“I love you all” fue lo último que dejó escrito la artista y referente española Roberta Marrero el pasado 17 de mayo antes de despedirse. La noticia totalmente inesperada la dieron a conocer sus amigxs Inés Plasencia y Víctor Mora en redes sociales unos días después y los homenajes no tardaron en llegar. Gente cercana y conocida la recordaba como tímida y misteriosa, con una cara que recordaba a Marlene Dietrich o a Joan Crawford, inteligente y sabia como pocas, creadora de un mundo personal enorme que, como cuenta en uno de sus libros, le salvó la vida.
Roberta había nacido en las islas Canarias en 1972. El franquismo llegaba casi a su fin y los años idealizados de la movida madrileña estaban a la vuelta de la esquina. Roberta se encargaba de remarcar que la romantización de los años ochentas que hacían las nuevas generaciones no tenían nada que ver con la realidad.
Ella, como mujer trans, los había pasado fatal, recordaba Canarias como un territorio gris, violento y sin magia hasta que un día una aparición en la televisión cambió por completo su existencia. Un primer plano de unos ojos claros delineados y con sombras de colores, una locución que decía “Estos ojos que ven no son los de una mujer, son los ojos de Boy George”. Corría 1983 y como relata en su novela gráfica El bebé verde, el bullying escolar la había convertido en una persona solitaria y con miedo. Boy George le mostró que el mundo era más grande de lo que ella pensaba y fue la punta del iceberg para armar su propio santuario de héroes del pop.
Bowie, Siouxsie, Jayne County, Alaska y Nico, entre otras, fueron los protagonistas de sus obras más características, unos collages sobrecargados en donde convivían sus referencias y el horror al vacío, superficies completas de símbolos religiosos, ocultistas, virgencitas, chongos y puñales clavándose en corazones a punto de explotar. Su obra era intensa y ella sabía cómo sublimar sus fantasmas y transformarlos en puro punk.
Roberta tuvo varias vidas. A comienzos de los 00s pertenecía a la troupe de Fangoria y hasta aparece en uno de los videos del grupo, El cementerio de mis sueños como una bailarina gotica entre lápidas, una fusión entre Elvira y una Poison Ivy. También fue cantante, sacó dos discos: A la vanguardia del peligro, en 2005 y Claroscuro en 2007 de los que salieron unos hits como el cover de Ku Minerva, “Estoy llorando por ti” y “Humano demasiado humano”.
En un momento decidió abandonar su faceta de rockstar y se casó con un danés que la llevó a vivir a Copenhague, en donde esa piel pálida quedaba muy bien. Ahí se volcó de lleno a su arte que mostraba en un blog ya mítico (La moleskine de Roberta Marrero) y luego en redes. Realizó muestras y editó libros: Dictadores, en 2015, un breve compilado de su obra en donde se atrevía a ponerle moños de Hello Kitty a Hitler y a Franco; El bebé verde, en 2016, una novela gráfica basada en un su propia vida y We can be heroes, en 2018, una celebración de ídolos pop LGBTQ+.
En los últimos años había vuelto a Madrid y empezó a escribir poesía. Sus referentes fueron Alejandra Pizarnik, Olga Orozco y Pedro Lemebel. En esta última vida que había decidido transitar editó dos poemarios: Todo era por ser fuego: poemas de chulos, trans y travestis en donde aparecía una foto de ella el día que había tomado la comunión y Derecho a cita, que salió hace apenas unos meses.
Tanto en su obra escrita como visual los temas que la obsesionaban eran siempre los mismos: el amor romántico y sus derivas, la muerte y el suicidio. En sus últimas entrevistas, aclarando que no quería hacer apología de nada, comentaba que saber que se puede acabar de un día para el otro con todo era un alivio. En su último libro un poema titulado “La Casa” decía: La depresión me dejó la casa abajo, me dejó desnuda / con todos mis fantasmas susurrándome al oído que durmiera, que bebiera, que me encerrara en mi misma/ que me suicidara.
Hace unos días la despidieron con un homenaje en la librería madrileña Mary Read Libre. Una multitud de amigos y seguidores se acercaron a la calle a escuchar sus poemas y ver videos proyectados de sus presentaciones. Habría que imaginarse cómo hubiera reaccionado ella, tan esquiva a las multitudes, que prefería quedarse leyendo en su casa antes que salir por ahí. Lo que sí podemos imaginar es que estaría contenta de haber dejado una marca tanto en sus conocidxs, como en sus seguidores y lectores, porque como dejó escrito en su novela gráfica: “Este libro es un talismán para todos y todas los que sientan que no hay un lugar para ellos. Cuando te cueste respirar, abrázalo. Mi corazón está dentro de él y te hará compañía”.