De chica Tamara Tenenbaum leía cosas como Hay que enseñarle a tejer al gato (Ema Wolf), Mujercitas (Louisa M. Alcott) o Papaíto piernas largas (Jean Webster): “Me entrené de manera involuntaria para leer los géneros en un sentido muy plástico”, dijo alguna vez en una conferencia. Su novela más reciente, La última actriz (Seix Barral), de algún modo da cuenta de esa formación desprejuiciada a la hora de leer porque cruza varios registros y texturas pero, a la vez, es muy clásica: aparecen los puntos de vista de dos narradoras –Sabrina y Jana– que en apariencia viven tiempos diferentes, un diario íntimo revela el mundo privado de una de ellas, hay intercambios de mails en ese formato ambiguo que mezcla lo formal de la academia con lo coloquial de los vínculos más cercanos y explora varias obsesiones, como la identidad judía, las tensiones entre tradición y modernidad, el mundo del trabajo y el amor por Buenos Aires.
“En algún sentido es una novela muy clásica. Creo que podría ser una película y eso me gusta. Mi novela anterior (Todas nuestras maldiciones se cumplieron) era mucho más fragmentada, similar a los experimentos del siglo XXI que hacemos ahora en los que no se entiende bien si es una novela o no. Esta vez quería escribir algo clásico en cuanto al género: acá hay un misterio y se tiene que resolver”, explica la autora en diálogo con Página/12. “Cuando hago un experimento, mi intención es que puedan leerlo en esa clave o bien como una novela de Agatha Christie, me gusta esa conjunción entre la propuesta experimental y un formato más popular”.
–Aparece en primer plano el mundillo teatral y en los últimos tiempos vos lo habitás como dramaturga. ¿Cómo construiste ese escenario?
–Sí, acá hay mucho de mi experiencia con el teatro, de estar en los camarines con Violeta Urtizberea (protagonista de su primera obra, Una casa llena de agua, y una de sus mejores amigas) o con las actrices de Las Moiras (su segunda pieza). Tengo muchas amigas actrices y por charlar con ellas conozco sus vidas de audiciones, de esperar un mail o que te llamen para un trabajo. En algún momento de su carrera casi todas deciden producir o dirigir porque es angustiante tener que esperar. Y, a la vez, para un actor no hay nada más lindo que ser convocado para un proyecto.
“Ser actriz es ser mujer al cuadrado: estar constantemente esperando que te llamen”, dice Sabrina, una de las narradoras. Tenenbaum opina que el mundo teatral no está tan representado. “En Ladybird hay una escena en la que los personajes toman clases de teatro y me encanta –recuerda–, pero es algo bastante raro de ver. En esos espacios se arman dinámicas re infantiles entre adultos: esto de quién actúa con quién o quién actúa mejor”. El texto también aborda la frustración ligada a la actuación: Sabrina es una actriz que no puede convivir con la idea de no ser “la mejor”, entonces opta por la carrera académica y se convierte en investigadora; Jana tiene la vocación pero quizás no el don para ser protagonista, entonces queda relegada a roles menores y se compara todo el tiempo con Sarita, la luminaria del taller al que asiste.
“Cada una procesa la situación a su manera. Jana sigue actuando y Sabrina no puede soportar no ser la mejor. Son dos formas distintas de lidiar con las cosas y, al menos en el texto, quien se retira por miedo al fracaso vive con resentimiento mientras que Jana vive angustiada pero no resentida”, explica la autora, y comenta que la academia está plagada de casos como el de Sabrina: personas que ingresaron a carreras como Letras para convertirse en escritores y luego terminan optando por la investigación como segundo plan, pero allí encuentran su verdadera pasión. “Los caminos hacia una vocación pueden ser misteriosos, a veces tenés que descartar algo que no era para vos”.
El trabajo de Sabrina consiste en "hacer arqueología con gente viva". Ella advierte que en el atentado a la AMIA no sólo se perdieron personas sino también papeles, documentos, registros de la memoria colectiva. El padre de Tenenbaum murió aquel 18 de julio de 1994, pero Tamara nunca había pensado en esto: "Me enteré por Paula Ansaldo, especialista en teatro judío, y me sorprendió mucho porque, aunque no es nada secreto, nadie me lo había dicho. Es extraño hacer arqueología con gente viva y en el caso del teatro es muy especial porque te cuentan cosas que no se pueden reconstruir de otro modo más que con el recuerdo de esos espectadores".
–Se alude a la importancia de la escucha para hacer trabajo de campo, algo que también es clave en la escritura. ¿Sos buena escuchando a otros, eso te sirve a la hora de escribir?
–Tengo la suerte de ser bastante sociable, algo que no tienen todos los escritores. Eso te da un gran insumo porque conversás con gente todo el tiempo, aunque también puede ser una condena. Yo tengo amigos de todas las edades, de profesiones y sectores ideológicos muy diversos, entonces me doy cuenta de que sé cómo habla mucha gente. A veces uno ve que ciertos escritores ponen a hablar a personajes de una manera que no es la forma en la que verdaderamente hablan. No sé si lo hago bien a la hora de escribir, pero al menos tengo muchísimos insumos.
La última actriz problematiza también el mundo del trabajo. Sabrina es académica y coqueteó con la actuación; Jana es actriz pero trabaja como telefonista en un cementerio. Tenenbaum dice que en el entorno académico hay "mucha gente produciendo conocimiento súper importante, pero es complicado encontrar cierta normalidad en ese día a día". De algún modo se parece al universo artístico pero aclara que "no del todo porque en el arte tenés deadline, compromisos, rutinas que se sienten más como un trabajo", mientras que en la academia flota ese miedo a ser un eterno estudiante. "Yo entré a la facultad hace doce años y desde entonces nunca me fui. Puan ya se parece más a mi familia que a mis amigos", dice Sabrina.
Otro de sus intereses tiene que ver con las tensiones generacionales, algo que también está en Las Moiras: “Me re obsesiona. Hoy vivimos una época muy extraña. Por suerte tuve una vida un poco más siglo XX, con una crianza más bien conservadora contra la que pude rebelarme. Ahora mis amigos que son hijos de progresistas no saben qué hacer con sus vidas. No digo que sea culpa de sus padres, pero es más difícil reconocer tus deseos si no hay una fuga de la familia”. La dramaturga define esa generación como “un experimento" porque "es la primera vez que pasa” y apunta que el teatro judío suele abordar el conflicto entre padres e hijos: “De Romeo y Julieta para acá, la cultura se trata de generaciones rompiendo con sus padres. Hoy estamos yendo a un lugar donde eso resulta más difícil: los hijos son muy protegidos y agradecen esa protección. A mí me intriga mucho”. En una de sus últimas columnas reflexiona sobre el lugar vacante que dejaron los jóvenes en la “cultura de la rebeldía” y señala que la derecha supo interpretarlo muy bien. La filósofa sostiene que "la retórica anarcocapitalista anti-Estado es más bien discursiva porque Milei gobierna un Estado con una burocracia, echa gente pero pone la suya", y agrega: "Creo que se dieron cuenta de que en ese anarcoliberalismo había un discurso que podía llegar a esa rebeldía que no va en contra del mercado sino a favor. Es una rebeldía conservadora”.