¿Qué significa esta frase para algunos un tanto enigmática que insiste en el repertorio en especial juvenil o adolescente de nuestra época? “Me da paja” puede decir un joven para rehusar una invitación a hacer algo que (se supone) no tiene ganas de hacer o sencillamente como excusa, bastante inapelable para denegar su colaboración doméstica.
Resuena, claro, con otras frases que bordean alguna instancia inapelable, aquellas donde no se puede ir más allá en la interrogación, esas frases que se dicen en la clínica o en la vida y que no requieren ni admiten más explicación. En ese conjunto pongo, el “no me di cuenta”, “pero yo lo/la amo”, “bueno, nada”, “no tengo historia” y tal vez otras, que son expresiones que cubren un vacío sin causa y sin significación muy acordes a una época de palabras un poco devaluadas.
¿Por qué lado “me da paja” se imbrinca y no con la paja masturbatoria? Es la pregunta que surge porque la paja resuena inequívocamente y mucho más allá de la Argentina a la autosatisfacción erótica. Tiempo ha, se ha empezado a llamar “pajero” al que no emprende con lo que le corresponde llevar a cabo y se retrae sobre sí mismo, se retira de la escena mundana sobre sí.
El “me da paja” es un modo de negarse a una demanda del otro y es una fórmula relativamente nueva de decirlo. Resulta un poco misterioso que se utilice la palabra “paja” para decir algo que no tendría una relación explícita con la masturbación y que en apariencia no plantea otra mención que el modo rioplatense de expresar un “preferiría no hacerlo”, I would prefer not to, esa frase casi mágica que Herman Melville con creciente fama ha instalado en el corazón de la filosofía. Es esa frase de Bartleby, el escribiente. Una historia de Wall Street que trata de un cuento publicado en 1850, y seguramente no por azar es contemporáneo de Madame Bovary que, del otro lado del océano, se aburre en un pueblo de la Normandía que ni siquiera es Rouan, cuenta Flaubert, el escritor realista. En cambio Melville, un narrador metafísico, escenifica en Nueva York una historia de afirmación en la negación. Esta es tal vez la curiosidad (y la extrañeza) que nos produce la frase. Digo “Me da paja” (puede decirse también “alta paja” que es como un superlativo), y no hago más que predicar con una afirmación como en el caso de Bartleby, una negación.
¿Será casual que en una ciudad en expansión económica e inmobiliaria, haya decidido Melville poner en escena a su héroe del acto rehusado?
La oficina adonde el escribiente empieza a trabajar de copista se ubica en una de las calles más reputadas, tal vez la más poderosa, el sitio donde los destinos del mundo se someten al capricho de las leyes del mercado, literalmente llamada la calle del muro: Wall Street. Un ágora donde se venden y compran letras (del tesoro) con el significante aniquilador de todas las significaciones: el dinero. Todo sucederá en ese barrio destinado a ser ombligo del ombligo del mundo.
La historia está contada en primera persona por el notario y patrón en el lapso en que Bartleby fue su empleado. En sus primeros días de labor, el nuevo copista parece un hombre particularmente dedicado, regular y honesto. Tras el biombo que lo separa de su jefe, y desde donde “sólo le es posible escuchar su voz”, Bartleby trabaja sin pausa y sin error. Pero en el momento en que se lo convoca para cotejar la copia con el original, en que deben sentarse lado a lado, para borrar cualquier diferencia que involuntariamente el copista hubiera introducido, Bartleby expresa que “preferiría no hacerlo”: I would prefer not to. A partir de allí la “fórmula agramatical”, como la denomina Deleuze, se repetirá incansablemente hasta el ominoso final.
¿Ese “preferir no” de nuestro Río de la Plata es acaso un rechazo a la exigencia del Otro a producir, a copiar originales sin descanso? ¿Se trata más bien de un acto de borramiento subjetivo de anonadamiento o es una forma de rebeldía pacífica pero a la vez mortuoria a la pertenencia a un sistema, a una clase, a un orden, a un linaje? ¿De qué lado de la Ley se ubica el personaje, tal vez la atraviesa destruyéndola?
Nuestro héroe, con su preferiría no hacerlo, se revela de un modo absolutamente singular contra la ética capitalista de la producción, rehúsa la serie (de escritos), que como serie industrial está condenada a repetirse a sí misma. ¿El “me da paja” rechaza tan solo una proposición o rechaza in toto un sistema incluso una lengua que ya no se (le) inscribe y decide (por llamarlo de algún modo) colocar una voluntad negativa como motor de su existencia? No puedo contestarlo porque... me da paja.
Alicia Killner es médica (UBA), psicoanalista, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y excoordinadora de la comisión de cultura de APA.