Josecito, un joven funcionario de una dependencia de pueblo, lleva un encargo: buscar al famoso poeta que decidió vivir aislado en una islita del delta del Paraná sometida a los vaivenes de las crecidas del río, para hacerle un homenaje. Tenaz, decidido, pero también tímido, enamorado y con el sueño de convertirse en escritor, encuentra al poeta y allí, en esa copa de árbol en el que el ermitaño poeta se acomodó para vivir, construirán una relación que irá develando deseos, frustraciones, temores y esperanzas que los transformará, como el río por donde pasa.
“El material es muy noble, muy poético, y tiene pinceladas de humor. Son dos tipos que tienen sus carencias de vida. El viejo tal vez escribe sus últimos poemas... Me conmovió profundamente”, dice Víctor Laplace, el poeta, a Página/12. Y Gastón Ricaud, encargado de encarnar a Josecito, amplía: “Es un juego teatral que nos propone imaginarnos este paisaje donde están los personajes, pero también al interior de cada uno”, propone de El sentido de las cosas, que puede verse los domingos a las 19.30 en el C. C. de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).
La obra, escrita por Sandra Franzen y dirigida por Andrés Bazzalo, pinta el paisaje de una vida austera, vinculada con la tierra y a merced de una naturaleza que puede ser amenazante, pero también cautivante: el agua arrastra pero también protege y enseña. “Que los pescadores me hagan fogatas, que se tomen unos vinos en mi nombre”, anhela el poeta. “El viejo, aislado y solo, es la antítesis del personaje que estamos buscando en la vida real: un peronista revolucionario”, plantea entre risas Laplace. “Pero también tiene una poética porque quiere quedarse ahí, sobre la tierra fresca”, destaca.
Ricaud piensa que la propuesta “es la búsqueda de las cosas importantes. Él (por el poeta) está renegado con la sociedad. Y Josecito, si bien es un integrante de esa sociedad, es distinto, alguien a quien le gusta la escritura, que está enamorado pero no sabe cómo expresarlo”, compara. “El viaje que tiene este pibe que está reprimido es lo que todos necesitaríamos para poder sacar afuera eso que nos angustia, y a veces el afuera te hace poner una coraza que no te deja abrir el corazón”, analiza.
-El sentido de las cosas tiene un guión poético, tanto en sus palabras como en los ambientes que propone. ¿Qué es lo que más les gustó a ustedes de ese texto?
Víctor Laplace: -Toda mi vida en teatro elegí lo que quería hacer. Ahí no tengo fisuras. Y elijo materiales que me son nobles, y ariscos también (risas). El marco de la situación es una estética que yo llamo de la pobreza. Tiene que ver con algo no pobre, pero sí austero, y a su vez cada cosa tiene un valor determinado. Me gusta pensarla así. No hay nada que brille, es una estética que está muy bien, la gente lo percibe y estamos felices haciéndolo. Me gusta mucho la estética, fue una decisión del director y el director de arte que la puesta no fuera naturalista sino minimalista, y que con eso nos teníamos que arreglar. Y nosotros nos elegimos mutuamente para este trabajo. Nos conocimos en una película que habíamos hecho en Misiones, y ahí decidimos que queríamos hacer teatro juntos. Eso también es muy importante.
Gastón Ricaud: -Es un texto muy profundo que nos llegó a los dos. En los ensayos nos decíamos “acá no tenemos que llorar”, y siempre había unas líneas que nos tocaban el corazón. Una esencia muy nuestra, muy argentina. Yo valoro mucho eso. A mí me cuesta hacer un texto de afuera. Cuando aparece un texto muy nuestro en seguida entra al alma y es mucho más fácil que hacer de un rey. Que el rey lo hagan los ingleses (risas). Cuando nosotros laburamos con gente como Sandra se agradece. Nos queda tan bien, y no decir nombres en inglés o en francés...
“Salgo al encuentro de la palabra que me justifique”, le confiesa el poeta a Josecito. Porque para él, a las palabras no se las lleva el viento ni el agua, son la huella de una existencia que busca la belleza alejada de las sombras de los reglamentos, las rutinas y las fachadas, las de materiales de las ciudades y la de la corrección de la vida social. Y Josecito, encorsetado en una vida planificada por otros desde antes de nacer, busca su camino, abrirse paso como un río que trata de romper los diques que le obturan el construir su propio cauce en búsqueda de esas palabras que lo justifiquen a él, pero necesita que alguien lo anime a probar. “La obra tiene esta dualidad, este juego de qué somos”, reflexiona Ricaud. “Todo el tiempo lo decimos. ¿Esto está pasando? ¿Es una ficción, entonces somos una ilusión? Es un viaje, un juego que pone también la pregunta sobre la realidad, la cuestión de dónde y para qué estamos acá”, propone. “Y ante la puesta de lo austero nosotros fuimos a más. Estamos ahí, no nos escondemos de nada, esperamos que entre el público y agradecemos cuando se van...”, adelanta.
Con una puesta en escena despojada (apenas una tabla sobre el suelo y una mesa acompañada de dos bancos que hacen las veces de árbol-cama), el texto inunda el esenario de imágenes litoraleñas. La estructura narrativa de la obra pone en evidencia el artificio teatral al inicio y al final de la obra, pero también por momentos rompiendo la cuarta pared y en otros a través de mostrar los recursos de construcción del verosímil, en un trabajo que se sostiene plenamente en la potencia del hecho teatral, sin buscar representar lo real. Estos movimientos desbordan de teatralidad la sala: todos saben que hay una representación, la propuesta expone la ficción. Y sin embargo corre entre las butacas esa brisa húmeda del delta del Paraná.
Y allí, como trasfondo de la historia, el río. Excesivo, ejemplar, metafórico, para recordar que las cosas pueden cambiar en cualquier momento para bien o para mal. Conocerlo, entenderlo e interpretarlo puede ayudar a encauzar las cosas, o al menos aprovecharlas a favor. La música en vivo (a cargo de Gonzalo Domínguez), los ritmos y sonidos litoraleños aportan calidez y brillo a las imágenes que Laplace y Ricaud van armando pieza a pieza con su cuerpo y sus palabras. Un ambiente tan desolador como de cobijo para una historia que, mostrando su revés, remarca las alternativas a la primera impresión.
- ¿El arte puede ser un espacio de reflexión sobre la situación social?
G. R.: -Sin lugar a dudas que el teatro, y la cultura en general, tiene que ser un espacio de reflexión y de aprendizaje. En todo sentido. Lo sentimos parte de la lucha por hacerlo nomás. La última función vino una nena y le generó un montón de sensaciones, vivió cosas nuevas, aprendió palabras... Un pueblo sin cultura va perdiendo identidad. La ambición por el dinero hace que haya cada vez más gente marginada. Está centrado totalmente en eso, por eso atacan la cultura y la educación.
V. L.: -Hemos ido a las marchas, la marcha federal universitaria fue extraordinaria y al otro día estos tipos redoblaban la apuesta. Habrá que bancarse ese cachetazo, pero habrá un punto en que no se banque más. Es tremendo, nos han cortado las piernas y hay mucha gente que practica la genuflexión. Y uno dice ¿cómo puede ser esta gente? ¿Cuál es su relato? ¿Vendían tortas? Parecen personas comunes, pero no sé si lo son. Yo creo que son otra cosa. Tienen quilombos en Miami, para subirse las dietas y los sueldos sí hay plata...
-Por arriba, desde este Estado, se propone el desfinanciamiento hasta el ahogo del arte y la cultura, y por abajo, desde los públicos, es uno de los primeros gastos que se cortan cuando el bolsillo aprieta. En este marco, ¿por qué se sigue apostando por el teatro?
V. L.: -El teatro tiene eso, no va a morir nunca. Una vez le preguntaron a Vittorio Gassman qué era el teatro, y dijo que es un moribundo crónico. No muere, está vivo, y no hay inteligencia artificial que se pueda meter ahí. No existe. Es el público sentado con su corazón abierto, y nosotros dando lo mejor que podemos y tenemos, dando todo. Después quedás temblando, pero no importa...
G. R.: -Hay una necesidad de resistir, pero no solamente a lo que está pasando en la política. También a lo que son las redes, a estar todo el tiempo con el teléfono, a no aburrirse nunca, entonces tenés todo a mano a través de una pantallita. Hay una búsqueda interna, como los personajes de la obra, que todos necesitamos mirarnos a los ojos. Todo esto te separa. Te sentás en un café y una familia que va a comer no se mira. A todos nos pasa... Hace falta un poco de esta resistencia, que está en el teatro, en la cultura. En buscar algo más, no el videíto de TikTok de menos de un minuto. Me parece que hay una búsqueda y por eso todavía, y por suerte, sigue habiendo teatro.
Reflexiones sobre la realidad
Víctor Laplace tuvo sus primeras experiencias laborales como obrero metalúrgico en su Tandil natal, y allí vio teatro por primera vez. Con el tiempo construyó su carrera artística, que desarrolló junto a un compromiso político que lo llevó a actuar en barrios obreros y por lo que tuvo que exiliarse de nuestro país. Sin embargo, hoy continúa visitando barrios y centros culturales para hablar con los vecinos y cualquiera que se quiera acercar a conversar, porque sigue apasionado por la política y la realidad argentina.
“Vi teatro por primera vez en Tandil a los 18 años. Cuatro tipos en un tablado, era Oscar Ferrigno que hacía una obra de Osvaldo Dragún, y dije 'Guau, qué es esto'. Llegué a Buenos Aires, me encontré con gente extraordinaria. Hice mucho cine, bueno, teatro también. ¿Cómo sigue esta película? En el '74 muere Perón y me voy al exilio. El éxodo jujeño artístico...”, recuerda Laplace, y relaciona con la actualidad: “Hay algo con la genuflexión de ahora. El poder en su expresión más horrible. Estos tipos que han tenido siempre la posibilidad de darse un baño calentito y se cagan en la gente”, resalta.
En la charla con Página/12, pasado y presente se entremezclan entre recuerdos, observaciones y apuestas a futuro. “Yo me fui al exilio, por eso me permito hacer estas observaciones... Y nos fue como el culo, cuando estábamos con Norman Briski (risas). Teníamos un grupo, el Grupo Octubre, que decía que solo el pueblo salvará al pueblo. Creíamos en eso, y yo sigo creyendo todavía en eso. No veo otra salida, otro sendero. Por eso necesitamos rápidamente reforzar un cuadro político. Cerrar con los jóvenes, lo más revolucionarios posible”, apuesta.
Laplace destaca a tres referentes de distintas raigambres políticas, pero que aúnan juventud y representatividad. “Maximiliano Pullaro, Martín Llaryora y Axel Kicillof me parece que son tipos de 50 años que no están queriendo pelear entre ellos. Están acordando algunas cosas, que son pro industria, a favor de la producción y del campo. Me parece interesante eso, lo voy pispeando... Cerrar por ahí. Necesitamos un candidato lo más revolucionario que se pueda ahora porque si no, nos van a pasar por arriba como en el coliseo romano”, advierte. “Ojo, no soy analista político pero he vivido la política toda mi vida, me he ido al exilio. La he peleado mucho, conozco un poco y pispeo. Me gusta pensar que tengamos una generación joven que nos represente”, se entusiasma.