Una noticia puede tener un valor mercantil y también un valor ideológico. Ambos valores se unen en la vieja tesis de los norteamericanos: “El que paga es el que manda”, concepto que se esgrimió para justificar la salida estadounidense de la Unesco, desconociendo así el dictamen de las mayorías en relación con el llamado Nuevo Orden Internacional de la Información (NOII). La inescrupulosidad de los todopoderosos de la información puede estar simbolizada en aquella célebre recomendación que el omnipotente Hearst le hizo a uno de sus colaboradores gráficos, a fines del siglo pasado: “Ponga usted el grabado: yo pondré la guerra”. Las transnacionales de hoy, aventajadas discípulas de aquel magnate, siguen poniendo la guerra para las fotos que les proporcionan sus subordinados.

Un hecho a destacar es que la manipulación de las grandes transnacionales de la noticia se contagia a los periódicos, aun los independientes, y también a las empresas que efectúan sondeos de opinión. Como ha expresado Juan Somavia, director ejecutivo del Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales, en ocasión de la conferencia de Sri Lanka, “los despachos de agencias tercermundistas no penetraron la muralla de intereses y valores informativos imperantes”. En rigor, existe una presión casi insoportable sobre los diarios y medios menos dependientes, para que no contraten los servicios de las agencias del Tercer Mundo. La propia existencia de las empresas que realizan KsurveysK antes de cada elección o referendo, reflejados puntualmente por la prensa, se ha convertido en un significativo elemento de presión sobre la masa de los votantes.

Lo grave es que los procederes de manipulación y desinformación no sólo influyen sobre los medios fieles al sistema; no es raro que también se contagien a los medios progresistas, izquierdistas, anticapitalistas. Para algunos de estos órganos de información, la respuesta a tanta desinformación de derecha es nada más y nada menos que instrumentar una desinformación de izquierda. Es así que diarios progresistas, incluso de países socialistas, omiten a veces informaciones que pueden ser molestas para la izquierda, pero que ocurrieron efectivamente. No niego que la intención subyacente pueda ser respetable, pero lo cierto es que el silencio informativo no borra por sí mismo ningún hecho, por desagradable que éste sea. La ética periodística no coincide con los famosos hábitos del avestruz. La ética periodística debe ser un valor intocable de la prensa de izquierda. La noticia en sí es territorio sagrado. Es a partir de la noticia no manipulada que el medio de izquierda tiene pleno derecho a dar su opinión, a esclarecer el contexto del hecho notificado, a explicar los antecedentes del mismo y a formular el pronóstico pertinente. Pero si la noticia en sí es omitida, o parcialmente censurada, o desvirtuada en sus datos esenciales, la opinión editorial perderá buena parte de su legitimidad. Por contundentes que sean los argumentos esgrimidos, estarán parcialmente invalidados por la mutilación del acontecimiento que es objeto de la información. Es obvio que la manipulación de la noticia que implacablemente ejercen las trasnacionales y los medios de sus sistema causan serios perjuicios en el esclarecimiento de temas esenciales para la opinión pública, pero una de las más graves lesiones que esos mismos poderes pueden causar consisten en arrastrar a la prensa de izquierda en su culto y ejercicio de la mixtificación, el ocultamiento y la falacia; consiste en hacernos partícipes de su falta de ética.

A Mamadou Moctar Thiam, jefe de la Oficina de Cooperación y Asistencia de la OUA, debemos un título que constituye casi un lema: “Descolonizar la información”, pero entiendo que también debe servirnos de alerta para no autocolonizarnos en los métodos de información. Las derechas intelectuales del ancho mundo llevan a menudo en el frontispicio de su autoritarismo una cita bastante reaccionaria del poeta Gibran Jalil Gibran: “El verdadero hombre es aquel que no gobierna ni es gobernado”; parafraséandolo, pero para contradecirlo, podríamos decir que el verdadero hombre nunca será el que no informa ni es informado. La información veraz es la plataforma del dato, y no hay argumento legítimo sin dato veraz.

Todos debemos alfabetizarnos en materia de ética periodística; incluso para tener derecho a “descolonizar la información”. Si las agencias norteamericanas, a través de sus corresponsales, nos retratan (y esta primera persona del plural incluye a todo el Tercer Mundo) desde afuera, tal y como suelen hacer los turistas, pero cambiando la ingenuidad por la malevolencia, no debemos creernos la imagen y la desinformación que propone ese retrato; es claro que tampoco debemos retocar ni maquillar el autorretrato que nosotros mismos proponemos al mundo. La forma más eficaz de “descolonizar la información” es después de todo la franqueza, la sinceridad, el respeto a lo cierto.

Más de una vez hemos escuchado en medios de izquierda que informar sobre hechos y actitudes es dar argumentos a la burguesía o dar argumentos al imperialismo. Creo sin embargo que el argumento más dañino que podemos dar al imperialismo y a la burguesía es actuar como ellos. Si verdaderamente existe alguna fórmula para combatir las maniobras y los mecanismos de la derecha desinformadora, es convencer a la opinión pública nacional e internacional de que nuestra información es verídica y que la ética que proclamamos como requisito esencial para la implementación de la justicia social también incluye a nuestros informadores. Esa historia que desfiguran y esconden los dueños del poder informativo debe ser contada por nosotros con toda su expuesta verdad, con toda la fuerza de lo real, con las luces y las sombras que forman parte de la vida de los pueblos.

 

* Publicada el 8 de enero de 1988.