Como si fuera una broma de un mal guionista, el presidente Javier Milei se dispone a realizar el acto oficial del 25 de mayo frente al Cabildo de Córdoba, el único Cabildo en territorio argentino que en 1810 se opuso a la revolución y se puso al servicio de la corona española.
Todavía se discute si el movimiento político que destituyó al Virrey Cisneros, y conformó la Primera Junta, fue o no fue una revolución. Los argumentos para cuestionar la profundidad de los cambios de aquel mítico día giran en torno a que fue demasiado pacífica para ser una revolución, no hubo que lamentar ni un herido. No se propusieron reformas sociales profundas ni se rompió de manera explícita con la monarquía española porque la Primera Junta mantuvo cierta ambigüedad respecto a Fernando VII y no se autodefinió como revolucionaria. Sin embargo, para los enemigos de la movida encabezada por Moreno, Saavedra, Belgrano y Castelli no había ninguna duda: era una osadía imperdonable haber destituido al Virrey, cuya autoridad emanaba del rey, cuya autoridad emanaba de dios, y haber elegido un gobierno que basaba su legitimidad en la terrenal voluntad popular. El Cabildo de Córdoba definió al nuevo gobierno erigido en Buenos Aires como una “junta subversiva”. Palabras textuales.
De hecho, el entonces gobernador de Córdoba, Juan Gutiérrez de la Concha, decidió que mientras en Buenos Aires siga gobernando la Junta, su lealtad se subordine al Virrey del Perú, José Fernando Abascal. ¿Tendrá alguna relación familiar con Santiago Abascal, el líder de Vox? La historia se divierte.
Pero así cómo el 25 de mayo los sucesos frente al Cabildo de Buenos Aires no fueron violentos, las cosas empezaron a cambiar de inmediato. Montevideo, Paraguay, Córdoba y el Alto Perú comenzaron a organizar la contrarrevolución. El plan era muy sencillo: desconocer a las nuevas autoridades, sofocar la revolución en Buenos Aires, y juntar fuerzas para aplastarla. Al frente de esas fuerzas se montó Santiago de Liniers, un héroe de la resistencia en 1806 a las invasiones inglesas, un ídolo popular, por eso mismo, un hombre peligroso que podía volcar los acontecimientos. En diferentes documentos quedó claro que los contrarrevolucionarios tenían la intención de fusilar a los que habían participado de los sucesos de mayo.
Ante estas circunstancias, la Primera Junta decidió enviar una fuerza militar expedicionaria para garantizar que los pueblos puedan adherir libremente a la revolución sin temer las presiones de las elites monárquicas del interior. Eran aproximadamente mil soldados. Contra toda previsión, el momento de lo que hubiera sido la primera batalla fue apenas una escaramuza porque las tropas de la reacción en Córdoba se disgregaron casi sin presentar oposición, y Liniers fue apresado junto a varios otros jefes.
Aquí llegamos aún momento bisagra de la revolución. La Primera Junta dio la orden de que sea fusilado. Su legitimidad pendía de un hilo y no podían darse el lujo de vacilar. Además, querían dar un mensaje claro a todos los que estaban organizando sublevaciones. Recordemos que Montevideo tenía bloqueado el puerto de Buenos Aires y la idea de mandar a Liniers al exilio europeo, como había sucedido con Cisneros, ya no era una opción. Tenerlo como prisionero era imposible, no existía una cárcel segura para una figura cómo él. Mariano Moreno y los demás miembros de la Junta decidieron quemar las naves, ya no había posibilidad de vuelta atrás. Prominentes figuras locales, incluso entre quienes apoyaban la revolución, pidieron clemencia. No había quien se atreva a cumplir la orden y entonces decidieron remitir a los prisioneros a Buenos Aires. Moreno enfureció: “Después de tantas ofertas de energía y firmeza pillaron nuestros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones, y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta nos los remiten presos a esta ciudad. No puede usted figurarse el compromiso en que nos han puesto… ¿Con qué confianza encargaremos obras grandes a hombres que se asustan de su ejecución?”.
Es un momento clave, Moreno da la orden de que no traigan a Liniers y le encarga a Juan José Castelli llevar a cabo el fusilamiento: “Vaya Vuestra Merced, y espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la determinación, irá el vocal Larrea, a quien pienso no le faltará resolución, y por último iré yo mismo si fuese necesario”. El 26 de agosto se cumplió la orden en el paraje conocido como Cabeza de Tigre.
La revolución de mayo, tal como la conocemos, es el resultado de una enorme variedad de fuerzas en pugna en dónde de ningún modo la única contradicción se daba entre españoles y criollos, o entre Buenos Aires y las gobernaciones. Otras revoluciones también asomaron con fuerza, aunque no lograron imponerse, el conflicto social estaba absolutamente radicalizado y eso asustó a muchos que primero vieron con simpatía el asalto del poder, pero luego huyeron horrorizados pidiendo estabilidad.
Estos miedos los expresa con claridad Nicolás de Herrera en un extenso memorial: la revolución había dividido “a los blancos” y ambos bandos cometieron el error de acostumbrar “al Indio, al Negro, al Mulato a maltratar a sus Amos y Patronos para enfrentar a sus oponentes; pero habían escapado a su control y el odio del populacho y la canalla se desplegaba contra todos los superiores”. “El dogma de la igualdad agita a la multitud contra todo gobierno, y ha establecido una guerra entre el pobre y el rico, el amo, y el señor, el que manda y el que obedece”.
Estos temores iluminan lo que estaba en juego: los sectores populares movilizados por la revolución no eran simplemente espectadores de lo que estaba sucediendo. Por el contrario, se apropiaron del discurso revolucionario, le dieron otros sentidos y lo esgrimieron para legitimar sus reclamos y aspiraciones. Estos temores al pueblo fueron la causa de la enorme presión ejercida para frenar la revolución, encauzarla, institucionalizarla. El impulso contrarrevolucionario no solo lo ejercieron los españoles, también los criollos que querían su libertad, pero no la de los pobres.