Hay que hablar. Como reacción de época, un instinto combativo, como una entrañable alegoría de trova. En la temporada de la espectacularización de la crueldad, del deterioro televisado, la fortuna serán las palabras: ese lenguaje exquisito capaz de nombrar el dolor, de otorgarle entidad al efímero instinto del maldecir. Son casi 10 años los que lleva Ópera Periférica exponiendo el género de la ópera al territorio de los márgenes imposibles. Está en la raíz de este colectivo de artistas fomentar la discusión in situ, problematizar a las vigencias del sistema del arte.
En marzo del año pasado, cuando presentaron la ópera-performance Sirenas en Jardines electrónicos en el Museo Hispanoamericano Fernández Blanco, el rancio imperio de los medios de la desinformación les apuntó con trending topics, precisamente la semana de la visibilidad travesti trans. La operación derivó en la renuncia de Victoria Otero, gerenta de Museos de la Ciudad de Buenos Aires; y en la cancelación y la reprogramación de este y otros eventos porque les resultó insoportable la presencia de cuerpos del colectivo LGITQ+ en las instituciones culturales.
Es vasto y complejo el trayecto de Ópera Periférica. Su obra se inscribe en una lógica de producción y exhibición que pone a funcionar simultáneamente elementos heterogéneos y que a su vez: trascienden lo queer, las piezas, los archivos. Se trata, quizás, de poner al límite el dispositivo de la ópera. De volverlo explosivo.
Este 1° de junio estrenan (en la primera de dos exhibiciones) la acción Oratorio de Guerra en el Centro Cultural Universitario Paco Urondo. Una apuesta tan monumental como su germen: que la ópera dialogue con la realidad. Y entonces, este colectivo afronta al clima neofascista motorizando una apuesta colectiva cuya misión, además de reunir a voces imprescindibles, fue la de organizar la resistencia desde la práctica artística.
Esta vez el proyecto congrega dentro del mismo dispositivo a un ensamble, a oradorxs, a cantantes líricxs, a guerreras y a artistas sonorxs. La composición musical está a cargo de Guillermo Vega Fischer y la dirección del ensamble bajo la gestión de Mariana Ferrer. El elenco, la sonata de la guerrilla, despliega un talento tan estelar como celebratorio: Mabel, Luki la Puti, Liliana Cabrera, Jorge Thefs, Nube, Ariel Osiris, Feda Baeza, Luchi de Gyldenfeldt, entre muchxs otrxs más.
Cuando Gerardo Cardozo, director de escena y coordinación, y Pablo Foladori, encargado de la dirección general y de escena, se preguntan sobre “qué otros modos de habitar estos tiempos podemos ofrecer” descifran el romance entre la ópera y el artivismo: un puente ilógico, contradictorio, para el estigma bienpensante de la ópera en tanto objeto de élite cultural.
¿Es un oratorio pero con la particularidad de abordar lo coyuntural?
Pablo Foladori (P.F.): Jugamos con el formato más clásico del oratorio. En este caso no serán textos religiosos, sino textos relacionados con la coyuntura y con una pluralidad de voces. Hay momentos de pura palabra con oradorxs que son referentes de la cultura o la política, y sus discursos no están atravesados por la música o lo teatral, sino que son voces hablando sobre la coyuntura.
¿Y cómo es el tratamiento que se le da a la palabra?
Gerardo Cardozo (G.C.): Nos interesa horizontalizar la palabra sobre la coyuntura, armando algo textual y coral para que resuenen todas esas voces y podamos verlo desde una multiperspectiva. Después hay movimientos más musicales y performativos. Algunos trabajan mucho el humor. Inicialmente iba a ser un proyecto más pequeño de cámara, pero vimos muchxs artistas interesadxs en hablar sobre la coyuntura, y nos pareció interesante potenciar eso.
Me resulta impensado un proyecto de Opera Periférica sin lugar a la fantasía...
G.C.: Lo coyuntural está intervenido por la fantasía, por cómo cada performer interpreta algo de esa fantasía. Hay un gesto de apropiación en esos gestos performativos, apropiarse del deseo. La idea era que ingrese el deseo propio de cada performer en cómo podemos construir una nueva realidad a todo esto que parece asfixiar. La batalla cultural también está en no dejarnos asfixiar, y el proyecto tiene que ver con dar batalla en este sentido.
¿Como una respuesta?
G.C. : Es una reacción. Es un "juntémonos". Es un poco resistencia, un poco sostener. Fueron muchos meses de trabajo, de pensar: ¿qué decimos en este contexto? Y también de organizar las fuerzas. Lo que nos pasaba era que estábamos tan abatidos, había tantos frentes. Y en ese sentido, organizar qué es lo que tenemos para ofrecer como resistencia, como batalla, como respuesta. Y ordenarlo. También es un encuentro afectivo. Eso también es capital de resistencia, capital artístico. Sin abandonar la práctica. Hay algo de desidia; no va a haber financiamiento, van a desmantelar todos los sistemas de fomento. Igual vamos a hacerlo. Igual hay algo prioritario que tenemos: estamos juntos. Darnos cuenta de eso. El oratorio es la respuesta a encontrarle algo de sentido estando en comunión, hermanados. Aunque no haya financiamiento, seguimos adelante. La práctica artística es vital.
¿No cuenta con financiamiento?
P.F.: Nosotrxs lo hacemos sin ningún tipo de subsidio. Pero, por otro lado, todavía hay un montón de presupuesto que se lleva la ópera hecha solamente en el Teatro Colón. Y pareciera que no existen otras formas de hacer ópera. Las hacés como en el Colón... o nada. Lo que me da mucha pena es que, en la única usina de un género, como es el Colón, el ciento por ciento de los títulos no puede ni negociar ni hablar de la realidad. Se quedó absolutamente como un objeto de museo, pero recibiendo un montón de presupuesto. Entonces cuando queremos hablar de música, de palabra y de teatro nos quedamos desfinanciados. Me preocupa que un género que recibe tanta plata tenga que ser hecho solamente de esa manera. Solamente en ese lugar. Solamente con esos cuerpos. Con esas lógicas de producción.
¿Cómo pueden pensarse a los colectivos artísticos en esta era de la crueldad?
P.F.: Arriesgando, seguir tomando temperatura, no ir hacia la tibieza. Necesitamos hacer, aunque no se sepa qué es; una maquinaria que está funcionando en un momento, en un lugar, con un montón de biografías y cuerpos ahí, trabajando. Hay que dejar de etiquetar y tomar temperatura, arriesgar en las formas. En este momento tan cruel, seguir reproduciendo ciertos formatos me da miedo de volver a los 90, a una cosa muy superficial. En medio de una pesadilla, hay que actuar con otras lógicas. A la nueva era se le responde con nuevos artefactos, hay que encontrarlos y también fracasar en esa búsqueda.
Claro, reinventar otras lógicas de producción…
P.F.: Mirá la programación del Teatro Colón, hay mucho de reposición. Por eso, para mí, hay que responder de otra manera en la era Milei, y no reponiendo algo ya hecho. Así como ellos están operando con lo simbólico, nosotros como artistas debemos tener la estrategia para recuperarlo. Una contrainteligencia para no perder eso que ellos se están apropiando. Eso requiere mucho trabajo y mucha sensibilidad. ¿Cómo no reaccionar a eso? Me parece absurda la oferta cultural hiper snobeada.
Oratorio de Guerra se presenta el 1° y el 8 de junio en el Centro Cultural Universitario Paco Urondo. Los bonos contribución se consiguen en Passline.