“Un Niño Solo, cubierto de polvo, camina bajo la lluvia de escombros que todavía cae provocada por el impacto de la última bomba; sostiene en alto la mano de un adulto, amputada a la altura del antebrazo. Los lamentos a su alrededor forman un coro lacrimoso que se funde con el rumor del estallido”. La escena está casi al comienzo de Buenos Aires, fin de otoño, la novela con la que el rosarino Guillermo Paniaga ganó el Premio Casa de las Américas hace unas semanas, un libro que tiene su epicentro en el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, nuestro Guernica en las sombras. “Caen los aviones en picada sobre la Plaza, se ven clarísimas las cruces dentro de las V pintadas con trazo brutal en los fuselajes acerados, los motores resuenan como un réquiem para los heridos que, aterrorizados, se mean y se cagan encima; abren la metralla, los disparos también llegan desde el Ministerio de Marina. Impactan las bombas en la Casa Rosada y tiembla el piso, retumban en las cabezas aturdidas, en los pechos, en los pulmones, en el silbido agudo de los tímpanos torturados”.
Paniaga recibió la noticia del premio mientras estaba en la Escuela 408, La Fontanarrosa, como se llama este secundario en el que da clases en asignaturas vinculadas a la comunicación. “Un par de chicos me ayudaron a hacer el video de agradecimiento que mandé al Casa de las Américas”, dice desde su casa en el Barrio Rucci, en Rosario. “El primer acercamiento a esta novela, con el tema de los bombardeos de fondo, fue en 2010 o 2011 –cuenta Paniaga–. Esa versión estaba centrada en Manuel X, un personaje que es una especie de alter ego que aparece en la mayoría de las narraciones que tengo escritas. Luego empecé a trabajar con una serie de personajes, que son unos cuantos los que aparecen en la novela, y la historia tomó impulso”. Manuel es profesor de Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires y junto al Niño Solo componen la escena inicial del libro: los dos van de la mano por la Plaza cuando empiezan a caer las bombas, la masacre; conmocionados, el padre despertará sin memoria en el Hospital Argerich y al chico, enmudecido por el shock y sin documentación, lo rescatará un Muchacho, El Triste, que lo lleva a la pensión cercana en la que vive, en San Telmo. Desde allí van surgiendo buena parte de los personajes: doña Concepción, la fervorosa creyente española, dueña de la pensión; Azucena, una provinciana jovencita que concurre a la escuela de enfermería; el Bancario, un tipo torvo y presuntuoso que participa de la conspiración; Lidia, una enfermera y activista de la rama femenina del peronismo; el Linotipista, que trabaja en el diario El Mundo y fue amigo de Roberto Arlt.
“Se trata de una narración coral, que trabaja con destreza la diversidad de puntos de vista y modela así un universo de rumores, de versiones y de miradas bien distintas. Un notable entramado narrativo en donde resuena en la vida de cada personaje la complejidad de una época, la complejidad de la vida política”. El textual pertenece a la argumentación del jurado del Casa de las Américas, compuesto por Hernán Ronsino, el mexicano Fabrizio Mejía Madrid y la cubana Lourdes de Armas. Cuenta Paniaga que el libro pasó por varias etapas, recortes, cambios en la estructura: “De lo que siempre estuve seguro es que la voz sería una tercera persona que va variando el tono en función de cada personaje, una tercera persona ‘cómplice’, como me gusta llamarlo a mí –dice–. Cada capítulo enfoca en un personaje en particular que va contando su vida de esos días, la historia se va cruzando y cada uno la narra desde su óptica. En esto del cruce de miradas puede haber una influencia, salvando las distancias, con el modo en el que se cuenta Rashōmon, de Kurosawa”.
Nació el 30 de mayo de 1971, Paniaga. Después de estudiar Derecho durante cuatro años largó y cursó la Licenciatura en Periodismo en la Universidad Nacional de Rosario. “Como mi ex mujer es de Buenos Aires me mudé y allá entré a trabajar en La Unión de Lomas de Zamora: una redacción de gente alucinante, pero en el diario había un clima denso, era puro seguir a Eduardo Duhalde –cuenta–. Cuando perdió las elecciones de 1999 me quedé sin laburo. Y ahí me dije que el periodismo en sí ya no me interesaba, que iba a dedicarme de lleno a la literatura. Y fue empezar desde ahí, porque yo no venía bien de lecturas; soy hijo de obreros textiles y en casa no había ni un libro, y en casa de mis amigos, en el barrio, tampoco. Un poco arranqué a partir de las recomendaciones que hacía Juan Martini en la revista Humor, y así empecé a leer a Roberto Arlt, a Cortázar”. Paniaga se declara fan de Cortázar y dice que el Casa de las Américas tiene un gusto especial por la relación que Cortázar tenía con Cuba. En cuanto a Arlt, y al gusto de inventarse un amigo como personaje, enfoca contento en una coincidencia: “Me avisaron que había ganado el premio el día del cumpleaños de Arlt”.
Cuenta Paniaga que tiene cuentos y novelas inéditas, que alguna de sus novelas fue finalista del premio Emecé, que mandó sus textos a muchos concursos y que el panorama lo había decepcionado. Buenos Aires, fin de otoño será editada primero en Cuba. “Creo que de un modo más o menos consciente en el origen de la novela está la idea de proyectar una situación del presente, el antiperonismo y el odio que hay hacia una determinada clase social –dice–. Una especie de espejo a la distancia. También creo que subyace el tema de la identidad y de la forma en que nos fueron ocultando la historia a lo largo del tiempo. Lo que sucedía en aquel momento no difiere demasiado de lo que sucede hoy: cambian los nombres, pero no mucho más. Estoy leyendo el Borges de Bioy, y esos comentarios en la intimidad respecto al peronismo no son demasiado distintos a los que puede llegar a hacer Fernando Iglesias. Lo que decía en público era irónico, pero en privado tiene una carga violenta, venenosa”. Aunque se documentó en torno a la época, no se trata de una novela histórica, aclara Paniaga. Y concluye: “¿Durante cuánto tiempo olvidamos a los bombardeos? Apenas si se mencionaban. Incluso el mismo Perón intentó poner paños fríos sobre el episodio. Y no se condenó a quienes participaron. Luego hubo dieciocho años de proscripción, hasta el 73. Si preguntás en la escuela, los pibes no tienen idea; tampoco muchos docentes saben que mataron a unos trescientos civiles y que intentaron asesinar al Presidente. Muchísimos pibes tampoco tienen idea de Malvinas, que es mucho más acá en el tiempo. Me parece que estos agujeros en la memoria y estas cuestiones respecto a la identidad tienen que ver con lo que padecemos hoy al frente del país”.