En la zona del Botánico, la postal de un contraste de esta época. Un hombre revuelve un container frente a la vitrina de una marca top y rescata algún resto de comida y lo que queda de un juguete. A metros de él, entre los maniquíes de un local de ropa un cartel con una lista de valores: “Saco Sport: $1.267.367”, “Camisa de jean azul oscuro: $151.849”, “Pantalón de vestir kaki: $ 227.592”, “Sweater camel con capucha: $205.600”.
Si ir en subte de casa al trabajo se convirtió en un acto de ostentación, ni hablar de lo que significa renovar un pantalón. En este marco, quienes se dedican a la venta de ropa usada definen la afluencia de público como un boom, como “un fenómeno explosivo, que venía creciendo mucho pero que sobre todo estalló a partir de este verano”. “¿Cómo podría ser de otra manera si hoy una prenda nueva puede llegar a salirme el doble que el alquiler?”, se pregunta una de las vendedoras consultadas por Página|12.
En Parque Lezama, Parque Patricios, Parque Los Andes o Parque Centenario, las veredas y espacios se fueron llenando ya no con las ferias artesanales, sino con personas que van a vender su ropa como forma de hacer un ingreso extra en un contexto de ajuste bestial. Según datos oficiales, en el primer trimestre de este año la pobreza alcanzó al 55 por ciento de la población, el nivel más alto desde 2002. Y en el caso de las prendas de vestir y calzado, el Indec marcó que el rubro tuvo una inflación del 39,6 por ciento en lo que va del año.
Es lógico que en un contexto de privación de consumos elementales de este grado las batallas culturales se libren en todos los planos. Por ejemplo, romantizando el deterioro de las condiciones de vida como lo ha hecho Eduardo Serenellini, secretario de Prensa de la Presidencia, al recomendar comer apenas una vez al día. ¿Otros “tips para ahorrar”? Lilia Lemoine cuenta que se tiñe con restos de colorante (“a un puchito de tintura que me queda lo junto con otro puchito y así”) y el diputado José Luis Espert asegura, a mucha honra, que cambió de marca de café y que a la ropa “se la van pasando entre hermanos”.
Por otro lado, días atrás hubo notas y posteos en redes sociales acerca de una conductora de TV que sorteó entre sus seguidores de Instagram la ropa que ya no quiere. A esto se suman usuarios que venden su ropa a través de sus cuentas de TikTok o que muestran su recorrido por las ferias de las plazas.
“Hace unos años que la ropa usada dejó de ser algo mal visto. Hoy una persona que va a un shopping a comprarse una cartera de una marca de lujo la usa con una camisa que se compró en una feria”, opina Micaela Krizan, productora de moda, y muestra los hallazgos recientes de una de sus amigas en Parque los Andes: un sweater a $6.000, una falda a $4.000 y un trench impermeable a $15.000.
Entre la desesperación y tour fashion
Sara Paoletti, diseñadora gráfica y ceramista, define el mundo de la ropa usada como una búsqueda del tesoro. Se viste casi exclusivamente de ese modo desde hace años, pero ahora nota con fastidio que “se ha puesto de moda”. Lugares que antes eran “medio secretos”, contraseñas entre fanáticas del vintage o revendedoras ahora “se llenaron de influencers”: se viralizó mucha información, direcciones, y por eso se consigue menos y más caro.
Cuenta que antes de la pandemia por el centro de la Ciudad había muchas casas de ropa usada “donde podías encontrar cosas ‘de marca’ o un muy buen tapado a un precio que no era ‘un riñón’”. En otras épocas llegó a tener colecciones enteras de piezas de los años 60, 70 y 80. Postpandemia, esos circuitos desaparecieron. Ahora, asegura, salvo en lugares muy específicos como el Ejército de Salvación o el Cotolengo (en Pompeya) ya no se consigue ropa de época o de diseño sino simplemente “ropa usada”.
Lo que se empezó a ver en los últimos meses, dice Sara, es algo mucho más “parecido al club del trueque”, todos los fines de semana en casi todas las plazas grandes. Lo que se ve en las plazas es lo que se podría llamar "ferias de la desesperación': gente vendiendo lo que encuentra en su casa para sobrevivir, que convive en modo “mantero” con puestos.
“Luego --repasa Sara-- hay otro tipo de lugares, más ‘fashionistas’, como la Feria del Pilar, donde hay buen material porque donan las señoras de Barrio Norte, o como La Juan Pérez, donde podés encontrar instagramers filmándose y gente joven haciendo un paseo cool, en busca objetos vintage (por su edad consideran ‘vintage’ a cosas de principios de los 2000)”.
Tamara Roovers empezó a revender ropa que compraba en Flores y que después se transformó en una feria que tiene en Sarandí, Avellaneda. Recibe también algunas prendas “de luxe” en consignación de personas que en otras épocas podían viajar al exterior y fueron guardando cosas de las que ahora, ante la urgencia económica, se deshacen.
Cuando Tamara empezó, en 2014, con sus primeras ferias, el público era muy diferente al que se ve ahora: “Había mucha menos gente consumiendo ropa usada, quizás por prejuicio, quizás porque los modos de vida cambiaron mucho. Pero sobre todo por la crisis que atravesamos. La cantidad de gente que se sumó a las ferias este verano es explosiva”.
Para Tamara, para analizar el fenómeno, a lo inalcanzable que se ha vuelto comprar ropa nueva en Argentina hay que sumarle un mayor grado de conciencia mundial sobre lo que implica el fast fashion o “moda rápida”: prendas fabricadas en masa y pensadas para que duren sólo una temporada. En los últimos años ha ido ganando fama la moda circular, y han ido creciendo las críticas al hiperconsumo y la conciencia sobre el daño ambiental que produce la industria textil, una de las más contaminantes.
Economía circular y otra forma de consumo
Según un reporte de la Unión Europea, la producción textil es responsable de aproximadamente el 20 por ciento de la contaminación mundial de agua potable debido a los microplásticos que las prendas liberan en los primeros lavados. A esto se le suman factores como la contaminación de los suelos en la producción de algodón con el uso de pesticidas o el gasto de energía para transportar y luego exhibir la prenda en una vidriera siempre iluminada.
“En estos últimos diez años hay un crecimiento importante de las propuestas para vender prendas en desuso y más personas con hábitos de consumo más amigables con el ambiente" dice a Página|12 Constanza Darderes, licenciada en Economía y cofundadora de Cocoliche. La tienda, que comenzó en La Plata en 2013 y que luego se expandió a CABA (donde hay tres locales) y una tienda online con envío a todo el país se presenta como un paradigma distinto al de la feria americana y con una fuerte impronta en el discurso ambiental.
“Los locales son un lugar con diseño, con probadores, donde te atienden personas, tenés la ropa exhibida, ordenada”, enumera Constanza. Las personas interesadas en vender pueden llevar su ropa --siempre que sea de un estilo actual o un básico atemporal en buen estado-- para ser seleccionada en la tienda por una persona y pueden obtener una cantidad de dinero si quieren venderle al local en el momento. También pueden dejar la prenda en consignación para que, cuando se venda, recibir un porcentaje o crédito para usar en Cocoliche. Además, desde la web el vendedor puede ver cómo se disminuye la huella de carbono con cada prenda que encuentra un nuevo dueño.
Con más de diez años en el mercado, Constanza señala que ya han vivido “buenos momentos y situaciones de crisis” y que estas últimas hacen que Cocoliche sea “una opción para quienes buscan una alternativa más económica” porque “podés adquirir prendas a un precio justo, tanto para el que viene a comprar como para el que viene a vender, que puede hacer un ingreso extra”. Asimismo, por la llegada de la tienda al público, Constanza asegura que las prendas tienen siempre altas chances de venderse.
Joyas vintage: la búsqueda del tesoro
Micaela Krizan empezó a comprar en ferias de ropa usada cuando era estudiante de producción de moda. “En ese momento no estaba tan de moda la economía circular y esto se movía en un under que a mí me copaba. Me gustaba la originalidad, encontrar joyitas”, cuenta. Después, ella pasó a usar en su día a día esas prendas.
“Ahora ya no compro tanta ropa por la situación económica. Pero cuando lo hago me divierte más ir a revolver a la feria, me gusta ese factor sorpresa cuando encuentro algo. Entonces un factor es la economía, porque es más barato, pero otro es que quiero tener algo que no tenga todo el mundo”, dice.
Micaela explica que, además de las ferias de las plazas, el Ejército de Salvación o de aquellas tiendas que ofrecen una selección curada de ropa usada, existen otros lugares donde “te venden ropa por kilo y dentro del kilaje podés elegir una calidad de más a menos premium de ropa”.
“Al momento de elegir, quizás vas a estos lugares porque son más baratos y encontrás algo lindo. Pero si buscás algo puntual, como un vestido para una fiesta, puede ser más sencillo ir a un local de ropa porque en el universo de lo vintage y lo usado no solo tenés que encontrar algo que te guste, sino también que no te quede chico el talle --apunta--. En estas ferias donde no hay curaduría no vas buscando tendencia. Una cosa es querer prendas estilo coquette y otra ponerte una prenda para no cagarte de frío”.
Turismo "de usados" para extranjeros
La actriz Valeria Licciardi descubrió por un aviso en los clasificados del diario la existencia de ferias privadas, esas donde las personas venden todo “ya sea porque un familiar falleció, por separación marital o porque se van a vivir al exterior” y deben desprenderse de sus cosas.
Lo que empezó como un emprendimiento de compra, restauración y reventa de esas prendas se transformó en un hobby de los fines de semana. “Hoy en día, los sábados me dedico a llevar turistas a vivir la experiencia de comprar en estas ferias”, cuenta a Página|12.”
“Este tipo de ferias es más bien para encontrar que para buscar. Varía mucho el estilo porque todos los fines de semana es un lugar diferente. A veces te encontrás con cosas muy modernas, pero también con cosas clásicas del siglo pasado. Los precios son más económicos que los del mercado y podés rescatar joyitas inexistentes”, dice Valeria y agrega que una de sus preferidas es “un vestido con hilos de plata de una princesa real".
“En general los turistas que pasan por este tipo de ferias se llevan piezas únicas desde muebles, cuadros y hasta piezas de marfil por muy poca plata eso hace que pueda pensar en un flete aéreo. Para quienes buscan ropa o sus primeros muebles está el ejército de salvación en Pompeya o EMAUS en la zona de constitución donde se puede encontrar de todo. En Once hay miles de feria de ropa que son el tesoro de productoras de moda, vestuaristas y personas que acuden a comprar prendas solo por su precio más económico. Es cuestión de meterse entre las calles Lavalle y Paso”, dice Licciardi.