Julieta Jankunas se conecta a Zoom. La cámara se prende y la delantera de Las Leonas se encuentra en Aeroparque. Por los altavoces se les solicita a los pasajeros embarcar. La cartografía de Julieta suele ser así: viajar a Córdoba Capital –ciudad donde nació- para visitar a su familia. “Dentro de la burbuja del Hockey, ellos son un pilar fundamental para bajar, tomar conciencia y valorar lo que tengo”, relata.

Actualmente tiene 25 años, pero como toda trayectoria deportiva, su camino comenzó a temprana edad. Al principio incursionó en la gimnasia rítmica, pero terminó abandonando la disciplina. Lo que siguió fue el hockey. Elección que acarreó una cuestión hereditaria: su mamá practicaba el deporte, y por consecuencia, decidió tomar la misma ruta.

Su primer club de formación fue el Club Universitario de Córdoba, su equipo actual. Desde ese entonces, su curva ascendente fue fugaz: a los 15 años ya jugaba para Las Leoncitas, a los 16 formó parte de algunas citaciones en Las Leonas, y a los 18 años se asentó de manera definitiva. En ese lapso, entre otros logros, cosechó dos medallas de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 y en el Mundial de Países Bajos y España 2022, y dos preseas de oro en los Panamericanos de Lima 2019 y Chile 2023.

Detrás de lo conseguido, hay una idea rumiante: la salud mental. Estudia Psicología a distancia en la Universidad de Palermo y no es en vano que durante la entrevista con Página/12, una de sus citas es “la mente también se entrena”. Una cita que describe su leitmotiv aspiracional: superarse como deportista.

- ¿Cómo te enamoraste del hockey?

- Una cosa es enamorarse del Hockey y otra del deporte profesional. Hubo un momento donde yo quería cambiarme de club (Universitario de Córdoba) porque quería buscar crecer. Empecé a entender que el Hockey era mi cable a tierra. Entendí que yo no iba a divertirme. Está mal que diga esto, pero yo quería entrenar y superarme. No sé si me enamoré del deporte profesional, pero siendo más grande -y no hace mucho- comprendí lo que es ser una deportista.

- ¿El deporte te fue formando como deportista?

- El deporte educa y enseña muchísimo. Cuando me cruzo con una persona que no conozco y me dice “voy a buscar a mi hijo que está haciendo fútbol”, mi primera reacción es “qué bueno que hagan deporte”. El deporte es que las personas “hagan algo”. Que se empapen con otra gente. Te hace acelerar procesos de vida. El hockey me independizó, me hizo autoabastecerme, autoadministrarme, conocer mi cuerpo y mis límites, a exigirme, a pasar por todos los momentos sentimentales y emocionales. El deporte es duro porque se trabaja con uno.

- ¿Hasta dónde llega ese límite en el alto rendimiento?

- Todas las personas que tienen ganas pueden llegar a ese límite. No pasa por una cuestión de talento. Si entrenás todos los días, por supuesto que vas a mejorar. Lo más difícil para un deportista, que tiene que hacer la diferencia, es controlar la cabeza. La cabeza es lo que maneja todo. En mi experiencia personal, cuando antes no quedaba en una lista, lo canalizaba comiendo y me terminaba afectando en el aumento de peso. Cada uno afronta sus situaciones personales de diferente manera.

- ¿Es difícil ponerse en la situación del otro?

- Cuando uno aconseja o está del otro lado, es fácil. Pero estar en el zapato de uno es complicado. En Las Leonas hay muchas exigencias y presiones. No sólo desde afuera. Sino en lo personal. Me pasa que yo quiero tener el control de todo: que me salga bien el tiro al arco, la presión, correr bien, no cansarme o alimentarme bien. Tengo claro el sueño y al mismo tiempo me digo “para, yo estoy haciendo todo para lograr llegar allá”. A mí me costó delegar. Estoy acostumbrada a vivir sola o cuando me pasa algo decirme “yo puedo sola”. Como si fuese un caballito de guerra. Es muy fina esa línea entre recibir ayuda del otro y al mismo tiempo decir “no para, si no lo vas a hacer como yo, lo hago yo”. En ese proceso, es ir aprendiendo de que no todo es perfecto, de que equivocarse está bueno o de hacer otras cosas como estudiar. Es tener cositas en varios lados y no tener el 100 por ciento en un solo foco.

- ¿Hay una cuestión individual a la hora de llevar a cabo esos procesos?

- Todo el mundo te dice “busca ayuda”. Pero por más ayuda que recibas, si vos no querés realmente que te ayuden o no querés cambiar, es difícil. Por ejemplo, en Las Leonas: “Tenés que mejorar el físico”. No alcanza sólo con el preparador físico. Vos tenés que tener ganas de hacerlo. Esas ganas de abrirse, buscar ayuda y de cambiarlo.

- Hablas sobre el físico y la alimentación. ¿Cómo te llevás con eso?

- Todo lo que soy lo construí y me llevó tiempo. Me fui volviendo cada vez más profesional. Uno piensa que se alimenta bien o se cuida, pero siempre hay algo por ajustar. Abrí esa puerta para mejorar mi alimentación, mejorar mi físico y hoy me siento donde quiero estar y donde me siento cómoda. Siempre estudiando y aprendiendo sobre lo que estoy haciendo. Hoy por hoy bajé dos kilos y mantengo una estabilidad que me deja tranquila.

- Empezaste a jugar en Las Leonas a los 16 años. ¿De qué manera conviviste con ese proceso de madurar de golpe?

- Fui bastante consciente de lo que viví y de lo que estoy viviendo. Nunca me victimicé por mi edad. Siempre me sentí capaz. Nunca me senté a dudar. Me he equivocado mucho y me han retado mucho. Pero he aprendido. Hoy con 25 años, veo a chicas de 18 o 19 años y me pregunto: “¿Yo a esa edad estaba en Las Leonas?”, “¿Así de chiquita era?”. Ahí empezás a dimensionar un montón de cosas. Una se va adaptando, se hace fuerte y saca herramientas que no sabe de dónde las saca.

- Jugaste en Países Bajos. En el Victoria Dames 1. ¿Te pasó de viajar a tantos lugares y no sentirte parte de ninguno al mismo tiempo?

- Viste cuando llenás un formulario y tenés que llenar en dónde vivís. Cada vez que los lleno, tengo una dirección distinta. Cada vez que me preguntan si estoy viviendo en un lugar, les digo que ya cambié. Es medio engañoso lo que voy a decir, pero en donde estoy, trato de volverlo familiar y que sea mi refugio. Cuando estuve en Holanda, con Vicki (Sauze), tratamos de que la casa fuera lo más argenta posible. Ojalá que, de acá a un par de años, logre asentarme y encontrar mi lugar. Es uno de mis objetivos de vida. Pero hoy, con lo nómade que soy, trato de dejar una huellita en cada lugar en el que estoy o traerme algo de ahí.

- ¿Cómo te llevás con mantener una posición profesional en el alto rendimiento y tu personalidad alegre?

- He llorado mucho entre esa lucha de lo que yo quiero, mis emociones y las reglas de “no podés hacer esto”. Me han retado mucho. Banco la seriedad y entender los momentos y los espacios. También banco descontracturar. He visto a una nadadora que antes de competir se puso a bailar. Tal vez yo me estoy riendo y es mi forma de descargar. Es una línea muy delicada. Porque tu nivel de seriedad es distinto a la mía. Tu forma de concentrarte es diferente a la mía. Tu forma de encarar una situación no es igual a la mía. Es más complejo de lo que se ve.

- Estás estudiando psicología. ¿Qué importancia tiene la salud mental en el deporte?

- Cuando uno quiere entrar en el mundo de ser deportista, se le debe decir: “Tenés que trabajar tu cabeza, tu físico y después elegir el deporte que quieras”. La salud mental es fundamental, porque sin ella, no funciona nada. Hoy las redes sociales se han vuelto muy protagonistas. Los comentarios buenos y malos llegan al deportista y la cabeza empieza a dar vueltas. Uno quiera o no está expuesto y se vuelven peligrosas. En este último tiempo hubo varios artistas que hablaron sobre la salud mental. Hay que sacarse la figura de estrella, incluso del deportista, y entender que somos personas, que tenemos problemas por detrás, que sentimos y que cargamos con expectativas.

- ¿Cómo se construye un equipo ante las expectativas?

- Cuando aparece el discurso del resultadismo, aparecen las presiones. No se tiene en cuenta que las jugadoras cambian, que hay que encontrar el potencial de cada una y hacerlas entrenar, y que los otros equipos analizan y estudian. Hay factores que se ignoran y sólo se espera la victoria. Ahí es donde hay que aguantar, porque estamos en un proceso. ¿Podemos fallar? seguro. Nosotras no podemos andar diciendo constantemente: “No rendimos bien por tal cosa”. Porque se transforma en excusas. Pero lo que logramos se crea en el camino.

- Siendo delantera, ¿de qué manera te relacionás con la obsesión por el gol?

- Hazte la fama y échate a dormir, dicen. Me hice fama de que hacía goles y cuando un día dejé de hacer goles, se decía “Julieta no sirve” o “Julieta está desmotivada”. Entiendo que somos capaces de un montón de cosas y que hay otras cosas que no conocemos y las podemos descubrir. Pero en ese proceso de descubrir, cuando una se descuidó, llegan las críticas. Hubo un momento donde sólo me relacionaba con ser “goleadora” y está buenísimo. Me considero que soy una jugadora que tiene el arco entre ceja y ceja. Pero empecé a sentir una mochila encima, que quizás yo misma me la puse. Así que tuve que entender que también tengo otras capacidades, como el pase, y tuve que reinventarme.

- ¿Qué pensás sobre el hockey y el amateurismo?

- El deporte amateur da pasión, amor y es motivante. Pero se gasta mucho. Lo vivo con mis compañeras del club y estoy horrorizada con los gastos que tienen. Están organizando un viaje y hacen miles de sorteos y cosas para poder juntar dinero. No sé si todo ese amor y esa pasión que uno siente depende simplemente del deporte amateur. Porque la pasión también está en lo profesional. No lo tengo en claro. Sí considero y espero que en un futuro el hockey salte un escalón más, porque estamos muy lejos de ser un deporte profesional.

- Las Leonas desde los JJOO de Sídney 2000 tienen una vara alta. Está pendiente la medalla de oro. ¿Qué aspiraciones tienen en estos Juegos Olímpicos de París?

- Altísimas. Tenemos esa presión porque tenemos con qué. Doy fe de eso. Lo que quede de este tiempo trabajaremos para llevarnos el oro para casa. Un podio está muy bien también, pero necesitamos esa medalla de oro. Nada de cosas al medio. Nada de cosas parciales. Vamos a por todo.