“Quedarme con el tango siempre me había parecido corto, yo siento que tengo mucho más que tango encima, que me representan también otras músicas y que eso quedaba siempre soslayado, marginado”, cuenta Lidia Borda. La cantante acaba de lanzar La noche junto al pianista Daniel Godfrid y lo estará presentando este sábado 1º y el próximo a las 21 en el Torquato Tasso (Defensa 1575). El disco sintetiza apenas una parte del repertorio que la dupla fue generando en el show Caramelos surtidos que en los últimos años sirvió para que la cantante pudiera desplegar esas canciones que no cabían dentro del tango.

En La noche incluye temas como “Romance de Curro El Palmo”, “Noche de ronda”, “Stefanie”, “Quizás, quizás” y además, sí, tangos, como “Tormenta” o “Maquillaje”. Al escenario del Tasso la dupla irá también con Sebastián Espósito (guitarra), Paula Pomeraniec (cello), Manuel Quiroga (violín), Facundo Guevara (percusión) y Guido Martínez (bajo).

-¿Te definís como cantora de tangos?

-Me definen como cantora de tangos. Eso ya está, es para siempre así.

-Es el “si lo defino, lo limito”.

-¡Claro! Mirá, yo empecé en las Fiestas Mayas, ¿te acordás? A principios de los 90. Y yo tenía otra idea en la cabeza. Pero no tenía una idea clara, tenía como cosas sueltas. Cantaba un poco de acá, un poco de allá. Canciones, porque siempre voy por la canción. Hice un espectáculo una vez que se llamaba No es falta de cariño, que era transitar una emocionalidad relacionada con el amor de una mujer en distintos estadios. Y pasaba por un tema de Sandro, una balada de B. B. King, un tango, un bolero. Eso para mí es mi génesis, esa es mi verdad musical. Pero cuando terminé de hacerlo con mi hermano dijimos, “hagamos un proyecto que abarque un poco esta cosa”. Y armé una banda que se llamaba Lidia Borda y los Moyanos. Pero cuando íbamos a tocar, nos preguntaban “¿qué hacen?” ¿Rock? Sí, pero también tango. ¿Tango? Sí, pero también rock. Y en un momento me dijeron “tenés que definir qué hacés”. Y lo que yo hacía no tenía una definición, era una especie de arte de canciones, qué sé yo. Pero ese era momento de definir, tener etiquetas para la batea de Musimundo. En ese momento sentía que tenía conocimiento del tango por mi historia familiar. Entonces pensé “me meto en el tango por un par de años y después me las tomo y hago lo que quiero”.

-Se complicó, no te dejaron irte.

-Se me complicó. Y pasó otra cosa: cuando empecé pensé que me las sabía todas. Y me di cuenta que no sabía nada. No sabía dónde colocar la voz, cómo colocarla, por qué. O sabía cosas, pero eran como un armazón, como un disfraz de tanguera. Y cuando sabía cómo poner la voz, qué tenía que cantar, empezó la pregunta, ¿por qué? ¿Por qué eso y no otra cosa? ¿Por qué eso y no de otra manera? Y ahí empecé como la cosa de investigación, todo irme hacia atrás. Este disco nuevo surge como revancha. Puedo decir que ya me gané el derecho de ir por otros caminos y, si quiero, volver al tango. Por eso surgió con mucha libertad y con mucha felicidad ese espectáculo que se llamó Caramelos surtidos, con Dani, donde no nos ponemos límite de nada, ni de género, ni de idioma, ni de estética. Y yo tengo un bagaje muy grande de canciones encima mío.

-En la anterior entrevista sobre Caramelos Surtidos hablaste mucho sobre el rock en ese show. Este disco no tiene nada de rock. Es una síntesis posible de muchas otras.

-En realidad no tiene nada de rock porque en el medio hicimos Trip, que es un EP que no tuvo mucha repercusión. Ese EP surgió también de Caramelos y era una especie de collage con canciones de Charly, donde sintetizamos una idea que a nosotros más o menos nos gustaba

-Acá metés flamenco también.

-Sí, un poquito. Pero digo, yo me quiero sentir con la libertad de cantar lo que tenga ganas. Y el rock no está, pero algo de eso también va a haber en el concierto. Tampoco me voy a meter a hacer, qué sé yo... el disco punk de Don Cornelio. O no sé. A lo mejor sí, en algún momento. Yo ahora me siento así, con esa libertad en este momento.

-La pregunta que cae de maduro entonces es dónde queda el tango.

-Es que el tango tiene una definición muy concreta, tiene límites, tiene como una estructura estética que es muy concreta. Pero también se ha sabido colar en otros géneros, porque si escuchás Bajo Belgrano del Flaco, ya el nombre tiene el nombre de un tango, que es “Bajo Belgrano”. Hay temas de Charly que tienen mucho tango. Hay un disco de Palo Pandolfo que también tiene. Más o menos la gente de mi generación, que Palo era de más o menos de mi generación, tenemos esa cosa de que por ahí nos dedicamos a un género concreto, pero todos estamos empapados de todo. Estamos empapados de tango, de rock, de boleros, de las canciones de nuestros padres, del Club del Clan. Todo nos habita de alguna manera. 

-Te completan.

-Claro, me completan, me cuentan. Cuentan quién soy, cuentan de qué estoy hecha. Y después vuelvo al tango y vuelvo a la hondura del tango, es como cuando te vas de la ciudad, cuando te vas de viaje, que decís, “¡esta ciudad de mierda, que ya me tiene harta!”, puteás porque es una mugre, que no sé qué. Y volvés veinte días después, y decís, ¡ay, Dios mío, qué linda que es Buenos Aires! Cuando llegás y bajás del avión y te subís al auto que te lleva a tu casa, decís, ¡ay, qué lindo que es todo!

Intersecciones

-Ya que hablás de cruces de géneros que nos habitan, ¿cómo ves los cruces del tango con otros géneros más nuevos, como el trap, el hip hop, la música urbana en general?

-A mí eso siempre me parece algo súper creativo. De hecho, nosotros quisimos. Lo que pasa es que son ásperos los pibes, no transan mucho. Si los convocás para alguna cosa, por ahí tienen mucho prurito, o están en otro mambo. Además, a los que les va bien están en una que no la pueden creer ni ellos. A veces son un poco inaccesibles para comentarles una idea, un proyecto. Supongo que también están atrapados con contratos, discográficas o productoras, managers. Además, yo soy una cantante más o menos reconocida en un ámbito, pero no soy una cantante masiva ni ultra popular. Popular por lo que yo hago sí, pero no soy una cantante masiva. Entonces, andá a decirle a Lali Espósito o a Ca7riel o... ¿Cómo accedes a ellos? A mí me encantaría. Y por otro lado, cuando veo los cruces que se producen, son muy buenos. Pero siempre tienden a buscar una disrupción.

Lidia Borda y Diego Godfrid (Imagen: Nora Lezano).

-Últimamente hay una movida fuerte de retomar la idea de entender al tango no como un género aparte de la música argentina, sino como parte algo más grande. Una suerte de MPA, similar al MPB brasileño, donde el rock de tu generación sería una continuación del tango por otros medios. ¿Lo ves así?

-Sí, yo lo veo así. MPA ya lo había hecho Lito Vitale, ¿te acordás? Fue en los 80. Tenían un teatro también. Yo canté ahí con mi hermano. Sí, a mí me gusta esa idea. También me parece que hubo una cosa que es que mucha gente joven se acercó al tango a partir de los años ‘90. Una cosa importante que pasó fue la Orquesta Escuela que dirigía Emilio Balcarce, que formó unas generaciones de pibes muy jovencitos para tocar tango, para entender las distintas vertientes orquestales y todo eso. De ahí surgieron músicos muy interesantes, incluido Dani. Creo que en esa época empezó a generarse de nuevo un revival tanguero. El folklore y el tango son valores muy fundamentales de nuestra cultura. Realmente tienen que estar constantemente reivindicados para mí.

-Pese a la imagen que persiste de cosa vieja.

-Obviamente las nuevas generaciones en un principio lo ven como algo súper antiguo hasta que empiezan a entender lo esencial de esas músicas. Lo esencial habla de uno, siempre. El tango siempre habla de nosotros. No importa qué diga la letra o cómo la diga. Hay algo ahí que es sustancial, que es constitutivo de nosotros, que está presente ahí. Eso es inevitable. Somos nosotros. Entonces en algún momento algo de eso te pega. Si no, sos una momia. No hace falta que te pongas a cantar “Caminito”. Y bueno, ahora el folklore y el tango le están haciendo un lugarcito al rock, porque ya el rock son los viejos ahora. Son los tangueros de cuando yo era chica.

-¿Se están emparentando?

-El rock igual tiene, si querés, un lenguaje, una estructura, un pensamiento que tiene que ver con algo rupturista, que el tango, digamos, no lo tenía, por lo menos no así. La hondura del tango es más filosófica, más introspectiva. El alma del tanguero es como una oscuridad, un submundo muy personal y muy íntimo. En cambio, el rock es más expansivo, rompe con prejuicios, con estructuras. Pero bueno, surgen en distintos momentos sociales y responden a esas cosas. Por eso el rock sigue teniendo en relación a su lenguaje, a su óptica y a su objetivo, mucho más contacto con la música de las nuevas generaciones que el tango, en lo expresivo social, en lo colectivo. Después, en lo personal, alguien que sufre en la vida, que tiene una mirada al entorno. Ese es un punto de contacto entre el tango, el rock, las canciones sociales. Hay algo que nos une en eso. El tango muy pocas veces fue testimonial, pero a la vez encierra una cosa de la incertidumbre del alma. El otro día leía unos comentarios en Instagram, una pelea ahora entre peronistas y libertarios y se me apareció la idea de “en el mismo lodo todos manoseados”, que dice “Cambalache”. Realmente estamos todos nadando entre la mierda. Y no nos salvamos ni los unos ni los otros de eso. Somos víctimas de la misma cosa, ¿y nos estamos peleando por qué? ¿Por quién está más dolido? ¿Quién está más sufriente?

Nuevos trapos

-Decías recién que el tango y el rock son productos de su época y que eso le da sus características. ¿Y el tango siglo XXI que es producto de ese revival de los noventa, qué?

-Se me viene a la cabeza una situación mundial que es algo que se agotó. Hay algo que no funcionó, no es una cosa nueva, pero sí bastante vertiginosa. En ese sentido lo que yo me pregunto es si las nuevas fórmulas funcionan o si estamos en un punto de decir “che, estas fórmulas no funcionan, había otras que estaban mejor”. O volvamos a pensar qué es lo que podemos rescatar de todo lo que hemos hecho hasta ahora. Lo que yo creo es que hay cosas que son valiosas y que hay que sostener. Yo no sé cómo es el tango del futuro, no tengo ni la más minima idea. Ni sé siquiera cómo es el tango del presente. Yo lo que veo es justamente una especie de ver hacia atrás un poco y tomar cosas. Alguien que reivindicaba absolutamente el tango era Horacio González. Y si había alguien moderno en el pensamiento, en la disrupción, alguien completamente revolucionario era él. A veces el tango opera de salvaguarda.

-Es paradójico que vos seas uno de los emblemas de esa generación del tango, la que volvió a componer tangos, y sólo hagas clásicos.

-En algún momento me entró la crisis de decir “estoy haciendo todo tango viejo”, cuando hay un montón de autores nuevos. Y un día me cayó la ficha: yo estoy transmitiendo una herencia, eso no es poca cosa. Es una herencia cultural, algo que yo arrastro en mi memoria, en mi cuerpo, en mi historia, y lo quiero transmitir. Así como no quiero que se deje de enseñar historia en la escuela, no quiero que se deje de hacer tango. Y lo que hago es volver a aquella fuente y que te atraviese el cuerpo con tu propia historia.

-Volvamos al disco, donde te corriste del tango. ¿Cómo fue esa selección del repertorio?

-Pareciera ecléctico, sin embargo yo encuentro mucho contacto con cosas tangueras. Sobre todo porque las que elegí son canciones contemporáneas del tango. Qué sé yo, “Stefanie”... es como un poco más moderna, si se quiere, pero, no sé, está “Ojos Verdes”, que es una canción antigua que cantaba Miguel de Molina, por ejemplo. Miguel de Molina es muy contemporáneo al tango nuestro. Esas cosas apasionadas, desgarradoras, a mí ese mundo me encanta. También lo cantó Martirio, que yo medio me inspiré en esa versión porque a ella la adoro.

-¿Qué te fuiste encontrando mientras hacías estas versiones?

 

-El otro día pensaba... mirá qué prejuiciosa que soy. Vos viste lo que es Liliana Herrero, su mundo musical, su mundo filosófico musical, su hondura cada vez que elige una canción y cómo arma la versión de la canción. Y pensaba “yo no le voy a mostrar esto a Liliana, cuando escuche que hice ‘Quizás, Quizás’ me va a matar”. Y me la encontré el otro día que le dieron a Juli Laso la mención destacada de la cultura. Me dijo “Lidia, hiciste esa canción, por favor, los recuerdos que me trajo”. Yo dije “bingo, lo logramos”. Porque yo me sumergí en ese mundo con mi vieja escuchando Nat King Cole en mi casa, en el Winco, y cantando “Quizás, quizás”, divertidas. Bueno, evidentemente eso aparece después cuando escuchás. O sea, a algún lugar te lleva. Y si te lleva a algún lugar lo que hago, si te traslada a algún lugar emocional, que te dé algo de felicidad, ya está. A veces el dramatismo también te da felicidad.