Con su obra Ojalá se derrumben las puertas, la artista Luciana Lamothe representa a la Argentina en la edición de la Bienal de Venecia, que va a estar abierta hasta el 24 de noviembre. La instalación fue elegida entre más de 60 proyectos por la Cancillería en septiembre del año pasado.

El 2001 fue un año bisagra para la Argentina y también en el proceso artístico de Lamothe. Ya recibida de profesora de Bellas Artes, trabajaba haciendo unas esculturas muy minuciosas. “Con una estética de los años noventa”, cuenta la artista por videollamada desde Italia. “Pero me agoté de ese trabajo. Había algo agotado también en la escena del arte en Buenos Aires”, dice.

Cuando en diciembre de ese año empezaron las manifestaciones, desde su taller, “que era muy chiquito”, olía las gomas quemadas, escuchaba el ruido de las cortinas de metal abolladas por la gente. “Esa experiencia me marcó muchísimo”, dice.

Después de las movilizaciones, la sorprendían las piedras tiradas y las marcas de las bolsas de basura quemadas en el asfalto. “Había algo muy nutriente ahí y decidí empezar a trabajar directamente en la calle”.

Primero usó rollos de papel de escenografía que ponía sobre portones, fachadas, rejas de casas o veredas. Los marcaba con las manos y los pies. “Así generaba huellas de las irregularidades, los quiebres, las grietas y aparecían las impresiones de los dibujos”. A esos trabajos los llamo gofrados.“De ahí salté a hacer acciones. Me dije: basta, ya no quiero tener un material que sea intermediario entre mi cuerpo y la calle. Me liberé de esos materiales y empecé a hacer acciones, a intervenir directamente en la calle”, cuenta.

Foto: Mateo Lossurdo

Artista de la adrenalina

¿Qué te generaban esas acciones?

--Era pura adrenalina. La primera acción, después de los gofrados, fue hacer pis en la calle. La serie se llama Meadas. Yo meaba en la vereda y el pis iba armando un caminito según el relieve del piso: eso lo registraba en fotos. Después hice otras más osadas, más violentas si se quiere, como romper puertas o candados; intervenir directamente sobre algo que tenía que ver con la propiedad privada. El trabajo se volvió un ciento por ciento de adrenalina. Como no tenía que ser descubierta, las hacía muy rápido. Muchas veces el registro no quedaba tan bien, pero lo importante era la acción.

Luego, siguió trabajando con fluidos corporales: le tocó el turno a la saliva. En su primera exposición individual en Francia, hizo la instalación de sitio específico Spit on the cement floor (2012), en la que invitaba al público a escupir sobre el polvo de cemento que cubría todo el piso de la galería de arte. Sin la participación –y la saliva– de la gente, era imposible que el cemento fraguara, que era la idea que Lamothe tenía.

Y ahora, esa adrenalina que sentías, ¿no la necesitás más o la canalizas por otro lado?

--Siempre la necesité. Después de esas acciones volví a la escultura y generé unas instalaciones muy grandes, ligadas a la arquitectura: participativas. Las obras más características de ese momento son unas pasarelas inestables construidas con tablas de fenólico. Cuando el público pisaba, se flexionaban y generaban inestabilidad, vértigo o inseguridad. Lo que me propuse fue que el espectador tuviera una sensación similar a la que yo sentía en esas acciones vandálicas. De alguna manera, siempre trato de volver a esa adrenalina.

¿Qué es lo que más disfrutás de tu trabajo?

--La experimentación. Ir descubriendo cosas nuevas me parece fascinante. O cuando me surge alguna idea que tengo en la cabeza y voy y la pruebo y funciona. Soy feliz con eso.

La obra que está en la Bienal de Venecia se llama “Ojalá se derrumben las puertas”, un verso de un poema de la poeta y artista visual argentina Elsa Fábregas. ¿Por qué lo elegiste?

--Lo elegimos con mi novia, Martina. Ella me trajo el libro de Fábregas, una poeta que le gusta mucho. Lo leímos juntas y apareció ese título, que es un verso de uno de los poemas. En esa frase se está hablando de una liberación y yo creo que mi obra trabaja en relación con el deseo del derrumbe. Yo trabajo con una idea de la tensión permanente a través de los materiales, que siempre están a punto (o dan la sensación de estar a punto) de derrumbarse, aunque el sistema impida que suceda. No propongo que haya un derrumbe, pero sí la sensación de la posibilidad, que el espectador pueda sentir esa latencia.

La instalación fue hecha con madera industrial, mide de 10 metros de ancho, 20 de largo y 4,5 de altura

La instalación

La obra Ojalá se derrumben las puertas, con curaduría de Sofía Dourron, es una instalación sinuosa, hecha de madera industrial, de 10 metros de ancho, 20 de largo y 4,5 de altura que ocupa la totalidad del pabellón argentino, un espacio de 500 metros cuadrados. Tiene cuatro módulos ortogonales transitables, construidos a partir de tubos para andamios y sobre cada una de las estructuras se suspenden cintas de madera terciada.

¿Cómo se desarrolla esta obra?

--La obra genera un contrapunto entre una propuesta espacial envolvente y abierta: no hay un recorrido lineal, a nivel espacial hay muchas curvas y contracurvas. O sea que el mismo material, por momentos, es pared, es techo y es piso. Al final hay un video, muy ligado a mis primeras acciones. Se ve cómo, en la calle, voy pasando por diferentes puertas de edificios y pongo palos, ramas o listones de madera, genero una palanca y los voy quebrando. El quiebre para mí es una manera de abrir el espacio. En el video aparece el elemento “puerta”, que está en el título de la obra. Para mí, la puerta significa un límite entre un espacio y otro, lo público y lo privado, un adentro y un afuera. Es casi como la frontera. Es cómo la arquitectura normativizada nos va indicando por dónde ir y por dónde no ir. Ese choque entre mi propuesta espacial, abierta y fluida, se contrapone a la idea de puerta, que te dicta cómo comportarte. Esas ideas me resonaban muchísimo con ese título.

Artista queer

En el anuncio de la selección de tu obra para representar a Argentina en la Bienal de Venecia, explicaste que tu trabajo tenía una propuesta queer, ¿podrías explicarlo?

--Mi trabajo siempre fue queer. Me consideré una persona queer desde el principio, aunque en mis comienzos no había una manera de anunciarlo. Desde hace bastante, a través de los materiales, trabajo la idea de lo duro y lo blando. Lo duro está determinado o culturalmente lo percibimos como algo masculino (o la sociedad lo percibe como algo masculino) y lo blando como algo femenino. Entonces, mi idea es pensar en que, por un lado, lo duro puede ser blando y, por otro lado, que en realidad todo es blando y no existe lo duro porque todos los materiales se transforman. Yo trabajo con materiales industriales y del mundo de la construcción que en general percibimos como duros: porque una placa de madera, para nuestro cuerpo, es dura; sin embargo la ubico de manera que esa tabla se flexione fácilmente, por ejemplo en las pasarelas, que las pisás y se vuelven muy elásticas. Ahí es donde me interesa indagar sobre lo queer o sobre la posibilidad de transformación. Me gusta la idea de la transmaterialidad.

Históricamente, las mujeres han tenido un lugar subalterno en la historia del arte. ¿Cómo lo ves en la actualidad?

--En las últimas generaciones de artistas hay mucho más protagonismo de las mujeres y de las personas no binaries también (porque no solamente las mujeres han sido relegadas). Sin dudas hay un cambio notable, pero falta muchísimo para que ese cambio se asiente y se vea como algo naturalizado. Todavía se percibe como algo nuevo, algo que está en proceso. Eso falta.

Los inicios

Lamothe empezó a dibujar desde chica. A los 14 años le pidió a su mamá ir a un taller de escultura, porque estaba segura de que le iba a gustar. Tanto le gustó, que tres años después, cuando tenía que decidir qué iba a estudiar se decidió por la carrera de Bellas Artes, con orientación en escultura, que hizo en la Prilidiano Pueyrredón (hoy parte de UNA).

Si tuvieras que elegir, ¿qué obra tuya salvarías del fuego?

--¡Qué difícil! Pero puedo llegar a elegir a Autor material, mi primer video de acciones vandálicas. Y después, salvaría a Metasbilad, una de mis obras grandes. El nombre es una abreviación de metaestabilidad, un concepto que trabajó el filósofo francés Gilbert Simondon, que en su momento me había copado con la idea. Es un balcón por el que te asomás y te quedás pisando unas tablas suspendidas. Me gusta mucho.

En la presentación del catálogo digital de Ojalá se derrumben las puertas, que se hizo en Buenos Aires antes de la apertura de la Bienal, la canciller, Diana Mondino, pidió que la próxima obra argentina en Venecia fuera más barata. ¿Querés decir al respecto?

--Yo espero que la obra sea más cara no más barata. Si en dos años vamos a estar igual y tener que seguir pensando en la motosierra, es porque no funcionó; así que por eso, yo espero que sea más cara.

Fotos: Bruno Dubner y Gabriel Cano.