Después de dos siglos de psiquiatría y más de cien años de psicoanálisis, sabemos que las clasificaciones psicopatológicas cambian, sufren desplazamientos. Por ejemplo, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales americano (DSM) presentó hace pocos años su quinta edición, mientras que la Clasificación Internacional de Enfermedades europea (CIE) alcanzó su undécima versión impresa. Dicho fenómeno, los cambios en los cuadros diagnósticos, puede pensarse de dos formas muy distintas. Una mayoría asume que se trata, sencillamente, del progreso de una disciplina. Sin embargo, habita allí un problema de orden epistemológico, es decir, relativo al conocimiento posible de las cosas y hechos del mundo.
Si, tarde o temprano, toda clasificación revela su inconsistencia lógica, es porque insiste allí un imposible bajo la forma de un resto no asimilable en lo simbólico, refractario a la palabra. A propósito, el célebre ensayo de Jorge Luis Borges titulado El idioma analítico de John Wilkins (1942), muestra con fina ironía el absurdo que habita en los principios rectores de una clasificación, por muy seria que resulte para unos cuantos.
En lo que respecta a los naturalistas del siglo XVIII, infatigables exploradores de tierras lejanas que descubrían y catalogaban especies exóticas, se advertirá que su acto nominativo permanece estable hasta el día de la fecha. En efecto, el canguro y el avestruz, más allá de su singular anatomía, conservan su nombre y lugar en la taxonomía desde entonces. Es así que nadie se imagina grandes debates doctrinales motivados por la necesidad de revisar la clasificación original.
No obstante, no ocurre lo mismo con las formas de padecimiento subjetivo. En su tiempo Emil Kraepelin llamó “demencia precoz” a una forma temprana de psicosis, denominación que más tarde Eugen Bleuler reemplazó por el término “esquizofrenia”, mientras que Sigmund Freud proponía sin suerte la categoría de “parafrenia”. Al contrario de lo que dicta el sentido común, el cambio en la denominación no solo se justifica en observaciones clínicas y teorizaciones abstractas, confluyen allí disputas políticas y personales entre estos clínicos destacados de su época.
Dicho de un modo axiomático: Los diagnósticos no son una decodificación de lo real, sino una construcción hipotética y arbitraria. Si se adopta esta perspectiva no idealista respecto de la teoría y los conceptos, entonces podrá circunscribirse con mayor precisión aquello que cojea en nuestras clasificaciones diagnósticas.
Constituye una oportunidad para abordar los problemas abiertos del diagnóstico diferencial: ¿acaso el amplio espectro de los “Trastornos Límites de la Personalidad” supone una renuncia al diagnóstico de estructura clínica?, ¿por qué la noción de “locura histérica” fulguró para luego caer en el olvido?, ¿la categoría de “psicosis ordinaria” amplió excesivamente el grupo de las psicosis en detrimento de su especificidad?
He aquí los ejes que se desarrollarán en el curso virtual “Problemas abiertos del diagnóstico diferencial”, que comienza el 5 de junio. Organizado por Lacan Big Data. Más información: [email protected].
*Psicoanalista, docente y escritor.