El básquetbol español -y de toda Europa- quedó en estado de alerta: lo que tantas veces hicieron con jóvenes estrellas africanas y sudamericanas, de arrancarlas de sus ligas de origen a costo cero o un valor mucho más bajo del mercado, ahora lo están sufriendo en carne propia. Como las universidades estadounidenses liberaron la semana pasada la posibilidad de que sus jugadores cobren por jugar y ya no sólo puedan recibir sumas millonarias a través de patrocinadores, ya comenzó un éxodo de jóvenes proyectos que abandonan Europa para terminar su formación en Estados Unidos, con la NBA, además, como zanahoria frente a sus ojos.

Ismaila Diagne nació en Senegal, tiene 17 años y mide 2,14 metros. Esta temporada tuvo minutos -incluso como titular en un clásico con el Barcelona- en el poderoso Real Madrid, club al que llegó en 2019 para reforzar sus divisiones menores. Sin embargo, su futuro no estará en el club blanco, donde lo trataban como uno de sus proyectos más queridos. En la próxima temporada, Diagne jugará para la Universidad de Gonzaga en la NCAA.

No es el único. Egor Demin es ruso, brillaba como armador en las juveniles del Trinta Moscú hasta los 15 años, cuando el club madridista lo reclutó para su cantera. Ahora, con 18 años y unos increíbles 2,04 metros para desempeñarse como base, se irá a la Universidad Brigham Young. Como Diagne, ya tuvo su bautismo en la Liga Endesa y los especialistas le auguran una selección muy alta en el draft de 2025. El club blanco ya había sufrido las salidas de Izan Almansa (G League Ignite) en 2021, Baba Miller (Florida State) en 2022, y el esloveno Jan Vide (UCLA) en 2023.

En la vereda de enfrente, el Barcelona también padece el mismo fenómeno. El base lituano Kasparas Jakucionis, de 18 años y la perla más reluciente de las inferiores catalanas, ya confirmó que se marchará a Illinois para la próxima campaña. El premio consuelo para los catalanes es que se quedarán con sus derechos en caso de que el jugador decida regresar a Europa tras su experiencia universitaria. Las tres partidas se conocieron esta semana, después del anuncio de la NCAA de que le pagará a sus atletas y de que se disputara en Berlín, en coincidencia con Final Four de la Euroliga, el Adidas Next Generation Tournament, un certamen juvenil que reunió a los jóvenes más talentosos de Europa.

Un fenómeno en aumento

Si bien es cierto que la explosión de europeos en la NBA como el serbio Nikola Jokic, el esloveno Luka Doncic o este año el francés Victor Wembanyama cotizó más a los extranjeros y los puso en otro foco, el nuevo fenómeno con los juveniles del Viejo Continente tiene otro origen.

A lo largo de la historia, los deportistas universitarios en Estados Unidos no eran considerados profesionales y tenían prohibido cobrar dinero, ya sea a través de un sueldo como por intermedio de patrocinadores. A cambio de su talento recibían un beca deportiva y la formación académica que ofrecía su universidad. Con millones de dólares alrededor de esos jóvenes, muchos de ellos de bajísimos recursos, los casos de estafas al sistema se hicieron moneda corriente. 

Hace cuatro años, la NBA generó un proyecto para combatir ese flagelo y creó el NBA G League Ignite, un equipo de la Liga de Desarrollo ideado para pulir jóvenes talentos que podían cobrar hasta 500.000 dólares. Así generó una alternativa de formación de jugadores al básquetbol universitario de forma remunerada. Jaleen Green, elegido segundo el Draft de 2021, y Scoot Henderson, tercero en el de 2023, son algunos de los basquetbolistas que optaron por este camino para asentarse luego en la NBA.

Obligada por el nuevo escenario que amenazaba con quitarle protagonismo y conciente de que el amateurismo pregonado terminaba siendo una fachada, la NCAA habilitó en 2022 el programa NIL (Name, Image, Likeness), que le dejaba a los atletas la facultad de negociar sus derechos de nombre e imagen con las diferentes marcas. De esa manera, los deportistas podían recibir sumas millonarias aún en su etapa formativa y universitaria.

Claro que con eso no alcanzaba. Muchos atletas comenzaron a demandar a la NCAA por prácticas monópolicas, lo que terminó de modificar el escenario. Ante un panorama que se vislumbraba como muy adverso en los estrados, las organizaciones del deporte universitario acordaron la semana pasada pagar más de 2.750 millones de dólares por daños y perjuicios a unos 14.000 deportistas universitarios pasados y actuales durante un periodo de 10 años. 

Y, más allá de esa compensación para destrabar la cuestión legal, las autoridades de la NCAA y de sus cinco conferencias más importantes aprobaron destinar un fondo de sus recursos -se estiman que hasta 20 millones de dólares anuales por cada universidad- para pagarle a sus nuevos deportistas. 

"Conozco los salarios que ganan los jugadores en la NCAA, y lo que están pagando ahora es una locura y rompe el mercado. No hay motivación para los clubes (europeos) para seguir desarrollando jugadores jóvenes, pero esto también es algo que está sobre la mesa para la FIBA", confesó al sitio español Relevo Paulius Motiejunas, CEO de la Euroliga, durante el Final Four de Berlín.

Con ese dinero sobre la mesa, cambia la estructura del deporte de Estados Unidos. Pero sobre todo, es una auténtica amenaza al básquetbol europeo, que durante años gozó de impunidad para robar talento por el mundo y ahora, con más dinero y exposición en otro lado, lo empieza a sufrir en carne propia.