Cuando comienzan a aparecer los primeros síntomas de que al gobierno no le va ni tan bien como dice el Presidente ni como propalan los altavoces mediáticos dóciles al oficialismo, Javier Milei redobla la apuesta poniendo en acción parte de las tretas discursivas que más resultado le han dado: negar lo evidente y generar otros focos de atención para distraer sobre lo que realmente pasa.

En Córdoba, durante la celebración del pacto que no fue ni pactito, Milei dijo sin inmutarse que su popularidad sigue creciendo. No es verdad aunque el Presidente sigue recogiendo apoyo de parte de quienes lo votaron. La audiencia congregada ante el cabildo cordobés (mucho más acotada de lo que esperaban los organizadores) no estaba ni en condiciones ni con predisposición para cuestionar semejante dato. Más fácil fue vivar como un héroe patrio a Toto Caputo por el mérito de haber practicado “el ajuste más grande de la historia de la humanidad” (Milei dixit)… que ya dejó como saldo centenares de empresas cerradas y sin empleo a miles de trabajadoras y trabajadores argentinos.

Mientras los problemas se multiplican aquí el Presidente inició una nueva gira de autopromoción en el exterior con escasos o nulos beneficios para el país. Otra forma de eludir responsabilidades de la gestión para lo que fue elegido.

Se podrían sumar otros ejemplos sobre las mentiras y las artimañas presidenciales, pero basta con lo mencionado. Milei miente, falsea información a sabiendas de que luego sus acólitos periodísticos no solo refrendarán la farsa sino que la repetirán tantas veces como sea necesario… hasta tornarla verdad mediática. Con el mismo cinismo el Presidente afirma que los salarios “ya le ganan a la inflación” y, cuando se le dice que los asalariados no llegan a fin de mes con sus sueldos, sostiene que “si la gente no llegara a fin de mes ya se habría muerto”.

Para Milei la sublevación popular en Misiones en demanda de aumentos y mejoras en la calidad de vida es apenas un problema policial que tiene que ser solucionado por el gobernador. Da por supuesto que su gobierno está exento de toda responsabilidad.

Demás está decir que el show del Luna Park forma parte del mismo artilugio escénico para desviar las miradas sobre las penurias derivadas del ajuste y le sirven al Presidente como bálsamo para sobredimensionar la autoestima de quien se considera a sí mismo “el máximo exponente de la libertad a nivel mundial". ¿Quién podría ponerlo en duda si así lo reconocieron los ultraderechistas de Vox en España y la ratificará Nayib Bukele cuando lo visite en El Salvador?

Salvo la resistencia institucional que el bloque de Unión por la Patria mantiene en el Congreso la oposición sigue sin rumbo y sin proyecto alternativo a futuro.

Sin embargo, los alertas y reclamos aparecen de uno de los lugares quizás menos pensado: la jerarquía de la Iglesia Católica. Sin alzar la voz el arzobispo Jorge García Cuerva le recordó en propia cara a Milei sobre la importancia del “disenso y el debate” en democracia, le advirtió que no se pueden postergar las necesidades populares “en nombre de un futuro prometedor” y reclamó “mayor compromiso y cercanía con los que sufren”.

Pero quizás lo más fuerte del arzobispo porteño fue decir que no podemos “hacernos los tontos” y que “hay que acompañar con hechos y no solo con palabras el enorme esfuerzo del pueblo”. Para recordar, pocos párrafos después, que “hay pocas cosas que corrompen y socaban más a un pueblo que el hábito de odiar”.

No fue solo García Cuerva.

Con menos difusión mediática, pero el mismo 25 de mayo, el obispo de Quilmes y Presidente de Cáritas nacional, Carlos Tissera, hablando en su catedral y ante las autoridades locales, dijo que “no podemos vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede a un costado de la vida, marginado de su dignidad”. Y agregó que “hoy los argentinos vivimos momentos en que muchos van cayendo heridos al costado del camino: despidos en las fuentes de trabajo, sueldos por debajo de la línea de pobreza, la situación de las personas mayores no les alcanza para satisfacer sus necesidades básicas, la situación de los comedores comunitarios que no tienen alimentos suficientes”. Agregó que “es palpable que la crisis socioeconómica se ha agravado”.

En otro momento el titular de Cáritas reivindicó el valor de la política y sin mencionar directamente a los movimientos sociales afirmó que “hoy nadie puede asumir la cantidad y la complejidad del trabajo social de manera individual, y es por eso que insistimos en integrar a todos aquellos que con enorme sensibilidad atienden a los más pobres y en que también se les dé la ayuda necesaria para que puedan seguir haciéndolo”.

Como tampoco lo hizo García Cuerva y siguiendo el estilo del lenguaje episcopal, el obispo de Quilmes no dio nombres ni hizo señalamientos personales.

El obispo Tissera recordó además que “no hay verdadera libertad sin fraternidad, justicia social y paz”.

Pero ni García Cuerva ni Tissera fueron los únicos que hablaron.

Al día siguiente y en sintonía con sus colegas nada menos que el Presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Oscar Ojea, ante la evidente emergencia alimentaria y frente a la constatación de que el gobierno tiene sin distribuir millones de kilos de alimentos, pidió que se entreguen de inmediato. “Esto es lo que realmente nos preocupa, que se vaya perdiendo la sensibilidad frente a un derecho que es y que es primario como es el derecho al alimento”. Eduardo García, obispo de San Justo, apoyó los dichos de Ojea y reclamó en el mismo sentido.

La respuesta del gobierno fue coherente con el negacionismo ante lo irrebatible. Manuel Adorni anunció que “obviamente” el Ejecutivo apelará el fallo judicial que le ordenó repartir las cinco mil toneladas de alimentos almacenadas en galpones oficiales. Ese stock, dijo el vocero, será “preservado de forma preventiva para emergencias o catástrofes”. Como si la crisis alimentaria no fuese ya y en sí misma una catástrofe.

Un frase del obispo Tissera puede servir de buena síntesis de todo lo anterior y un mensaje que trasciende lo religioso para impactar en lo social y en lo político: “Un país cuya pobreza sigue creciendo (..) no admite miradas sesgadas, prejuicios ideológicos y peleas sectoriales”. Un señalamiento que le cabe a muchos actores en la coyuntura actual.

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