir. Hay un reportaje que le hace Rodolfo Terragno poco antes de su muerte donde dice que la revolución es de los jóvenes y que los demás peronistas no se tienen que quedar en viudos tristes. También dice que la revolución pasa sobre las tumbas. Para él, la unidad era fundamental para que la derecha no regresara. La juventud quería cambios inmediatos y, además, había aprendido a manejar las armas. El creía que el camino era otro.
—Jauretche impulsó la disolución de FORJA ante el arribo del peronismo. ¿Pensaba que las organizaciones políticas tenían un ciclo?
—Creo que después de su experiencia con Perón, reconoce el liderazgo y le deja el campo libre. Igual, iba a avanzar.
—¿Cómo le explicaría hoy a un adolescente al que le dicen que lo único que importa es la plata y ser millonario quién fue Jauretche?
—Es difícil. Nosotros hemos hecho todo lo posible. La difusión de Jauretche no la hizo el Partido Justicialista, la hicimos hombres sueltos.
—¿Se puede acercar a Jauretche a la juventud?
—Néstor fue el que más se acercó a eso. Pienso que hemos cometido algunos errores que permitieron al enemigo avanzar hasta el punto de tomar la Justicia. Así llevaron adelante sus maldades y trampas. A pesar de los grandes esfuerzos, no se ha logrado influir organizativamente en los jóvenes. En determinado momento se logró un apoyo, pero el enemigo tiene mucho poder económico y simbólico.
—Muchas veces se escucha que no se puede seguir citando al Perón que gobernó entre 1945 y 1955 porque no se ajusta a esta época histórica. En caso de estar de acuerdo, ¿para Jauretche corre la misma suerte?
—Ésa suele ser una excusa para no profundizar las políticas. Es el sector del peronismo que dice “bueno, hasta aquí llegamos”. Evidentemente con gente como Daniel Scioli no podíamos plantear cambios en profundidad, como mover la Justicia. Los juicios contra Cristina están fuera de todo sentido, y eso pasó porque se perdió la calle. Hay que retomar el ímpetu del ’45. Pero bueno, es difícil retomarlo.
—¿Cuál fue su última conversación con Jauretche?
—No me acuerdo. Lo veía de tanto en tanto para ver qué pensaba, en la calle Esmeralda. También tuve mi pecado porque renuncié como síndico en la Editorial Universitaria de Buenos Aires y a él, al parecer, no le cayó muy bien. Yo había trabajado en un proyecto que tenía la muchachada de EUDEBA sobre los manuales escolares y hubo cosas en las que no estuvimos de acuerdo. Sé que no le cayó bien mi renuncia porque cuando se la llevé me dijo que había que aguantar algunas cosas que se hacían, porque en ese momento había que privilegiar la unidad frente a la posibilidad de que el enemigo se recuperase. Él decía que cuando uno hace cosas que al enemigo no le gustan, hay que estar dispuesto a profundizarlas más.