El principio de un libro es la promesa de una seducción que puede prosperar o fracasar. “Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada. En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos”. 

En Nada es verdad (Libros del Asteroide), la escritora italiana Verónica Raimo termina muy bien parada porque apela al sarcasmo y la carcajada feroz para burlarse de los derroteros de su excéntrica familia de hipocondríacos: una madre depresiva, un padre paranoico que consideraba que el mundo era un receptáculo de agentes nocivos de los que había que protegerse constantemente; un hermano mayor que traiciona a Dios con Freud y se psicoanaliza hace años. Raimo se ríe de si misma, de su vida amorosa, de la literatura, de los pervertidos, de la derecha y los católicos. Nada queda en pie porque su escritura desacralizadora desmantela la solemnidad y la corrección política.

Verónica, la narradora de la novela, como la escritora, tiene un hermano escritor, Christian Raimo. No sabe qué dice su hermano cuando le preguntan por qué es escritor, pero ella tiene una hipótesis principal, que se puede pensar también como “generacional”: el aburrimiento que le transmitieron sus padres, que contrasta con lo que sucede con los niños del presente, repletos de actividades y sin tiempo libre para poder aburrirse. Quizá los nacidos en los años 70 fueron los últimos en aburrirse como ostras, encerrados en sus casas. Raimo nació en Roma pocos días después de que el parlamento italiano aprobara el aborto libre y gratuito en 1978. La posibilidad de abortar es el cordón umbilical de un derecho que su abuela no tuvo pero sí la nieta, que siempre supo que no quería tener hijos, como afirma en Nada es verdad, novela traducida por Carlos Gumpert que estuvo en la “lista larga” del Booker Prize Internacional 2024. Cuando era ilegal, su abuela había intentado abortar a la madre de la narradora con una percha. En un hospital público romano, antes de la interrupción voluntaria del embarazo, la narradora escucha los prejuicios del médico: “Ya no es una niña -dijo-. Si no quiere tener un hijo, debería saber cómo evitarlo (…) ¿Sabe que esta podría haber sido su última oportunidad?”.

Raimo buscó “narrar una herencia interrumpida” al observar a la abuela que intentó abortar clandestinamente y no lo logró y a la narradora de la novela que, más allá del interrogatorio del médico, sí pudo interrumpir el embarazo. “Existe una fractura entre la generación de mi abuela y la mía. Mi abuela solo podía acceder al aborto por ‘métodos caseros’. Aunque en Italia el aborto es un derecho, en realidad existe la posibilidad de hacer objeciones de conciencia; el médico se puede negar a interrumpir el embarazo. En algunas ciudades no existe un solo médico que practique el aborto, así que quería contar también la dificultad burocrática, aunque sea un derecho garantizado por ley”, plantea la escritora, guionista y traductora que ha publicado las novelas Il dolore secondo Matteo (2007), Tutte le feste di domani (2013), Miden (2018) y Nada es verdad (2022), ganadora del Premio Strega Giovani y el Premio Literario Viareggio-Rèpaci. “Los médicos a veces tienen esa postura paternalista que es como si ellos supieran qué es lo mejor para una mujer y no aceptan el hecho de que la mujer no quiera tener hijos”, agrega la autora del guion de la película Bella addormentata, dirigida por Marco Bellocchio, una historia coral inspirada en un hecho verídico: el debate en torno a la muerte digna, focalizado en el caso de una mujer que permaneció durante 17 años en estado vegetativo.

“El cementerio de los fetos”, con los nombres de las madres que abortaron, no es un invento de Raimo en Nada es verdad. Lo leyó en un post de Facebook. Muchas mujeres denunciaron que se habían encontrado con la misma escena: una cruz con su nombre y apellidos y la fecha del aborto. Bajo las cruces estaba los restos de sus embriones; una violación a la intimidad escandalosa. “No era más que la derecha italiana unida al catolicismo antiabortista. Efectivamente dos ingredientes perfectos para una película de terror”, subraya la narradora de la novela. “Ese jardín de fetos era un gesto de amor para la derecha y la Iglesia Católica -lo define acentuando la ironía en la palabra amor-. De nuevo aquí está la idea violenta de alguien que cree saber qué es lo mejor para las mujeres”, advierte la escritora que ha traducido del inglés a autores como F.Scott Fitzgerald, Ray Bradbury y Octavia E. Butler.

“Un escritor debe sentir el fuego sagrado en su interior desde la infancia”, dice la narradora en un tono burlón, empecinada en desarticular ese sentido común literario que asocia el oficio de la escritura con la niñez. “Los escritores tienen un gran amor por el énfasis y la retórica, por eso deben contar toda su vida en términos literarios, empezando desde la infancia, como si la escritura fuera una maldición o una bendición. Nada es verdad la escribí para desacralizar esta retórica y para contar cosas más pequeñas, ensuciándome un poco las manos. Quería contar también el aspecto material del escritor porque es difícil vivir de la escritura”, explica Raimo y revela que en Italia no se habla de qué vive un escritor. “Los escritores, sobre todo los hombres, tenían un origen burgués, una clase bien acomodada en la que el aspecto material de la escritura no era una preocupación. Son las mujeres las que tuvimos que luchar para poder escribir y plantear el tema material de cómo ganarse la vida con la escritura, como lo hizo Deborah Levy con El coste de vivir, una autora sudafricana que cuenta cómo a partir de la separación del marido cambian sus condiciones económicas y su rol como escritora”.

En Nada es verdad, la narradora vive un tiempo en Berlín y empieza a ir a un bar para fingir que escribe. “En la novela es como si llevara esa performance del cuarto propio a un bar para jugar con el cuadernito a ser escritora y hacer de cuenta que estoy escribiendo”, reconoce Raimo. Más allá de un humor corrosivo, la ternura y la vergüenza son dos sentimientos a los que no renuncia como escritora. “Los escritores saqueamos de nuestras vidas y de la vida de los otros. Como los niños, robamos sin saber que es un acto doloso”, admite y confiesa que pudo escribir la novela porque la mayor parte de los personajes están muertos, excepto su mamá y su hermano. “Las personas son más felices cuando uno habla mal. Hay parientes y amigos que se ofendieron por no estar en el libro; es como un narcisismo a la inversa: prefieren ser criticados a no figurar en la novela”.