Lo sabíamos. Habíamos teorizado, discutido acaloradamente sobre ello. Esto no era lo mismo. Podía llegar al gobierno un neofascista, y eso iba a tener implicancias muy concretas y dramáticas para el conjunto de la población trabajadora, sin dudas, pero muy especialmente para las mujeres y disidencias.
Lo sabíamos. Habíamos teorizado sobre ello. En todo el mundo, la ultraderecha había colocado al feminismo como principal enemigo. Basta ver el retroceso histórico en los Estados Unidos, tras el gobierno de Trump, en el derecho al aborto, o el aumento de la violencia contra las mujeres y la comunidad LGBT en el Brasil de Bolsonaro… Lo sabíamos, con la cabeza.
Ahora, esa conciencia se nos va volviendo carne. La teoría va tomando cuerpo, rostros, historias, víctimas. Quizá no haya una alegoría más precisa de hasta dónde llega esa reacción oscurantista que el triple lesbicidio en Barracas. Pamela, Roxana y Andrea, quemadas en la hoguera de este “nuevo orden” patriarcal que vienen a imponer…
La casta éramos nosotras
Milei hizo campaña agitando una motosierra, vociferando que el Estado era una organización criminal. Pero esa motosierra nunca apuntó a las mafias enquistadas en el aparato judicial, o en las fuerzas represivas del Estado. No fue a cortar de raíz la connivencia política con la trata de personas o el narcotráfico. El crimen de mayor magnitud cometido desde el Estado, la mayor estafa al pueblo argentino: la deuda contraída con el FMI por Macri y legitimada por Alberto Fernández, es “honrado” con la sangre, el sudor y las lágrimas del pueblo trabajador, mientras se celebra al artífice del desfalco, Toto Caputo, devenido en “rockstar”.
Pero eso sí, la motosierra fue muy efectiva para atacar a les trabajadores del Estado y a las políticas públicas que garantizamos desde cada organismo, ministerio, repartición, a lo largo y a lo ancho del país.
Y en ese ataque brutal, una vez más, cómo no, las mujeres y disidencias sexuales nos llevamos la peor parte. Porque se apuntó con saña, como parte de la “batalla cultural”, a desmantelar todos los espacios ganados para políticas de género. ¡Se llegó hasta a prohibir hablar de “perspectiva de género” en el Estado!
El desmantelamiento del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad; del INADI; la suspensión del Plan ENIA, que redujo los embarazos en la adolescencia a la mitad; el despido de compañeres ingresades al Estado mediante el Cupo laboral travesti trans; el desfinanciamiento de las políticas destinadas al cuidado (solo 7 de las 43 principales se mantienen vigentes); la desaparición de la Dirección de Géneros y Diversidad del Ministerio de Salud de la Nación, con lo que se ha eliminado el área de gestión de insumos para travestis trans y transgénero; el Plan Mil Días para mujeres embarazadas y niñes de hasta 3 años reducido en un 74% (sí, los “defensores de las dos vidas”, que pretenden eliminar el derecho al aborto, también eliminan la asistencia a mujeres embarazadas); el desmantelamiento de la Ley Micaela; todo orientado a hacernos retroceder, la reacción en todo su esplendor.
Los despidos también son violencia
En el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), donde trabajo hace 16 años, tampoco escapamos a la motosierra. Las nuevas autoridades anunciaron la decisión de despedir al 30% del personal, lo que representa alrededor de 1.000 compañeres. Esto se inscribe en el brutal ataque que el sistema científico argentino viene soportando. La reacción avanza contra las mujeres, contra la educación y contra la ciencia, más medieval no se consigue…
Y no podemos soslayar, cuando nos organizamos para enfrentar los despidos, cómo la pérdida del empleo golpea más duramente a las mujeres, basta ver las estadísticas de desocupación, y ni hablar de las disidencias. O cómo, nuevamente, amenazan con el cierre del jardín que funciona en el organismo. Ese espacio de cuidados modelo, que lleva el nombre de nuestra compañera María del Carmen Artero, detenida desaparecida en la última dictadura cívico-militar-eclesiástica, como homenaje por haber sido quien encabezó la lucha por esa conquista que aún sostenemos, y que ha permitido a miles de compañeras, por décadas, desarrollar sus carreras laborales, contando con un espacio que resolviera, en parte, el penoso límite que nos impone la desigual distribución de las tareas de cuidado en esta sociedad patriarcal. Contra eso también pretenden avanzar.
En la calle, hasta derrotarlos
Faltan pocos días para un nuevo aniversario de aquel 3 de junio en el que el grito de Ni una Menos se convirtió en bandera y es bueno recordar en tiempos tan oscuros que, hace apenas nueve años, en el 2015, con una multitudinaria movilización desatada por el femicidio de Chiara Páez, logramos visibilizar la violencia específica que se ejercía contra nosotras y nosotres.
Así, nunca más se pudo hablar de “crímenes pasionales”, sino de FEMICIDIOS. Nos mataban, nos matan, por la única razón de ser mujeres.
Ese Ni una Menos transformó para siempre al movimiento feminista, dio impulso a la Marea Verde, al Yo Sí Te Creo, el Mirá Cómo Nos Ponemos.
Gracias a ese extraordinario avance de los feminismos, hoy el vocero presidencial Manuel Adorni tartamudea para explicar que en realidad se trata de “nadie menos” cuando se lo interpela por el lesbicidio en Barracas. Ni los liberfachos y sus troles pueden tapar lo que la lucha feminista supo sembrar.
Es necesario, más necesario que nunca, apropiarnos de nuestros triunfos. Encontrar allí la fuerza para seguir luchando y el ejemplo de cómo hacerlo. Porque cada uno de los avances que hoy pretenden arrancarnos los conquistamos con movilización y unidad. Ahí estuvo siempre la clave.
Este 3J sobran las razones para volver a colmar las calles como el 8M. Para derrotar la Ley de Bases y el DNU, para defender todas nuestras conquistas, para pararle la mano a la avanzada fascista, para gritar bien fuerte que los despidos también son violencia y que en el Estado no sobra nadie.
*Giselle Santana. Activista feminista sindical. Trabajadora del INTI. Integra la Agrupación Granate en la CTA Autónoma