Cae la noche en un pueblito de Oregón y cinco compañeros de la escuela secundaria –ese ámbito y experiencia vital que recién comienza su transformación en un recuerdo de la adolescencia–, se suben a una vieja camioneta del tipo van para emprender un viaje de 800 kilómetros hasta las costas californianas. Son dos chicas y tres chicos, tan comunes y extraordinarios como cualquier otro chico o chica de esa edad, y el plan es de apariencia tan sencilla como compleja puede resultar su ejecución. Gasoline Rainbow es el último largometraje de Turner Ross y Bill Ross IV, dupla creativa conocida simplemente como los Hermanos Ross, ambos nacidos en Ohio pero instalados desde hace años en Nueva Orleans. Juntos vienen construyendo una filmografía ultra independiente con títulos como 45365, su ópera prima de 2009, Western (2015) y la más reciente Bloody Nose, Empty Pockets (2020), film que les valió varios premios en festivales internacionales.
Practicantes de un estilo de cine documental al cual se le fueron sumando gradualmente elementos de la imaginación, Gasoline Rainbow, que podrá verse en la plataforma MUBI desde el viernes 31 de mayo, es su primer film de ficción propiamente dicho, aunque ciertos elementos del “cine de lo real” siguen diciendo presente en voz alta.
Road movie atípica y un sensible relato de crecimiento que no sigue las fórmulas al uso del género, Gasoline Rainbow está protagonizada por un quinteto de actores no profesionales, todos ellos habitantes de un pequeño pueblo como el que describe la película. El film los acompaña en un accidentado pero feliz viaje a bordo de varios medios de transporte, tanto terrestres como marítimos, al tiempo que se topan con toda clase de personajes urbanos y suburbanos, espejo que les devuelve, al mismo tiempo, la gracia de la juventud y las complejidades del mundo que los rodea.
“En todas nuestras películas el camino desde la idea original hasta su realización, sea la película una ficción o un documental, nunca es pensado en términos de una división tajante entre una y otro”. Las palabras de Bill Ross IV describen a la perfección un método y una ética de trabajo. Sentado al lado de su hermano Turner, en comunicación con Página/12 desde Nueva Orleans junto a un grupo de periodistas latinoamericanos, el realizador acota que “lo cierto es que los festivales de cine tienden a categorizar, así que nos vemos un poco obligados a usar esos términos, aunque no nos terminen de cerrar”.
Turner Ross: -Es interesante cómo la audiencia y la prensa perciben lo que hacemos. También la forma en la que se programan nuestras películas, las expectativas que generan. Nuestros métodos de trabajo están en constante evolución, pero sí es cierto que tienen mucho con ver con la tradición del cine de no-ficción, en particular porque no incluyen elementos como las escenografías o toda esa arquitectura de los estudios. Las nuestras son películas hechas a mano, independientes, de bajo presupuesto y equipos de rodaje pequeños. Eso nos da mucha libertad. En cierto momento decidimos que era importante, imperativo incluso, movernos hacia otro tipo de caracterización. La gente que participa de estos films, delante o detrás de cámara, también forma parte del proceso colaborativo de creación. Sólo junto a ellos es que logramos manifestar lo que queremos hacer.
-¿Cómo encontraron a los cinco actores encargados de darles vida a los personajes?
Bill Ross: -Los tres chicos se conocían desde antes y las dos chicas ya eran amigas muy cercanas. Afortunadamente, en cuanto todos se conocieron el clic fue inmediato y se llevaron de maravilla desde un primer momento. Es más, desde el preciso instante en el que estuvieron juntos en una habitación un poco se olvidaron de Turner y de mí y empezaron a hacer lo suyo. Los elegimos porque eran precisamente la clase de chicos que harían un viaje así. Chicos curiosos, que sin duda deseaban saber qué había más allá de su pequeño pueblo.
T. R.: -Eran tan curiosos que querían saber siempre qué tramábamos. Una película como Gasoline Rainbow requiere de una complicidad muy fuerte. Fueron seis semanas en la ruta, filmando todos los días, y había que creer en lo que estábamos haciendo.
B. R.: -Ninguno estaba buscando una carrera en la actuación, así que para ellos fue como una especie de trabajo de verano. Un trabajo de verano raro, en verdad. Creo que les resultaba excitante, por eso respondieron al aviso que publicamos a la hora de buscar a los intérpretes. Bueno, en realidad Nathaly y Nichole no se enteraron por el aviso, se sumaron después.
-¿Entienden que el cine puede ser una oportunidad para mostrarle al espectador adulto cómo son las generaciones más jóvenes?
B. R.: -Son ventanas que se abren a distintos mundos. El cine en general ofrece la posibilidad de ver otras formas de existencia. Para nosotros de trata de experiencias de vida reales, procesos de colaboración, viajes. Grandes capítulos de nuestras vidas que tienen como resultado final documentos que pueden ser compartidos con otras personas. Son experiencias filmadas que, con algo de suerte, pueden transformarse en máquinas de empatía, oportunidades para que el público se conecte con otros mundos y formas de ser que, de otro modo, no conocería. Para nosotros no se trata simplemente de estar en determinado paisaje y un momento en el tiempo, sino también de conectarnos con un segmento de esta generación de chicos. Y dejarlos hablar en un momento muy bizarro de la historia humana.
-La banda de sonido es realmente ecléctica y los temas que escuchan los protagonistas no son necesariamente contemporáneos.
T. R.: -Los chicos eligieron toda la música que se escucha en la película. Queríamos que fueran auténticos en todo momento, así que eso tuvo como resultado que escucharan Guns N' Roses o Cypress Hill. Fue muy loco: cuando estábamos en preproducción notamos que escuchaban algunas canciones que nosotros solíamos escuchar cuando teníamos su misma edad. Era un poco pensar "Wow, ¿cómo diablos conocés esta canción?". Cuando éramos chicos teníamos que ir a una tienda a comprar un CD y ahora tienen acceso a prácticamente todo. Todo es nuevo para ellos.
B. R.: -Hay un sentimiento de descubrimiento, además. Esa sensación de creer que algo nos pertenece al descubrirlo. El tiempo y las modas no son algo realmente relevante: eligen lo que quieren, de la época que sea. Y así van creando una identidad propia a partir de ello. Es una manera diferente de acercarse a la música, más ecléctica y menos confrontativa respecto de la forma en que nos relacionábamos nosotros con ella en su momento.
-¿Cuál fue el mayor desafío durante el proceso creativo?
B. R.: -Todo fue un desafío y cada día tenía el potencial de ser un desastre absoluto. La verdad es que construimos una película de aventuras saliendo de una pandemia, sin saber cuándo el mundo iba a volver a la normalidad. El reparto no estuvo cerrado hasta dos semanas antes del comienzo del rodaje, la camioneta la tuvimos recién dos días antes del primer día. Un presupuesto pequeño, un equipo reducido. Todo tenía que salir como finalmente salió, porque si un día algo salía mal y todo se descarrilaba no creo que la película hubiera existido.
T. N.: -También es cierto que es algo que ocupó nuestras vidas cuando todos queríamos una reconexión después de toda la porquería pandémica que atravesamos. Personalmente –emocional y físicamente–, la manera en la cual trabajamos requiere que estemos muy presentes todo el tiempo. Y fue un riesgo, porque no sabíamos si la cosa iba a funcionar. Por si eso fuera poco, cuando terminamos el rodaje y volvimos a casa nos golpeó un huracán; pasamos un año y medio tratando de encontrarle un sentido a todo lo que habíamos conjurado y capturado. Nada fue sencillo pero todo fue hermoso.
-¿Entienden que los chicos son un espejo en el cual el espectador de cualquier edad puede verse reflejado?
T. R.: -Creo que todos podemos vernos reflejados, en mayor o menor medida, en ese capítulo de nuestras vidas. Dejar nuestra casa, el autodescubrimiento. Tanto Bill como yo pasamos mucho tiempo de nuestras vidas viajando y descubriendo el mundo, así que hay un sentido de empatía profundo en ese aspecto.
B. R.: -En lo personal me veo muy reflejado en ellos. También crecimos en un pueblito y cuando terminé la secundaria me quería ir de allí y dejar de lavar platos en un restaurante. Pero al mismo tiempo quería mucho a mis amigos, así que irme implicaba dejar de verlos. Esa confusión que ellos tienen es algo con lo cual puedo identificarme mucho.
T. R.: -Una confusión que al mismo tiempo hace que digan "Mierda, igual me voy a ir y veremos cómo termina resultando la cosa". Como dijo Bill, también crecimos en un pueblo así y ese es un punto de comprensión. Pero tratamos de que fueran ellos los que contaran su propia historia en lugar de simplemente regurgitar la nuestra. Esperamos que la historia toque algunas fibras universales. Mezclamos el audio de la película en la Ciudad de México, y allí las personas del estudio nos decían que se sentían reflejados en los personajes. Eso fue muy fuerte para nosotros: a pesar de que el idioma hablado es otro, el lenguaje universal es el mismo. Es algo que intentamos hacer: crear algo menos específicamente ‘estadounidense’ y más universal.
-Gasoline Rainbow tuvo una filmación muy particular. ¿Cuánto del guion fue realmente escrito antes de filmar y cuánto durante el rodaje y el montaje?
T. R.: -Siempre decimos que escribimos tres veces. Primero ‘componemos’ la película con un guion de rodaje, que es una idea general de cómo será la filmación. Y después eso le cede el lugar al hecho de estar presente en el rodaje, que es una manera de reescribir el film. O bien de escribir en tiempo presente. Una vez en casa, con todo el material filmado, dejamos que este nos hable y, de alguna manera, nos diga qué quiere ser. Así que ese proceso implica volver a escribir. Volviendo al principio, en el guion original no hay diálogos, se trata simplemente de una guía para la producción y para conseguir financiación. Antes de prender la cámara no sabemos qué clase de imágenes y emociones o que ritmo tendremos finalmente. En el caso de Gasoline Rainbow se trató de estar ahí y crear las condiciones para capturar el proceso junto con el reparto. Les pedimos que fueran ellos mismos y que jugaran a ser los personajes. Pero nunca que "actuaran" o que fueran algo diferente a ellos mismos. Mucho menos que fueran las bocas que verbalizaran nuestras ideas. De alguna manera ellos se transforman en sus propios autores, así que el proceso de escritura del guion es muy diferente al usual.