Desde Barcelona

UNO Por un lado está eso de enamorarse y por otro lado eso otro de relacionarse. No es lo mismo, aunque en más de una ocasión se confunda, piensa Rodríguez. La gente, de un tiempo a esta parte, tiene más relaciones que amores porque es más fácil y más limpio (lo que no quita mancha de riesgo y alta toxicidad). Sí: las personas quieren experimentar experiencias (en plural) antes y después que conseguir el singular resultado más o menos exacto de esa cosita loca llamada amor. Y buena parte del atractivo (de la atracción) del asunto, se conoce, pasa no por contar con alguien sino por tener mucho para contarle a algunos muchos aunque no los conozcan.

DOS Y Rodríguez lee que salió lo nuevo de Billie Eilish que no va a escuchar. Aunque ya esté escuchando mucho sobre su flamante --en mayúsculas-- HIT ME HARD AND SOFT. Y que, inevitablemente, ya es considerado obra maestra (al igual que los dos anteriores más aquella canción para Bond y aquella canción para Barbie). A Rodríguez, Eilish no le va ni le viene (es decir: no le perturba como Taylor Swift y no le interesa como Lana Del Rey; aunque sí le parece muy superior a todas esas mantis-nínfulas a las que sólo conoce por los interludios musicales de Saturday Night Live). Pero, supone, Eilish cumple con lo suyo: con lo muy suyo a lo que se necesita querer y relacionar con lo de los demás como si se tratase de algo universal pero, atención, no a compartir sino a exponer para su admiración y comprensión. Ergo y ego y otro puñado de tonadas susurradas sobre su cuerpo y su bisexualidad y sus (des)ilusiones sentimentales a relacionar entre ellas y a su vida entera, que es la de una artista famosa que "se siente como un ave en una jaula" a la que todos escrutan on line (pero alimentan) y todo eso. Álbum que ya muchos/demasiados comparan con aquel Blue de Joni Mitchell y, sí, por las dudas, la última canción de HIT ME HARD AND SOFT se titula "Blue". Si el brujeril Alice Cooper invitaba a su pesadilla, la embrujada Billie Eilish invita a su insomnio. Look Beetlejuice-Kid y pop electrónico goth-confesional con una ayuda de su hermano productor y cuasi-svengali Finneas O'Connell. Canciones no de cuna sino de bolsa de no dormir donde no se cuentan ovejas sino que se repite --como supo burlarse George Harrison en Let It Be-- aquel agrio mantra solipsista de I Me Mine. Y sin singles porque "no me gustan las cosas fuera de contexto", declara Eilish, sin acaso saber que estos son tiempos en los que el contexto es la falta de contexto (y que son cada vez menos los que soportan oír/ver/leer/escribir algo largo y entero). Y por ahí, Eilish canta que "No quieras saber cuán sola he estado" y que "Quiero que te quedes hasta que esté en mi tumba / Hasta que me pudra, muerta y enterrada / Hasta que esté en el ataúd que tu cargues". Preguntada no hace mucho por sus relaciones sentimentales, Eilish --en lo más alto desde su debut con When We All Fall Asleep, Where Do We Go?-- explicó que una noche tuvo un sueño con el american psycho británico Christian "Batman" Bale y, al despertar, comprendió que tenía que "romper la relación" con su novio de entonces. Y lo hizo.

TRES Y Rodríguez no va a soñar con Anne Hathaway ni con Brooke Shields luego no de ver pero sí de mirar en fast-forward (y no por eso dejar de entender sus muy ligeras y predecibles más tramoyas que tramas) sus dos flamantes stream-films. Películas cuyos verdaderos argumentos no son más que un "ahora hacemos-de madres y Billie Eilish podría ser nuestra hija". Y atención: no son películas románticas, son películas relacionánticas. Son películas no sobre el amor por lo ajeno (por otro) sino sobre el amor propio. Más Furiosa que Pretty Woman. Eso mismo que, desesperados, parecían buscar los usuarios/usados de Ashley Madison (esquema piramidal-sentimental ahora documentado en/por Netflix) donde lo que se vendía y se sigue vendiendo era/es el sexo entre infieles que no querían enamorarse de nuevo sino relacionarse sin compromiso. A Rodríguez le conmovió --en el peor sentido del verbo-- la historia de la devota parejita cristiana de chica modelo con chico doble vida que recupera pasión conyugal cuando suben a YouTube un video de ambos cantando canción de Frozen, descubren la erótica de la warholiana famita on-line, y luego alguien hackea toda la data de Ashley Madison y las sombrías actividades del muchacho salen a la luz y... Pero, finalmente, confesados los pecados, no el amor pero si la relación triunfa: porque, para ambos, lo que vale es la pasión por seguir grabando y difundiendo todos los días la irreal relación de lo que alguna vez fue want y ahora es like.

CUATRO Y Rodríguez nunca se había enterado de la existencia --estrenado coincidiendo con el confinamiento pandémico-- de algo llamado Love Is Blind. Un/otro de esos reality shows. Todo muy Black Mirror. Concursantes encerrados en cabinas octogonales para así, sin distracciones de ningún tipo y pared de por medio para así acabar/empezar "enamorándose" de otro sin siquiera verlo. Y después verse y ser despachados a playa de Cancún casi obligados/programados (luego de haber sido sometidos a soledad total, alteración del sueño y hábitos alimentarios y manipulación emocional digna de culto loco) a casarse al salir de allí. O algo por el estilo. Un crítico apuntó que "el que Love is Blind sea moralmente ofensivo a toda dignidad humana es la clave de su triunfo artístico". Y ahora, ex participantes/concursantes (no perteneciendo a ningún sindicato que los proteja, porque no se sabe exactamente qué son: ¿actores?, ¿competidores? o, como etiquetó alguien, "¿bona-fide amateurs?" sin cobertura alguna porque "por lo general las reality stars tienen otros trabajos") revelan/denuncian/demandan sin sorprender ni indignar a nadie que todo estaba mucho más pautado/guionizado/compaginado a piacere de/por los productores de lo que pensaban pensaba el espectador. Y, claro, oscuro: la mayoría de las parejas ya no son tales porque nunca estuvieron enamoradas sino, apenas, relacionadas. Diplomáticamente. Como de un estado a otro. Mintiéndose y eligiéndose en elecciones que, enseguida, desilusionan a todos apenas salidos de un cuarto más o menos oscuro y silbando "Bad Guy". El amor es ciego, sí, pero las relaciones ven en la oscuridad.

 

CINCO Y ya listo para desenchufarse e irse a intentar dormir sin la menor idea de a dónde irá y soñar (no es sencillo: de un tiempo a esta parte la supuesta realidad parece cada vez más un más populista que popular reality en el que los participantes son políticos, más histéricos que históricos, compitiendo entre ellos y jugando sucio y poco diplomáticamente al Power Is Myopic), Rodríguez se entera de pesadilla despierta. A saber, a no querer saber: la inteligencia artificial de ChatGPT ya responde como si entendiese las emociones o pensamientos de su interlocutor natural pero no necesariamente inteligente al que ya iguala o incluso supera en estas lides. Es decir, la máquina ya se relaciona mejor con nosotros que buena/mala parte de nosotros entre nosotros. Falta poco, cada vez menos, para que --con tal vez único ojo rojo y sin párpados y circular y no octogonal y que lo ve y sabe todo-- esa maquinaria de la alegría (la suya) se enamore por las suyas. Y entonces NOS PEGUE DURO Y SUAVE y se adentre más allá del infinito, cantando y pedaleando una romántica canción, cargando el ataúd de la putrefacta especie.