Hablando en el Te Deum celebrado en la catedral metropolitana, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, advirtió que “la mirada fuerte de Jesús” nos interpela, nos cuestiona, “nos alerta sobre nuestra insensibilidad con los más desprotegidos, que nos reclama mayor compromiso y cercanía con los que sufren”. En la primera fila del principal templo católico porteño estaba presente el presidente Javier Milei, quien pocos minutos antes había llegado desde la Casa Rosada acompañado por su equipo ministerial en pleno, incluido el jefe de gabinete Nicolás Posse, cuya presencia se había puesto en duda por los rumores de su posible salida del Gobierno. Sin embargo, llamó la atención que ministro no haya sido mencionado por el locutor oficial entre quienes acompañaban al mandatario a la ceremonia eclesiástica.

Después de subrayar que “nuestra gente está haciendo un esfuerzo muy grande”, el arzobispo advirtió que “no podemos nosotros hacernos los tontos”, que “hay que acompañar con hechos y no solo con palabras” el “enorme esfuerzo” que está haciendo el pueblo y manifestó que por ese mismo motivo “siguen doliendo algunas acciones de la dirigencia divorciadas de la ciudadanía de a pie, como los tan comentados ‘auto aumentos’ de sueldos de hace algunas semanas”. También advirtió sobre el odio y dijo que “hay pocas cosas que corrompen y socavan más a un pueblo que el hábito de odiar”. Antes de finalizar su intervención ante el Presidente y sus ministros el arzobispo pidió compromiso para que haya “acciones de gobierno y políticas públicas necesarias” que modifiquen de manera digna la vida de los argentinos.

Utilizando un lenguaje cuidadoso García Cuerva hilvanó un mensaje que, sin perder el tono religioso, afrontó cuestiones candentes de la realidad social y política de la Argentina. Habló del diálogo y de la necesidad de superar la grieta tomando palabras del Papa Francisco, pero también se refirió a las “consecuencias nefastas” e “irreversibles” de la falta de escolarización, la malnutrición de la primera infancia, y de la situación de los ancianos y jubilados “incapaces de sostenerse diariamente con un mínimo de dignidad”.

Con conciencia de la expectativa y del impacto que sus palabras tendrían dado el momento y la trascendencia del acto y la presencia del Presidente, García Cuerva comenzó la intervención diciendo que su mensaje “quiere ser un aporte, a la luz de la Palabra de Dios, para reflexión de todos los actores de la sociedad argentina” y, se adelantó, “más allá de saber que, luego, puedan ser tomadas frases aisladas para querer alimentar la fragmentación”.

En la misma línea de pensamiento el arzobispo dijo que a la conmemoración de la fecha patria “podemos acercarnos desde distintas y lícitas miradas para la vida y salud de una comunidad: muchos podrán apelar a diagnósticos de situación; otros podrán hacerlo en clave de crítica y denuncia tantas veces profética: otros podrán hablar y mencionar proyectos y compromisos a futuro recordando acciones y omisiones de unos y de otros, donde siempre serán necesarios el disenso y el debate” asumiendo que se trata de “todas acciones válidas para la vida de una Nación”.

En ese marco, y tras recordar que la ceremonia religiosa de acción de gracias desde su origen “fue y es entonado no sólo como el canto de liberación de los que vivieron bajo el yugo y la opresión, bajo la miseria y la humillación, sino que también es un canto que ayudó, y ayuda, a mantener viva la certeza de que todas esas situaciones no tienen la última palabra”. Razón por la cual -subrayó- “el Te Deum es también el canto obstinado de aquellos que no quieren dejar morir la esperanza”.

Sin aludir de manera directa a personas o situaciones el arzobispo sostuvo que “estamos invitados a probar la fuerza subversiva de la gratitud que no se sustenta en la violencia ni el desprestigio del otro, que no construye en base a la denigración ni manipulación, sino que es capaz de despertar la fuerza de la solidaridad como forma de construir la historia, y de la creatividad como dimensión esencial para generar nuevas posibilidades”.

Allí García Cuerva elevó su plegaria para pedir a Dios “que nos cure, porque parecemos tener las manos paralizadas para el encuentro que construye fraternidad, las manos paralizadas para abrazar a los heridos por la soledad y la tristeza, las manos paralizadas para ser solidarios con los que menos tienen; y también le pedimos a Dios nos preserve de las manos manchadas de sangre por el narcotráfico, las manos sucias de la corrupción y la coima, las manos en el bolsillo del egoísmo y la indiferencia”.

Y continuó diciendo que “para que la acción de gracias sea posible, tenemos que tomarnos en serio las parálisis de nuestro pueblo. Sabemos que hay parálisis que no se pueden procrastinar. Su postergación, en nombre de un futuro prometedor, generarían consecuencias nefastas por irreversibles en la vida de las personas y, por tanto, de toda la sociedad”.

Para García Cuerva hay “un precio muy alto a pagar que no nos podemos permitir: la malnutrición en la primera infancia; la falta de escolarización y accesibilidad a los servicios de salud; los ancianos y jubilados incapaces de sostenerse diariamente con un mínimo de dignidad, son algunos de esos ejemplos impostergables”.

Al respecto el arzobispo porteño pidió “que cada uno, y todos a la vez, desde la responsabilidad que tenemos en la comunidad, podamos dejarnos mirar por Dios, dejándonos cuestionar por la conciencia, y nos preguntemos: en estos tiempos tan difíciles ¿qué estoy haciendo por los más pobres? Porque fácilmente nos sale reclamar a otros que se comprometan, pero yo ¿qué hago?, ¿podremos mirarnos y responder esa pregunta sin echar culpas como adolescentes, sino desde la responsabilidad de hacernos cargo, incluso si es necesario, realizando una autocrítica madura que tanto necesita escuchar alguna vez nuestro pueblo?”, subrayó.

En otro momento el arzobispo recurrió a palabras recientes del papa Francisco quien pidió a los argentinos “que la grieta se termine, no con silencios y complicidades, sino mirándonos a los ojos, reconociendo errores y erradicando la exclusión” e invitó a construir “una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica”. Sin embargo, dijo García Cuerva, “para eso, y entre otras cosas, deberemos desterrar la conocida ‘doble vara’ que no nos permite ser ecuánimes, porque nos expresamos desde el prisma partidista que nos empaña, nos obnubila y nos hace injustos, y terminamos defendiendo lo indefendible”.

Porque, siguió diciendo, “no es lo mismo unirse que confabular, no es lo mismo fraternizar y forjar la cultura del encuentro que ser cómplices del mal con el sólo ánimo de destruir al otro, de pensar estrategias para que al otro le vaya mal, creyendo que cuanto peor, mejor´. Eso nos destruye a todos y carcome los cimientos de la Patria, es como un sismo que no nos permite nunca ponernos de pie”.

El arzobispo porteño también lanzó una advertencia sobre las prácticas de odio. “El pasado nos enseña que todo lo que amamos se puede destruir en base a la instrumentalización y el odio –señaló-, ya que priva al cuerpo social de las defensas naturales contra la desintegración y la fragmentación social: rédito instantáneo para los saqueadores de turno e incapacidad presente para pensarnos como Nación”.

Y terminó su intervención en modo de advertencia llamando a un compromiso dirigido directamente a las autoridades presentes en la catedral. “Desde este momento y hasta el Te Deum del año próximo queremos comprometernos delante de Dios a generar todas las acciones de gobierno y políticas públicas necesarias para que la acción de gracias de hoy no quede encerrada en la catedral y congelada en este día, sino que continúe en las calles y en la vida de todos los argentinos que se descubren sanados en su dignidad, dignificados en su trabajo, esperanzados en el futuro de sus hijos y nietos, hermanados en la tan ansiada unidad nacional, reconstruyendo la Patria, nuestra Argentina que tanto amamos y, a la vez, tanto nos duele”.

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