A la hora de explicarse el fenómeno de Milei, hay un análisis que afirma que lo que ha generado el Presidente entre algunos sectores sociales no es tanto una fascinación sobre sus resultados económicos (que tampoco son tantos pero podríamos poner aca a la reducción del déficit y la baja de la inflación). Si esos valores positivos serán duraderos, no lo sé. Según qué analista escuches, te puede decir que sí, o que es todo una burbuja. El menemismo nos enseñó que para la vida cotidiana no basta con identificar a una burbuja (el 1 a 1) sino que también hay que poder estimar cuánto puede durar esa burbuja. Pero claro, nadie puede saber con certeza los tiempos de un proceso. También sabemos que algunos de esos pretendidos resultados han sido obtenidos a costa de sacrificios sociales (Jubilados, despedidos, falta de apoyo a las escuelas públicas, etc.) y de ciertos “dibujos” (postergar aumentos, para frenar el pase a precios). Esos son logros para las estadísticas y fascinan a los economistas que apoyan a Milei y mediante una suerte de cadena nacional privada, a partir de ahí llegan a las panaderías, verdulerías, gimnasios, canchas de fútbol 5 y los diversos ámbitos de trabajo. Por ahí hay algo que está funcionando.

Pero particularmente creo que si algo sostiene los relativamente buenos valores de imagen del Presidente es el permanente movimiento escenográfico que desarrolla. Incansablemente, no deja de ofrecer espectáculo. Aquí, allá y en todas partes. Todo el tiempo generando atención en esos movimientos, como sabiendo que donde cese ese ruido, la gente comenzará a pedir nueces.

En el cuento Las medias de los flamencos, Horacio Quiroga construye una historia sobre la cual me permito trazar una analogía con la situación actual.

Quizás lo hayas leído en la escuela. La historia cuenta que las víboras organizan una fiesta a la cual asisten todos los animales. En jerga actual, diríamos que todos fueron muy “producidos”. Los cocodrilos con collares de bananas, las ranas con luciérnagas, los sapos con escamas de peces y las víboras con polleritas de tul. Sólo se destacaban los flamencos, que no tenían nada para mostrar. Para corregir eso, salen en busca de unas medias para sus largas patas. Pero lo único que consiguen es que la lechuza les venda unos cueros de víboras de coral. Y agrega un consejo: “No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.”

Y aquí creo que las dos historias comienzan a unirse. Y creo que ya te imaginas por donde voy. Obviamente, al llegar los flamencos al baile, todos quedaron fascinados y querían bailar con ellos, incluso las víboras de coral. Pero a medida que el baile avanzaba, comenzaron las desconfianzas, fundamentalmente de las víboras y sobre todo las víboras de coral. Ellas se acercaban a para tratar de ver mejor esas medias que tanto habían encantado a todos, pero los flamencos no dejaban de moverse, seguían bailando siguiendo los consejos de la lechuza. Hasta que ocurrió lo inevitable. Los pobres flamencos comenzaron a cansarse y a poner en riesgo ya no su presencia en el baile sino también su propia vida. Uno de ellos cayó. Las víboras buscaron luciérnagas para alumbrar y ver de cerca eso que tantas dudas les generaba para comprobar lo que suponían. “-¡No son medias! -gritaron las víboras-. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral!”. El que quiera saber cómo sigue ese cuento, puede leerlo y leérselo a sus hijos. Yo lo suelto acá y retomo ahora mi relato.

Más que nunca después de su presentación en el Luna Park, podemos pensar que Milei está en una fiesta. Sus visitas al exterior tienen más de show que de gestión, y él mismo se enorgullece de que donde él llega, se genera un terremoto. Y creo que no son pocos nuestros compatriotas que están fascinados por esas puestas en escena, no sólo de él, sino también de la diputada Lemoine y hasta del irritante vocero presidencial.

Moverse, hacer enojar, provocar, decir burradas y dibujarlas de sinceridad, lanzar exabruptos y excusarse en los errores de gobernantes pasados, admitir ignorancia y refugiarse en el status de “gente común” que “no tiene por qué saber de todo” o simplemente en literalidad de quien dice no comprender metáfora (“si estuvieran muertos de hambre no estarían en la calle”). Por eso, no deben dejar de moverse, para que el encantamiento no muestre su textura, su material. Sobre todo para los desocupados, trabajadores y la clase media, lo que ese movimiento muestra (alegría, desenfado, energía) es tan importante como lo oculta y lo que no todos pueden y quieren ver: que el ajuste que se está llevando adelante tiene la piel de gente como nosotros, despedidos, jubilados, gente que vio bajar sus salarios, y prestaciones estatales desfinanciadas.

Más allá de lo que dure esta capacidad de movimiento teatral, está claro que es una parte -y no la menor- de la política del mileismo. ¿Qué debería ocurrir para que muchos compatriotas vean la piel de sus hermanos como decoración del ajuste? Imposible saberlo.

Mientras se construyan opciones colectivas más claras, tenemos una tarea impostergable -aunque gris y por momentos odiosa- que es tratar de capturar imágenes del ajuste, para ir mostrando a nuestras redes de amigos y vecinos, muchos de los cuales lo votaron y acompañan algunas de sus políticas, la verdadera naturaleza de esta danza macabra.

Claro que corremos el riesgo de que muchos digan: “ya sé quién está pagando el costo, pero por ahora no soy yo”. Y ahí es donde debemos preguntarnos si estamos listos para afrontar que como comunidad hemos construido menos sentimientos fraternales que las víboras del cuento de Quiroga.