Este edificio, que hoy es un museo nacional, fue central en la administración de justicia durante la época colonial y las primeras décadas de la independencia argentina, y refleja un fenómeno persistente en la historia nacional.
De acuerdo con las Leyes de las Indias, vigentes durante el Virreinato, la existencia de un Cabildo era fundamental para la formación de una ciudad. Así, en 1580, durante la fundación de Buenos Aires, se estableció el Cabildo como la única autoridad local elegida por la sociedad. A diferencia de los virreyes y otros funcionarios nombrados desde España, los miembros del Cabildo representaban a los habitantes locales, aunque solo los varones blancos y propietarios tenían derecho a integrarlo. Como contraste, los afrodescendientes e indígenas estaban sobrerrepresentados entre los presos.
Una de las responsabilidades del Cabildo era la administración de justicia. En 1608, se construyó la Sala Capitular y el primer calabozo del Cabildo. Con el tiempo, el número de celdas se incrementó: en 1613 se añadieron nuevas celdas y en 1783 se habilitaron otras dos, alcanzando un total de cinco. Así, la cárcel del Cabildo se convirtió en la primera prisión del territorio argentino.
La cárcel del Cabildo servía principalmente como lugar de detención preventiva. Los sospechosos de delitos eran encarcelados mientras esperaban su juicio, ya que en esa época prevalecía la presunción de culpabilidad. Los detenidos podían ser individuos acusados de delitos contra personas, la propiedad, el Estado o la moral sexual, así como aquellos atrapados en flagrancia.
La cárcel también se utilizaba como medio de rectificación y coacción. Por ejemplo, hijos, mujeres o personas esclavizadas podían ser enviadas a la cárcel por sus padres, maridos o amos si se consideraba que habían desobedecido.
Las condiciones de vida en la cárcel del Cabildo eran deplorables. Entre 1776 y 1800, la población carcelaria fluctuó entre 33 y 130 reclusos, que sufrían hacinamiento, enfermedades, hambre y frío. La tortura era un método de prueba permitido y la desigualdad ante la ley era evidente, con penas más severas para las personas afrodescendientes y de pueblos originarios.
La resistencia de los detenidos se manifestaba a través de fugas y peticiones escritas al virrey. Los cuidadores del Cabildo también denunciaban la situación, quejándose de que los amos olvidaban a sus esclavizados encarcelados sin enviar dinero para su manutención. Esto llevó a las autoridades a adoptar medidas para reducir el tiempo de detención y exigir a los dueños de personas que contribuyeran a la manutención de los esclavizados que estaban encarcelados.
La historia de la cárcel del Cabildo revela mucho sobre las jerarquías y la administración de justicia en la sociedad colonial. La cárcel no solo reflejaba las desigualdades raciales de la época, sino que también era un espacio donde se ejercía y se pensaba el poder blanco sobre los cuerpos negros e indígenas. Aunque destinada a la custodia temporal, la cárcel del Cabildo se convirtió en un lugar de castigo anticipado, donde las condiciones inhumanas de detención y la aplicación desigual de la justicia eran la norma.
Hoy, el Cabildo sigue siendo un recordatorio de una época pasada que sigue teniendo consecuencias en la actualidad para las poblaciones afrodescendientes y de pueblos originarios. Esto se hace evidente en las cárceles de hoy en día, donde la mayoría de los encerrados son personas racializadas.