Contra lo que suele pensarse, imaginar lo que no existe no requiere mucho esfuerzo. Lo que es difícil, y en ocasiones imposible, es imaginar de verdad lo que sí existe, en toda su inmensa complejidad, en toda su rareza y su inverosimilitud, en su perpetua confusión. La rabia ha sido tradicionalmente el afecto de los pobres, pero huir del neoliberalismo no es fácil: para que las cosas existan deben tener un precio. Y los "Juegos Evita" no lo tenían. 

Así surgen aquellos que cultivan la memoria para desprenderse de ella. Terraplanistas de todo genocidio, de derechos sociales, de raza, de clase, de género. Hay un narcisismo nacionalista del presente que lo separa de toda la extensión y riqueza del pasado fortalecido por la ignorancia y el odio. Hoy les toca a los "Juegos Evita" que pasarán, seguramente, a llamarse los "juegos del hambre". El desfinanciamiento se asoma como una bofetada súbita en sus 76 años de historia, y deja a la deriva al millón de personas que se favorecía de la competición. No hay plata. No la hay, dicen. Tiempos en que algunos han dejado el neorrealismo pobre y han dado paso a la "dolce vita", viajando por el mundo como si no hubiera un mañana con el dinero de los contribuyentes.

Pero hay más. Está el odio. Siempre está. Los "Juegos" fueron una iniciativa impulsada por Eva Perón y el entonces ministro de Salud, Ramón Carrillo, permitiendo, por primera vez, que niñas y niños de todo el país accedieran a la salud pública y al deporte. Nada más ni nada menos. Da igual. Se llevan todo por delante. En una permanente exhibición de una oligarquía que sabe quién manda, que desfila con pecho de palomo para mostrarnos cuales son los verdaderos rostros del poder.

"Van reducir un 70 por ciento los participantes y lo peor de todo es que la Nación no se iba a hacer cargo de la inversión que esto conlleva en las delegaciones, la hotelería, la comida, entre otros (...). Desde la provincia de Buenos Aires creemos que con esas condiciones no podemos asistir a esta nueva planificación, a estos nuevos juegos que tampoco se van a llamar Evita, así que estamos muy preocupados" , lamentó el subsecretario de deportes de la provincia de Buenos Aires, Leandro Lurati. Son ideas sin promesas de lucro que se consideran caprichos de soñadores, un superfluo sumidero de tiempo y talento carente de rendimiento económico y, por tanto, de la aprobación de los mercados. Esas conocidas libertades liberales que liberan tan poco.

Hay una cultura del odio que se exhibe con descaro y se reivindica para vestir mejor su perversidad. Hoy le ha tocado a Evita. De esta oscuridad saldrá una niñez y una juventud más pobre, más desigual, más precaria, menos protegida. Sin ese cobijo que es una escuela para la vida y una mirada para hermanarse con el otro; para ejercitarnos contra los prejuicios, contra los abusos, contra el odio.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo 79.