Hace diecinueve años, en una oficina diminuta de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), sin que nadie lo planificara, nacía una experiencia pedagógica inédita y revolucionaria: el Centro Educativo Isauro Arancibia, que en la actualidad brinda educación, y mucho más, a trescientos niños/as y jóvenes en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires.
Susana Reyes es el alma máter de esta escuela de gran corazón que incluye a quienes la sociedad deja afuera de toda posibilidad: de educación, de salud, de cualquier tipo de beneficio social, de proyecto de vida. “En el Isauro siempre hay vacantes”, éste es uno de los principios de inclusión profunda y absolutamente radical que guían a esta institución que hoy tiene su sede en el barrio de San Telmo. En la actualidad “el Isauro”, como se la conoce, es una Escuela de Jornada Extendida –de doble turno, con gran cantidad de talleres de artes y oficios– en donde no sólo se brinda educación primaria, también hay un secundario –que depende de la Universidad Nacional de Avellaneda–, un jardín maternal –para los/as hijos/as de los/as estudiantes–, y un Centro de Integración Social (CIS), que es una vivienda para veinticinco personas; y además cuenta con emprendimientos de la economía social, que son la fuente de trabajo para muchos de los estudiantes. “Las cosas que se viven en las escuelas son muy lindas en general, y en esta escuela en particular son muy hermosas”, dice sin una pizca de demagogia Reyes, quien ha pasado gran parte de su vida docente afrontando cada uno de los desafíos que le presentaba una escuela que se fue haciendo a la medida de los sujetos pedagógicos que llegaban a sus puertas en busca de educación. “Los pibes realmente son nuestros maestros”, insiste una y otra vez. Es que ella, y los colegas que se fueron sumando en estos años, no se cansan de decirles a los estudiantes del Isauro que ellos, los docentes, están ahí porque lo eligieron y lo siguen haciendo cada día. “Lo que demuestra nuestra escuela es que cuando realmente hay una voluntad y un acompañamiento, el otro puede hacer, puede construir y reconstruirse”.
Recientemente, apenas Susana Reyes cumplió sesenta años, el Ministerio de Educación de la ciudad de Buenos Aires la intimó rápidamente para que abandone su cargo y se jubile. ¿Por qué tanta premura en desligarse de alguien que lidera una experiencia educativa que es observada a nivel nacional e internacional como un modelo pedagógico? ¿Por qué la intiman, por qué nadie del gobierno se acerca para conocer el trabajo realizado, o para agradecerle los servicios prestados, o para pedirle que comparta el conocimiento acumulado en estos años? ¿Será que Susana Reyes es un “mal ejemplo” a la manera en que podría serlo Raquel Papalardo, histórica rectora del Instituto Mariano Acosta, a quien el Ministerio porteño también intenta jubilar lo antes posible?
Si a Susana Reyes la sacan probablemente la suerte del Isauro peligre, porque su situación legal es incierta, debido a que todavía figura como Centro Educativo (como en sus inicios) y no ha sido cambiada al área del Adulto y del Adolescente. Esta modificación –que se debe votar en la Legislatura porteña– daría estabilidad al proyecto y a sus trabajadores: docentes, administrativos, trabajadoras sociales, psicólogas.
El Isauro es un centro modelo, hay que decirlo, a él acuden a formarse y a observarlo docentes y profesionales de todos lados. Los años de trabajo y las experiencias pedagógicas desarrolladas en sus aulas, se plasmaron este año en el libro La escuela Isauro Arancibia. Una experiencia colectiva de educación popular en el sistema formal (Noveduc), que condensa en sus páginas buena parte de las mejores tradiciones pedagógicas latinoamericanas.
–En todos estos años tuvieron varios ataques, sin embargo siempre lograron respaldo no sólo de innumerables organizaciones sociales, de la comunidad y del sindicato docente, sino también de las autoridades del gobierno porteño. Tanto Mariano Narodowski como Esteban Bullrich, cuando fueron ministros de Educación de la ciudad dieron apoyo al proyecto. Pero la postura de la ministra actual, Soledad Acuña, parece mucho más dura y reacia hacia el proyecto y hacia usted.
–Tuvimos varios momentos difíciles, pero siempre hubo una resolución. Hemos tenido apoyo en diferentes momentos en la ciudad. Mientras hubo un contexto nacional más favorable a la inclusión, nos sentíamos más amparados como escuela, valorados. Cuando llegó el macrismo a la ciudad, en 2008, comenzaron a atacar el proyecto y me quisieron sacar llamando a concurso para todos los cargos, algo que no se podía hacer porque el año anterior, con (Alberto) Sileoni como responsable de Educación en la ciudad, se había armado la Escuela de Jornada Extendida para jóvenes en situaciones de vulnerabilidad social, y como era una experiencia piloto, por cinco años no se podía tocar nada. En ese momento le expliqué a Narodowski la situación y detuvo todo el tema del concurso. Y, después, cuando necesitamos mudarnos porque nos habíamos quedado sin espacio, Bullrich dispuso el edificio en el que funciona la escuela actualmente.
–¿El crecimiento exponencial de la matrícula y el tipo de estudiantes que llegaban al Isauro los impulsó a la reformulación del Centro Educativo?
–Claro, porque los Centros Educativos son de dos horas, obviamente porque estaban pensados para un adulto trabajador que no tiene tiempo, pero la mayoría de los estudiantes del Isauro no tenían trabajo; y los centro funcionan en instituciones alojantes. Nosotros empezamos en la CTA Nacional, en Independencia y Piedras, con las chicas de Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina). Entonces, empezó a crecer, porque comenzamos a traer a los chicos y chicas en situación de calle. Como los pibes viven en ranchadas, empezaban a llegar de a varios, y yo era maestra única para todos los niveles. Pero las chicas de Ammar me ayudaban a organizar todo. Entonces, en vez de armar varios centros separados, de dividir a los estudiantes, nosotros lo que hicimos fue armar una construcción colectiva. Y se iba armando en función de la realidad y el sujeto pedagógico que llegaba. Como los chicos que estaban en Constitución, venían con sus hijos e hijas, pedimos el jardín maternal. En ese momento pensamos el proyecto pedagógico, el diseño curricular, porque los pibes vienen muy baqueteados, a veces venían sin dormir, con el poxi. Entonces, organizamos un diseño para ellos, sin dejar los contenidos que hay que dar, pero de acuerdo a las necesidades que tenían.
–¿Y cómo lo hicieron?
–Les preguntamos cuáles eran las cosas más importantes de la vida para ellos. Y respondían: la familia, el trabajo, la escuela, la vivienda, la salud, los amigos. Entonces, en base a eso, organizamos todos los contenidos, para que tengan sentido y había actividades disparadoras. Por ejemplo en vivienda, empezamos a trabajar con las preguntas: ¿Qué es una vivienda? ¿Para qué sirve? Y entonces, lo que aparecía era una vivienda que podía ser abajo de un puente, pero tenía que tener una estación de servicio cerca, porque ahí está el baño. Todo eso se iba construyendo y terminaba en una maqueta colectiva, que era una vivienda colectiva, con reglas de funcionamiento, con sanciones cuando no se cumplían las reglas. Y después, por ejemplo, se veían cuestiones relacionadas con los perímetros, las superficies, porque tenía que ver con esa vivienda que estaban haciendo. En Historia veíamos cómo eran las viviendas en diferentes momentos. Y entonces, toda esa organización de los contenidos pasaba a tener sentido para ellos, porque eran las problemáticas que traían. De esa manera es posible sacar a la gente de la calle, porque lo primero que tienen que hacer es mirarse de otra manera, sacarse el estigma de encima, valorarse. Porque cuando el pibe viene, nosotros lo recibimos como un estudiante, no es el pibe de la calle que viene a la escuela. La forma de sacar a los pibes de la calle, la forma que los pibes no se sigan matando, que puedan construir un futuro es ésta, es la educación
–En el libro cuenta que desde el principio se plantearon como idea orientadora “la escuela no es la calle”, como una forma de delimitar el espacio. ¿Cómo trabajaron esta cuestión? ¿De qué manera se fue construyendo la relación pedagógica en medio de tantas urgencias vitales que venían de la calle y habitaban en el espacio escolar?
–Nosotros decimos “la escuela no es la calle” en un acuerdo con los pibes, porque es un trato que tenemos que hacer con cada pibe que entra. Esto quiere decir que nosotros no nos vamos a meter con lo que ellos hacen afuera, porque no nos corresponde, somos sus maestros, pero ellos no van a meter en la escuela prácticas como el consumo de drogas, o la resolución violenta de los conflictos; si en la calle resuelven a las piñas, acá vienen a aprender a resolver de otra manera. Ése es el primer acuerdo. En el Isauro nos interesa sólo una cosa, y es que el pibe esté en la escuela y haga todo lo que tiene que hacer en la escuela. Entonces, ante una dificultad, vemos las alternativas. Por ejemplo, nosotros tenemos un equipo del Hospital Argerich que viene una vez por semana a la escuela. Entonces, claro, sí que entra la calle a la escuela. Porque los pibes tienen problemas de piel, las enfermedades de la calle. Bueno, pero ahí no es que los maestros vamos y compramos una cremita y se la ponemos. No, lo que hacemos es que a los chicos los atienda un médico, porque es su derecho. Otra cuestión que conseguimos es que una vez por semana haya un CAJ (Centro de Acceso a la Justicia) en la escuela, porque muchos chicos no tienen documentos y a veces ni partida de nacimiento, entonces desde el CAJ tramitan todo. Lo habíamos pedido hace ya unos años, cuando empezó el Progresar, porque por más programa inclusivo que haya, nuestros pibes siempre quedan afuera, por más que quieras incluirlos, les falta siempre algo. Entonces, empezó a venir el CAJ y ahora sigue.
–Ustedes armaron un equipo de trabajo muy bueno que les permite a las/os maestras/as ir abordando los problemas que surgen en la escuela sin tener que abandonar el rol docente. ¿Me puede contar cómo está conformado el equipo de trabajo y cómo funciona?
–Nosotros trabajamos con un equipo de apoyo, conformado por psicólogas y trabajadoras sociales, que vienen desde siempre a la escuela. Entonces, el equipo de apoyo es el que conecta con el hospital Argerich, por ejemplo, o con el equipo de género, que es un grupo que lidera Victoria Montenegro y vienen a la escuela para trabajar sobre diferentes temas como nuevas masculinidades o violencia de género, que son temas que se nos metían en la escuela. Y nosotros como docentes también participamos. La forma de construir el Isauro es trabajando colectivamente.
–Ustedes trabajan en parejas pedagógicas, ¿cómo es la dinámica que se da en el aula trabajando de esta manera?
–Sí, para nosotros es fundamental la pareja pedagógica por esta idea del trabajo en equipo. Nunca trabajar solo, porque uno va con todo su prejuicio, con todas sus creencias, y eso hace que a veces no te puedas abrir y mirar realmente al otro, y eso para nosotros es terrible, nos ha pasado a todos. Entonces, se trabaja en pareja pedagógica porque se piensa mejor, son dos miradas. Por eso para nosotros la pareja pedagógica es fundamental, porque si no el maestro solo se cristaliza y toma un lugar que no es bueno dentro del aula.
–Además ustedes armaron un espacio de reflexión, “la reunión de los viernes”, que debe ser motivo de envidia de muchos docentes que a diario deben lidiar con su clase sin mucho acompañamiento.
–Sí, los viernes los estudiantes tienen educación física, entonces tenemos ese espacio para nosotros, toda la mañana, nos juntamos todos, y se hace un temario que incluye problemáticas específicas, nada se resuelve individualmente. Acá los pibes no son “mis pibes”, las maestras nunca van a decir eso. Todos nos hacemos cargo de un pibe. Los viernes proyectamos, vemos las cuestiones que están pasando, qué hacemos ante determinados casos complicados. Y tenemos supervisión psicológica sobre nosotros mismos, que la pedimos a la cátedra de Psicología Educacional de la Facultad de Psicología de la UBA. Yo me formé en esa reunión de los viernes, porque yo creo que no existe formación más grande para un maestro que poder correrse de sus creencias, de sus afirmaciones. Yo, por ejemplo, llego los viernes a la reunión sabiendo algunos temas que hay que tratar y con una idea firme de lo que a mí me parece que hay que hacer, y salgo con otra, totalmente superadora de la mía y de la de todos los que estamos ahí, la que descubrimos o construimos entre todos es mucho más grande, más linda, y nos pone más contentos. Creo que es la formación más grande que puede tener un maestro, eso y el poder asombrarse de los pibes, escuchar a nuestros pibes, el valorarlos.